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Columna
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El euro, Oriente y la arrogancia de EE UU

Anselmo Calleja analiza el comportamiento de Estados Unidos y de la UE ante el conflicto de Oriente Próximo y sus repercusiones sobre el euro. El autor propone reformas para convertir Europa en una potencia

Es posible que de buenas a primeras no se vea la relación entre el euro, la prepotencia que vienen mostrando los elementos más representativos de ese país y el conflicto del Oriente Próximo. Pero sí la hay. La arrogancia de Estados Unidos parece hasta cierto punto natural tras haber superado tan digna y valerosamente la tragedia humana y social del 11 de septiembre. Ha ganado, después, una guerra un tanto peculiar y en el frente económico parece haber superado la profunda recesión que todos esperaban antes aun de haber comenzado.

Y por si hiciera falta algo para llevar su ego a la desmesurada autoestima que así se iba gestando, sus responsables políticos han podido contemplar cómo los jefes de Gobierno y de Estado de los países más importantes de Europa acudían en orden disperso para mostrar su solidaridad tras los atentados terroristas, pero también para hacer ver su punto de vista nacional sobre el grave problema del terrorismo.

La falta de ese contrapeso europeo, unido a la posición claramente dominante de los intereses israelíes en los medios políticos de Washington, ha influido sin duda en la deliberada pasividad mostrada por EE UU frente al agravamiento del conflicto del Oriente Próximo, quizás porque considere posible una solución militar a la contienda.

Pero en un debate celebrado entre el representante palestino en Madrid y Shlomo Ben Ami, ex ministro de Asuntos Exteriores israelí, en sólo dos puntos estuvieron de acuerdo. En considerar inviable una salida militar e imposible que por sí solas las dos partes puedan alcanzar una paz duradera, tal es la desconfianza entre ellas.

Pero parece que EE UU no se ha percatado aún de ello, como lo prueba al enviar a su secretario de Estado a predicar la paz a los dos contrincantes, haciendo el paripé de mostrar ante los ojos del mundo su interés y determinación en resolver el conflicto. Pero aparte del caramelo del repliegue parcial de las fuerzas israelíes de algunas ciudades, las operaciones militares continúan y los palestinos, aunque diezmados, no renuncian a su lucha.

Lo grave no es sólo la falta de una verdadera voluntad para poner fin a este desigual y sangriento conflicto por parte de EE UU, que tiene medios sobrados para ello si se decidiese a utilizarlos. Lo preocupante es que casi se podría decir lo mismo de la UE. Todo lo que Europa ha sido capaz de hacer hasta ahora ha sido condenar y exhortar con comunicados tan banales como patéticamente inútiles o mediante declaraciones de su emisario y, sobre el papel, representante de la UE, el llamado Mr. Pesc, el Sr. Solana. El fraccionamiento y casi esquizofrenia de la política exterior de la UE se pone una vez más de manifiesto cuando por un lado ayudan generosamente a financiar las estructuras civiles de la zona palestina y por otro no reaccionan formal y contundentemente ante las repetidas humillaciones que Ariel Sharon ha dispensado a los representantes europeos.

Esta falta de unidad de Europa parece que también tiene otra víctima, el euro. Es cierto que en los últimos tres meses registró una mejora apreciable frente al dólar, pero cabía esperar algo mejor en vista del importante deterioro de los datos fundamentales de la economía de EE UU, persistentemente peores que los de Europa.

Hasta hace poco el importante déficit de ahorro privado interno de ese país se paliaba con un superávit público significativo que mantenía el elevado déficit corriente exterior dentro de límites todavía tolerables. Pero en la sorprendente bonanza de este primer trimestre a ese déficit de ahorro privado se añade un desahorro público, pues uno de los soportes importantes de la recuperación, además de la reconstitución de stocks y del aumento del consumo privado, fue un fuerte aumento del gasto público que puede llevar el déficit de ese sector en este ejercicio al 1% del PIB. El obligado y mayor recurso al ahorro exterior a que esto lleva se va a reflejar en un aumento del ya enorme déficit exterior.

Se puede decir, como conclusión, que si la calidad del crecimiento al pasar el bache de los EE UU dejaba mucho que desear, la de esta recuperación incipiente es aún peor y deja a su economía y al billete verde en un estado extremadamente vulnerable.

Ante esta situación los mercados han reaccionado cotizando a la baja los índices bursátiles y en menor medida el valor del dólar frente al euro, quizás como reflejo de la percepción de que el mecanismo de la Unión Monetaria sigue sin dar vida a una unión política más estrecha, y por otra parte, no ver un interés especial por parte de los países de la zona en la fortaleza de su divisa.

Pero si un euro débil sirvió para impulsar la economía de la zona cuando el comercio mundial estaba en fuerte expansión, hoy que está prácticamente estancado resulta más que inútil, contraproducente. Y uno de los efectos más negativos de la debilidad del euro, aparte, claro está, del inflacionista, es la transferencia de renta real de la zona a EE UU (con renta per cápita superior) a través de los menores ingresos por exportaciones de bienes y servicios a ese país y mayores pagos por las importaciones.

La renta total que así se ha transferido (absurdamente) a EE UU en los tres años y medio de vida del euro se puede estimar en nada menos que el 3% del PIB de la zona, recursos que probablemente hubieran sido más productivos en cualquier otro destino, por ejemplo, la investigación e innovación. Son obvios los beneficios que Europa ha recogido con la entrada del euro -la relativa estabilidad de precios, bajos tipos de interés y consolidación de las finanzas públicas- pero mientras siga huérfano del poder político que podría alcanzar con una base mínima de Estado federal, Europa no llegará a ser una verdadera potencia política y financiera.

Lo sorprendente de esta inacción es que las reformas necesarias y suficientes en la dirección de ese sistema federal sobre el principio de la subsidiariedad son pocas, son sencillas y van en la dirección de cuanto se ha construido en 50 años de integración.

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