Bruselas teme que proteccionismos locales minen el potencial de la moneda única
Los fastos de esta noche para celebrar la llegada física del euro eclipsarán, por un breve instante, la urgente necesidad de acelerar la integración total de los mercados para que empresas y consumidores expriman todo el potencial de la nueva moneda. La Comisión Europea concederá el respiro de la celebración a los 12 países miembros, pero quedan retos pendientes que Bruselas no cesa de recordar.
Informe tras informe, la Comisión fustiga la contumaz presencia de barreras comerciales que fragmentan todavía la eurozona en 12 mercados nacionales. Peor aún. A mediados de los años noventa, la unión monetaria en lontananza espoleó la integración de los mercados, pero ese proceso palpita ahora con un ritmo mucho más alicaído.
La convergencia de precios entre los Estados miembros se ha detenido en torno a un diferencial del 20% -frente al 5% habitual dentro de un mismo país-, delatando las dificultades en el flujo transfronterizo de bienes y servicios. Otro tanto ha sucedido con la aproximación en los rendimientos del capital, síntoma del estancamiento en la integración de los mercados financieros.
En un mercado único ideal, razona la Comisión siguiendo la metodología propuesta por J. Frankel en su obra Globalización de la economía, no existe absolutamente ninguna barrera y la indiferencia del consumidor hacia la procedencia nacional o no de un producto es total. Bruselas admite que esa hipótesis es irreal, pero insiste en que existen estadios intermedios antes de ese paraíso comercial a los que es imprescindible llegar.
"El libre comercio permitiría a las empresas reestructurar la capacidad de producción de modo más racional", insiste el departamento de Mercado Interior de la Comisión Europea en su último informe. Sin las ataduras que soportan actualmente, las empresas europeas podrían mejorar sustancialmente su competitividad y eficiencia, concluye la Comisión.
Y las simulaciones estadísticas que aporta para demostrarlo tientan a la eurozona con el vértigo del éxito asegurado. El incremento del PIB oscilará entre el 1,1% en los cálculos más atemperados y el 14% de la borrachera de optimismo.
Pero la zona, lamenta la Comisión, se encuentra lejos de uno y otro extremo. Sólo el comercio transfronterizo de productos manufacturados crece a mejor ritmo que el PIB europeo. En el resto de actividades, desde servicios públicos como la electricidad o el gas hasta sectores tan representativos como el de la construcción, los Doce comparten una moneda, pero los Estados protegen los respectivos chiringuitos locales.
La Comisión no duda en calificar de "lamentable" esta situación, máxime en un momento en que "las empresas luchan por superar el restringido marco nacional para convertirse en potencias continentales". La división del mercado en compartimentos estancos amenaza esa voluntad de expansión. El comisario de Competencia, Mario Monti, ya ha advertido que no tolerará operaciones de concentración transfronterizas de las que se derive el dominio absoluto en algún mercado local, por minúsculo que este sea.
El mensaje del comisario es claro: en una unión económica, los Estados no pueden cercar sus mercados con una alambrada legal. Monti ya hizo pagar a los fabricantes Volvo y Scania, prohibiendo su fusión, las barreras técnicas que impiden en Escandinavia la comercialización de camiones fabricados en el resto de la Unión.
Los estándares comunes en la industria europea apenas alcanzan todavía el 21% de la producción total. Bruselas impulsa el reconocimiento mutuo de las normas nacionales como respuesta a la acuciante falta de normalización europea. Pero la Federación Europea de la Construcción ha llegado a plantear recientemente a la Comisión que, de hecho, los cambios legislativos en algunos Estados están complicando el comercio transfronterizo hasta un grado desconocido incluso antes de la unión monetaria.
En una reciente mesa redonda convocada por la Comisión, la patronal europea se resignaba a someterse a las divergencias legales de cada país miembro antes que combatir por defender la libertad de movimiento de bienes y servicios. Más costoso, concluían, pero al menos elimina la incertidumbre legal de los operadores.
Bruselas cifra el sacrificio en una pérdida de negocio transfronterizo hasta del 45% del nivel actual. Pero teme, sobre todo, que Europa queme la pólvora del euro sin aprovechar todo su potencial económico. Los fuegos de artificio de esta noche junto a la Comisión deberían constituir una señal de alborozo, no un augurio fatal.
La zona euro intenta tomar el relevo de EE UU
Europa despertó en el año 2001 del sueño de Lisboa. En la capital portuguesa, los Quince se marcaron en la primavera de 2000 el reto de superar en un plazo de 10 años los niveles de competitividad, productividad y bienestar de Estados Unidos. En un periodo de optimismo global, la UE se postulaba como candidato ideal para tomar el testigo de la década ininterrumpida de crecimiento disfrutada por EE UU.
Pero el resbalón económico del otro lado del Atlántico durante el primer semestre de este año y el descalabro total tras los atentados suicidas del 11 de septiembre recordaron a Europa que los lazos comerciales trasatlánticos arrastran lo mismo hacia arriba que hacia abajo. El contagio se ha producido incluso a través de la televisión y, como recuerda la Federación Bancaria Europea, "el efecto CNN ha minado la confianza empresarial y de los consumidores en la zona euro".
"Europa ha sido incapaz de tomar el relevo de EE UU cuando ha llegado la crisis", diagnostica un alto cargo español en vísperas de asumir mañana la presidencia semestral de la Unión Europea.
La constatación, añade, plantea "tantas dificultades como oportunidades" y en 2010 Europa quizá no sea "la economía más competitiva del mundo" como soñaba Lisboa, pero, al menos, debería haber logrado que "empresas, trabajadores, estudiantes, etcétera, se muevan ya en un mercado de referencia europeo". Entonces sí, la UE podrá tomar el relevo de Estados Unidos.