La clave de la recuperación en Argentina
Al Gobierno argentino hay que desearle lo mejor, pero todo el mundo espera lo peor. Hacen bien el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Gobierno español y el Gobierno estadounidense en transmitirle que están dispuestos a ayudar a Argentina si presenta un plan coherente.
El problema es que, para que el plan no salte por los aires al poco tiempo, debe estar apoyado por la mayoría de la población, y cumplir con las dos cosas a la vez es realmente difícil, porque un plan económico coherente exigirá muchos costes y sacrificios a la población.
Ese plan llegará en algún momento, pero lo que observamos hasta el momento no es alentador. En primer lugar, las medidas cambian cada día, incluso a distintas horas del día, con lo cual escribir sobre la política económica argentina es una tarea arriesgada.
Un día se dice que los depósitos en dólares se convertirán en pesos y podrán retirarse.
Al día siguiente se dice que no, porque no se puede romper la promesa del presidente de mantener la moneda en que se constituyeron.
Lo mismo sucede con la política cambiaria, que en principio constaba de dos tipos de cambio -el oficial y el libre-, pero luego se añadieron otros tipos de cambio, como los correspondientes a determinadas deudas -que se cambiarán uno por uno- o los correspondientes a depósitos que, al ser retirados a plazos, se someten, en términos financieros equivalentes, a un tipo de cambio distinto del libre.
Con el Presupuesto sucede lo mismo. Las primeras noticias eran que se iba a preparar un Presupuesto con déficit cero, pero las últimas -o las penúltimas- noticias son que el Presupuesto se presentará con un déficit de 2.700 millones de dólares (3.050 millones de euros).
El presidente Eduardo Duhalde utilizó una buena metáfora sobre la situación de Argentina: 'No es una nave que tenga una avería grave, es un barco que está picado por todos sitios'. La imagen es correcta porque es difícil encontrar en el mundo precedentes similares de la acumulación de crisis -política, productiva, monetaria, fiscal, cambiaria, del sistema financiero, etcétera-, salvo que se vaya al continente africano en busca de ejemplos parecidos.
Para no perderse dentro de ese mare mágnum, el lector debería fijarse atentamente en la crisis bancaria. Todo es importante -la reforma del sistema político, la reforma fiscal, la reducción del gasto, la unificación de los tipos de cambio, etcétera-, pero la clave de que Argentina pueda recuperar el crecimiento y, en concreto, pueda recuperarlo en un plazo relativamente breve está en la forma que elija para acabar con la crisis del sistema bancario.
Para salir de una crisis bancaria, hay que acertar en la distribución de costes entre instituciones financieras (capital o recursos adicionales), deudores, acreedores, contribuyentes o consumidores, en el caso de que se decida utilizar la emisión del Banco Central para diluir los costes a través de la inflación.
Todas las fórmulas tienen sus problemas y sus ventajas. Pero lo más grave de la situación de Argentina es que se está retrasando su solución, y ello no solamente aumenta la pérdida de confianza en el sistema y, por tanto, retrasa la recuperación de la normalidad desde el punto de vista psicológico, sino que, como se dice allí, se mantiene trabado el sistema productivo.
Cuando quiebra, como en Argentina, el sistema de pagos, el hundimiento del PIB puede ser espectacular, y eso hará aún más difícil la solución a los problemas fiscales y el grado de descontento social puede aumentar hasta la explosión. La penúltima noticia es muy buena: el nombramiento de Mario Blejer como presidente del Banco Central.