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TRIBUNA

<I>El autoempleo y las nuevas actividades</i>

La organización de la sociedad experimenta, en los últimos años, transformaciones de tal magnitud que equiparan los cambios a los producidos con el advenimiento de la sociedad industrial. El reinado de ésta ha concluido y se alza, desafiante e impredecible, una nueva sociedad basada en las tecnologías de la información, capaz de generar relaciones inmediatas entre personas e instituciones situadas en los puntos más distantes del planeta con una rapidez tal que, en muchas ocasiones, supera la capacidad de asimilación del ser humano.

La rapidez es el primer rasgo que define el nuevo marco de interacción humana. Y unida a ella, la inmediatez, la necesidad de pensar y actuar de una modo vertiginoso, desde cualquier lugar y de una forma flexible, disponiendo de la capacidad necesaria para afrontar los retos a los que constantemente se enfrenta el ser humano.

Las tecnologías de la información han penetrado definitivamente en todos los ámbitos de la vida humana y han transformado sus relaciones: el Estado pierde protagonismo en favor de múltiples agentes sociales y económicos, locales o regionales; la economía se descentraliza, los procesos de producción ya no se afrontan desde una sola unidad; las relaciones laborales se flexibilizan, el marco relacional entre el empresario y el trabajador se diluye, apareciendo múltiples instancias intermedias que actúan de un modo jerarquizado...

Este proceso, desde el punto de vista laboral que es el que nos ocupa, ha tenido efectos evidentes: el incremento del empleo por cuenta propia. Bajo sus diferentes fórmulas jurídicas regulares -tales como el trabajo autónomo, la cooperativa o la sociedad laboral- e irregulares -trabajo no regularizado, sino agregado al principal como ayuda familiar- el trabajo no asalariado alcanza en España casi los tres millones de ocupados en el tercer trimestre de 2001 (según datos de la EPA), lo que supone el 20% de la población ocupada. De ellos, el 60% se ubica en el sector servicios, donde el gran incremento registrado en los últimos años ha compensado la pérdida de empleo en ámbitos rurales debido al declive o tecnificación de la agricultura que, aun así, todavía mantiene un peso específico importante en términos de empleo. El proceso de transformación del empleo asalariado en autoempleo trae consigo luces y sombras, efectos negativos y efectos positivos desde el punto de vista laboral.

Si bien existe un trasfondo tecnológico en el incremento del autoempleo, lo cierto es que existe también un condicionante social importante: la mejora de las condiciones de vida de la población y los cambios que ha experimentado han traído consigo nuevas necesidades a las que el mercado formal no ha sido capaz de dar respuesta. Estas transformaciones tienen que ver con los hábitos de consumo, las formas de organización familiar, nuevas preocupaciones por cuestiones medioambientales o un mayor tiempo de ocio. Se denominan, de acuerdo con la definición original de Jacques Delors, que los identificó en el Libro Blanco sobre el Empleo, como "nuevos yacimientos de empleo".

Algunas de estas actividades no son en realidad nuevas. Se trata -sobre todo en la atención a las personas o en aspectos relacionados con el patrimonio- de profesiones antiguas, pero que han sido desarrolladas de manera informal (por ejemplo, a través de las relaciones familiares o el voluntariado) o secundaria (como complemento no regularizado a la actividad laboral familiar, sobre todo en la agricultura y el comercio).

Sin embargo, en su conceptualización actual, se caracterizan por tener una alta intensidad en el empleo y ofrecer alternativas de trabajo no estandarizadas y flexibles capaces de responder a las necesidades de personas con problemas de acceso al mercado de trabajo y en zonas geográficas con déficit de empleo por cuenta ajena, pero con potencialidades no explotadas.

La existencia de otras formas de satisfacción no regularizadas o la propia intensidad de trabajo que requieren hacen que su rentabilidad económica no siempre esté garantizada, aunque su rentabilidad social sea muy elevada. Y por todas estas características, el modelo de autoempleo se convierte en el más viable para su desarrollo, puesto que se trata de pequeñas actividades, muy ligadas al territorio, en las que se requiere un trato humano directo e intensivo con la persona que consume los servicios producidos. Por ello, se puede decir que los nuevos yacimientos de empleo constituyen una oportunidad única para la creación de empleo de calidad en ámbitos y colectivos afectados por el desempleo estructural.

Los cambios en el autoempleo no han sido exclusivamente cuantitativos, sino también cualitativos. Tradicionalmente, el empleo autónomo ha sido identificado como un signo de status social, como un privilegio sólo al alcance de profesionales altamente cualificados y escasos, que acompañaban a esta capacidad profesional la de no depender funcionalmente de terceros. Estos trabajadores autónomos siguen formando parte del colectivo de autoempleados, pero no son ya los únicos ni experimentan las mismas condiciones laborales que hace 30 años.

Si recurrimos a la actualidad para buscar ejemplos, bajo el término de autoempleado se pueden incluir tanto el notario que dispone de su propio despacho como los trabajadores inmigrantes que reparten bombonas de butano en Barcelona, sin contrato, sin remuneración fija y sólo a cambio de las propinas que reciben de los clientes. Son ejemplos extremos, que limitan una realidad en la que se esconden otras muchas situaciones, como las del profesional de ayuda a domicilio, el técnico medioambiental, el guía turístico, el propietario de una casa rural... Pero en cualquier caso sirven para ilustrar la tremenda paradoja que vive el sector: ambos casos (y todos los intermedios) siguen siendo sujetos de los mismos derechos y, sobre todo, obligaciones, independientemente de la naturaleza de su actividad.

El autoempleo sigue sujeto a condiciones fiscales, de protección social o de formalización empresarial más propias de aquella realidad privilegiada que de su actual naturaleza, en la que tienen cabida muchas personas expulsadas del mercado de trabajo por cuenta ajena o bien nuevos profesionales cualificados que desarrollan su empleo de forma individual o con un mínimo de empleados. Además, subyacen importantes obstáculos que impiden al trabajador autoempleado acceder a programas de formación continua que garanticen la actualización permanente de sus conocimientos y le hagan empleable; esto es aún más evidente en el caso de las nuevas fuentes de ocupación, que requieren capacidades que no están recogidas en los programas de formación reglados.

La población está cambiando sus demandas de servicios, incidiendo en que surjan nuevas profesiones que hasta el momento carecen de referencias, tanto desde la oferta como de la demanda. Por su intensidad en el trabajo, por su vinculación al territorio y por ser rentables económica y socialmente, estas profesiones suponen una oportunidad de empleo para colectivos de trabajadores por cuenta propia. Sin embargo, persiste una serie de obstáculos que llevan al mantenimiento de empleos no transparentes y al desarrollo de actividad no declarada.

Sólo mediante una acción decidida de apoyo y redefinición del autoempleo y la toma de medidas de promoción de determinados servicios sociales, culturales o medioambientales, se podrá transformar la realidad social que experimentan amplios territorios y que se presenta sin duda como un espacio inmenso de generación de empleo. Eso sí, empleo de calidad.

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