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Tribuna
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La geografía del bienestar

Pedro Reques Velasco analiza el índice de bienestar social en España. El autor considera que la equidad en esta materia, además de ser un imperativo constitucional, debe constituir una verdadera razón de Estado

En los albores del siglo XXI la sola evocación del tema del bienestar social parece retrotraernos a un viejo debate político que lo relaciona con la socialdemocracia, con el discurso de la solidaridad, con los límites al ultraliberalismo, con la respuesta a los peligros de la dualización social... El plano de lo político ha eclipsado el plano económico, el social y el geográfico, pese a que el bienestar ha sido tratado desde la geografía, desde la economía, desde la sociología, etcétera, y ha dado lugar a fértiles corrientes teórico-metodológicas, que están, actualmente, pidiendo ser retomadas.

En este artículo abordaremos, así, el viejo tema del bienestar social desde una perspectiva geográfica. El resultado final ha de ser, necesariamente, un mapa de síntesis capaz de plasmar, en una sola imagen, en un solo valor, un concepto complejo, multidimensional, fácilmente cuantificable, pero difícilmente aprehensible en el plano cualitativo, al fin y a la postre, el fundamental.

La cartografía que presentamos, pues, cabe ser entendida como otra interpretación cartográfica más a añadir a las preexistentes, resultado sólo del análisis conjunto de variables de partida que hemos considerado. Estas variables, procedentes fundamentalmente del trabajo del INE Indicadores sociales en España: disparidades provinciales, han quedado resumidas finalmente en 24 indicadores, los cuales han sido agrupados en cuatro grandes dimensiones.

De carácter social se han utilizados el porcentaje de población que no sabe leer y escribir o con estudios primarios incompletos, la tasa de paro y el porcentaje de hogares en el que todos sus miembros están en paro. Dos han sido los indicadores demográficos: la tasa de mortalidad infantil y la esperanza de vida, tal vez los más significativos por su estrechísima relación con las condiciones de vida.

De los indicadores de carácter económico han sido considerados el índice de Gini de la distribución de los ingresos familiares, los ingresos anuales medios por persona, el gasto anual por persona, los impuestos indirectos por habitante, el porcentaje de hogares con dificultades para llegar a fin de mes y el porcentaje de hogares que se consideran pobres o casi pobres.

Finalmente, los indicadores relacionados con las condiciones de vida integrados en nuestro modelo fueron el porcentaje de población con vivienda secundaria, el gasto medio por persona en libros y periódicos, turismos por 1.000 habitantes, teléfonos por 1.000 habitantes, el porcentaje de hogares con ordenador y, ligado al importante tema de los equipamientos y de las infraestructuras, los kilómetros de autovía o autopista por cada 1.000 kilómetros cuadrados.

Con el objetivo de poder considerar todos los indicadores conjuntamente, éstos han sido estandarizados, cambiando sus signos cuando el indicador correlacionaba negativamente con la idea de bienestar.

El mapa resultante nos permite constatar, desde la perspectiva del bienestar social, la persistencia de dos Españas, reproduciendo el modelo territorial de tipo cuatro menos diez, al que ya expresivamente hacían referencia los economistas españoles en los años setenta.

Un supuesto eje que atravesara España desde Asturias hasta Alicante por Madrid, divide a España en dos mitades casi simétricas: la del nordeste, con niveles o índices de bienestar altos o muy altos, en términos relativos con respecto a la media española, y la mitad suroccidental, que presenta niveles bajos, más bajo cuanto más nos alejamos del área anterior.

De la primera de las Españas destaca, de forma muy remarcada, el eje del Ebro, Cataluña y Madrid, a las que se suman el País Vasco, Navarra y Baleares. En el otro extremo se encuentran las provincias andaluzas (en menor medida Almería), las dos provincias extremeñas y la provincia de Ciudad Real. Las dos provincias canarias, finalmente, caben ser ubicadas en este segundo grupo, si bien en el grupo de provincias con nivel medio-bajo.

Si adjuntásemos la cartografía del índice de bienestar a escala provincial a partir de los datos del Anuario Social de España de La Caixa (véase tabla resumen en El País, 17 de enero de 2002, página 24) constataríamos cómo, mutatis mutandis, los resultados obtenidos serían prácticamente idénticos a los que presentamos: la España de las cuatro menos diez de nuestro mapa evolucionaría hacia una España de las cinco en punto al incorporarse al grupo de provincias con nivel de bienestar superior a la media nacional las de Murcia y Almería y salir del mismo la de Asturias, región en declive económico, social y demográfico -exactamente por ese orden-, así como Soria, Teruel y Cuenca, provincias éstas que comparten su condición de espacios desindustrializados, predominantemente rurales, de montaña y marginados.

Concluyendo el mapa del bienestar en España presenta aún patentes desequilibrios territoriales, sea cual fuere la fuente que utilicemos: INE, La Caixa, Servicios de Estudios del BBVA… Estos desequilibrios deberían ser analizados desde una perspectiva espacio-temporal, utilizando en la medida de lo posible los mismos indicadores aplicados a las mismas unidades de análisis: las provincias -incluso, si fuera posible, los municipios-, pero referidos a diferentes momentos.

Esta alternativa se impone como imperativo metodológico, si el objetivo es medir estos desequilibrios y contestar a la pregunta de si son éstos mayores o menores hoy que ayer.

La geografía del bienestar, en suma, entendida como el estudio de quién (población desde la perspectiva social o económica y no sólo demográfica) consigue, qué (bienes que dan satisfacción o felicidad -educación, sanidad…,- o males que nos priven de ella -enfermedad, analfabetismo, mortalidad infantil, inseguridad…,-), dónde (localización de los problemas, análisis de las desigualdades espaciales o territoriales) y cómo (funcionamiento del sistema en su conjunto), se impone como marco disciplinar.

Tal vez actualmente sea más necesario que nunca plantearse el análisis del bienestar, pues las desigualdades en materia de bienestar, además de su incuestionable interés académico, presentan un innegable interés social, económico y político, máxime en un momento como el actual, en que los efectos de la globalización -mundialización-, la transformación del mercado laboral y el cambio demográfico (envejecimiento, caída de la fecundidad…) dejan tantos flecos y tantos interrogantes desde la perspectiva de la economía social y de la geografía.

En este sentido, los desequilibrios en materia de bienestar social, precisamente porque constituyen una realidad ética inaceptable y porque, además, resultan a medio plazo económicamente poco aconsejables -la cohesión socioterritorial y el bienestar social son condición misma de eficacia- exigen una continua respuesta política. La equidad en materia de bienestar social, en nuestra opinión, debería estar por encima de los intereses regionales y de partido, al constituir, además de imperativo constitucional, una verdadera razón de Estado.

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