<i>Daños colaterales</i>
Las crisis provocan a veces daños colaterales en las economías. Fernando Fernández apunta dos en el caso español, la reforma de la negociación colectiva y la de los fondos de pensiones.
Lo peor de las crisis es que provocan decisiones apresuradas y, por lo tanto, normalmente equivocadas. La sociedad, los medios, los analistas, reclamamos soluciones, pedimos al Gobierno que nos ampare, que nos proteja de nuestros propios errores. æpermil;stos se ven obligados a actuar, porque ¿qué más puede pedir un político que le den carta blanca para intervenir en las decisiones económicas? Es la justificación de su existencia, es como si a un delantero centro se le pide que tire un penalti en la final del mundial. Lo malo es que muchas veces fallan, independientemente de su calidad como futbolistas. La tensión crece, sube la adrenalina y se hinchan de balón. Patear a la grada en política económica es un daño colateral de toda crisis que hay que intentar minimizar.
La mejor política en tiempos de crisis es mantener la calma. Combatir la presión ambiental no es siempre fácil. Más aún en una sociedad tan providencialista como la nuestra, en la que a poco que nos descuidemos nos organizan procesiones para acabar con el paro, o su versión moderna de manifestaciones en la Puerta del Sol. Pero en una economía de mercado afortunadamente inmersa en la Unión Monetaria Europea, es poco lo que el Gobierno puede hacer para afrontar un shock externo. Salvo no cometer errores y olvidarse de los temas importantes.
La competitividad de la economía española es obviamente un tema importante. La adopción del euro nos ha evitado esta vez un error tradicional del mecanismo de ajuste de nuestra economía a las crisis. Aunque no parece que se hayan enterado en Francfort ni en Wall Street, no se gana competitividad devaluando, sino aumentando la productividad de los factores. El modo de evitar el empobrecimiento derivado de una caída de la demanda externa es aumentar la productividad de los factores y muy particularmente del factor trabajo.
El Gobierno español parece haber evitado el error de una expansión del gasto público e incluso el más nocivo de aumentar el intervencionismo, como han hecho otros Gobiernos europeos poniendo nuevamente en duda la solidez del proyecto de liberalización enunciado en la Cumbre de Lisboa. Pero siempre existen daños colaterales. En nuestro caso, la reforma de la negociación colectiva y de los fondos de pensiones. De la primera se ha escrito mucho y me limitaré a decir que la crisis ha transformado lo que prometía ser una mejora sustancial de la flexibilidad del sistema en una política de rentas cuya necesidad no es evidente en momentos de inflación a la baja y desaceleración profunda del crecimiento.
La reforma de los planes de pensiones parece haberse pospuesto, una vez más, a la espera de que formen parte del anunciado pacto social. Se entrega así un instrumento clave para el fomento del ahorro y el desarrollo del mercado de capitales, y para la propia solvencia futura de las cuentas públicas, a la negociación entre trabajadores y empresarios. Se me escapa quién de los dos defenderá mejor a los ahorradores, pero no cabe duda que el resultado será timorato. Alguien nos tendrá que explicar, por ejemplo, por qué se prefieren los planes de empresa a los planes individuales, por qué se concede derecho de veto a los sindicatos en las comisiones de control, por qué se limitan las aportaciones individuales tejiendo un manto de sospecha fiscal sobre las mismas, por qué se sigue sin permitir su movilización en caso de despido. Ya nos lo contarán, pero apúntenlo como un daño colateral.