Réquiem por la guerra fría
Decía Margaret Thatcher que el problema de las armas nucleares era que no se podían 'desinventar' y que la mejor forma de control era uncirlas al yugo de los acuerdos internacionales. Es los que acaban de hacer Rusia y EE UU con el anuncio del más ambicioso programa de reducción de su armamento estratégico nuclear, que según el presidente George Bush, supone 'el fin del legado de la guerra fría'. El acuerdo, que firmarán el próximo viernes en Moscú, Bush y el presidente ruso, Vladimir Putin, supone la eliminación en los próximos 10 años de las dos terceras partes de las existencias atómicas de las dos superpotencias nucleares. Los nuevos límites se fijan entre unas 1.700 y 2.200 ojivas por país. En total, se retirarán de la lista de material en activo unas 9.000 cabezas nucleares de las 7.000 que posee EE UU y de las aproximadamente 6.000 de Rusia.
El acuerdo se comenzó a gestar en diciembre durante la visita de Putin al rancho de Bush. Rusia ha conseguido plasmar el acuerdo en un tratado bilateral, que precisará de la ratificación, siempre problemática, del Senado de Washington, y de la Duma rusa, frente a los deseos de Bush de sellarlo 'con un simple apretón de manos'. Por su parte, EE UU se asegura la conservación, y no la eliminación total, como pedía Rusia, de parte del armamento atómico retirado como 'reservas de emergencia o recambios operacionales'. El nuevo tratado va más allá de los términos previstos en el SALT II (tratado de limitación de armas estratégicas), que establecía un tope de 3.500 ojivas por país, y se acerca a los objetivos marcados por Bill Clinton y Boris Yeltsin para la nueva ronda de negociaciones del SALT III, que pretendía fijar en 2.500 el número máximo de cabezas nucleares en los arsenales respectivos. El SALT II nunca fue ratificado y el SALT III no vio la luz por el retiro político de sus promotores.
El acuerdo permite a Bush dedicarse al despliegue de un escudo antimisiles, uno de sus objetivos prioritarios durante la campaña, convertido en verdadera obsesión tras los ataques del 11-S. Una vez más, la amenaza terrorista, sufrida por EE UU y por Rusia en Chechenia, ha prevalecido sobre otras consideraciones, como el peligro que supone para la carrera armamentística la denuncia del Tratado ABM de 1972 y la decisión conjunta de reanudar las pruebas nucleares para probar las microbombas que ambos Ejércitos desean desarrollar en sustitución del armamento pesado que eliminen. Mal ejemplo para los países del club atómico, entre los que se cuentan, además, Francia, Reino Unido, China y países tan impredecibles como India y Pakistán.
Las penas con pan son menos y Rusia recibirá una generosa ayuda económica, cuya cuantía aún no ha sido fijada, para hacer frente a la desactivación y destrucción de las cabezas nucleares y apuntalar sus maltrechas finanzas. Sus protestas ante las intenciones de Bush de seguir adelante con las pruebas y eventual despliegue del escudo antimisiles serán ahora testimoniales. La lucha contra el terrorismo internacional ha conseguido lo impensable: convertir a la antigua Unión Soviética en aliado, aunque no miembro, de la OTAN, creada precisamente para combatir la amenaza rusa de más de medio siglo. La creación del Consejo OTAN-Rusia para cooperar en temas de terrorismo, misiles de corto alcance y seguridad nuclear, entre otros, demuestran la razón que asistía a D. Quijote cuando afirmaba aquello de '¡Cosas veredes, Sancho amigo, que harán fablar a las piedras!'.