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Columna
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Vacas flacas

La maldición bíblica que nos condena a épocas de escaso crecimiento cobra especial relevancia cuando se tuerce el ciclo. Aunque la amplitud de los ciclos económicos se ha reducido significativamente en los últimos 50 años en los países desarrollados, su recurrencia no es diferente de la que tenían los pueblos nómadas que vivían de la ganadería en Oriente Próximo hace 3.000 años.

El crecimiento de la economía española que ayer publicó el INE apenas sorprendió. Creció un 2,8% en 2001, con un perfil temporal que señala una desaceleración progresiva de la producción agregada. El consumo se moderó, aunque no drásticamente, la construcción mantuvo, otro año más, un crecimiento notable al tiempo que el consumo público aceleraba sensiblemente. La parte menos tranquilizadora de las pautas de la demanda agregada está en la inversión en equipo y las exportaciones. El deterioro de las expectativas de demanda supuso, inicialmente, un estancamiento de la inversión y, más recientemente, un claro retroceso. Por último, la escasa ganancia de competitividad que nos proporciona un euro débil no compensa la caída en la demanda externa.

En la desaceleración, el esquema de crecimiento sigue sin ser equilibrado. Aunque se sigue creando empleo (algo menos del 2% anual), hay una inflación algo alta, considerando la del resto de la UEM, y apenas se reduce el déficit corriente (2,1% del PIB). El déficit público podría ser nulo, aunque siempre podremos pensar que podría estar infraestimando la aportación de algunas Administraciones (empresas públicas).

Si centramos la atención en la composición de la producción por ramas de actividad, encontramos industria en declive y desaceleración moderada en los servicios destinados a la venta, compensados por dinamismo notable en la construcción y en los servicios prestados por las Administraciones.

¿Qué nos depara el futuro? Probablemente algo peor a lo visto hasta ahora, frente a los mensajes tranquilizadores de la clase política. Intentaré justificar mis temores sobre la base de datos que conocemos.

El primero es la evidencia de que la economía española experimenta oscilaciones más bruscas y tardías que otros países del entorno. Aunque no hayamos tenido esta experiencia desde principios de los noventa, no hemos de olvidar que casi siempre fue así, y seguirá siéndolo a pesar de la estabilidad financiera que proporciona la UEM.

El segundo temor proviene de la singularidad de la crisis industrial que padecemos desde principios de 2001. El último año se han cerrado plantas de producción de altísima productividad (Lucent, Alcatel, Ericsson...), algo sin precedentes en anteriores ajustes de la producción industrial, cuando las plantas cerradas eran obsoletas o escasamente productivas. La causa de estos cierres no tiene que ver tanto con el trabajo en sus cadenas como con la insuficiencia de demanda. Es difícil vislumbrar qué demanda sustituirá a la que se pierde y qué capacidad tendrá la industria española para adaptarse a los nuevos gustos o necesidades del sector tecnológico.

Cerrando el apartado de temores está el que se refiere a las características de la demanda en los últimos trimestres. Todos estamos convencidos de que la transición a la nueva moneda ha generado un consumo de bienes duraderos y viviendas que difícilmente se mantendrá en 2002. En el caso de la edificación residencial, el sector de la construcción aportó más de un punto porcentual al crecimiento los últimos años. Si se estancara, estaríamos muy cerca de la recesión, pero, si decreciera, nos encontraríamos con una economía en retroceso. Y si no crecemos, no generaremos empleo y difícilmente podremos tener crecimientos significativos en el resto del consumo de las familias.

Hay aspectos de la economía española que nos permiten ser algo optimistas respecto al alcance de la desaceleración: unas condiciones financieras relativamente laxas, una situación financiera de empresas y familias más equilibrada (solvente) que en anteriores episodios de crisis, mayor diversificación de la producción y una actitud de los sindicatos muy sensible a los problemas agregados de la economía (quizá los únicos que llevan al día los deberes).

Además, tenemos a la espera una nueva bajada de impuestos que, si se concentrara en los tramos de renta con mayor propensión al consumo, podría compensar la desaceleración del consumo en 2002-2003. Respecto a la inversión, la política económica debería incidir más en sus incentivos fiscales, porque es peor no tener vacas que tenerlas flacas. Aun a costa de la estabilidad presupuestaria.

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