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TRIBUNA

<i>Lo que será, será </i>

Cuando se publican los Presupuestos Generales del Estado, siempre aparecen voces autorizadas que los niegan por ser demasiado optimistas.

Siempre que aparecen publicados los datos relativos al escenario macroeconómico que acompañan a los Presupuestos Generales del Estado sucede lo mismo. Voces autorizadas los niegan por excesivamente optimistas. El argumento básico suele ser elemental. Y es que nunca se cumplen las previsiones que, ejercicio tras ejercicio, incorporan los Presupuestos Generales del Estado. Así el punto de mira se desplaza de la letra a la música.

En esta ocasión no podía pasar algo distinto y, como siempre, voces autorizadas desautorizan las cifras previstas. Esta vez es cierto que hay un elemento nuevo de predicción imposible en el momento de elaboración de las previsiones, y de predicción también imposible en cuanto a su alcance y consecuencias.

Nadie puede saber que sucederá con una guerra, cuyas dimensiones posibles también se desconocen. Qué habría que hacer. ¿Reelaborar los esquemas? Es imposible. ¿Pierden entonces validez los datos? En absoluto, porque son válidos mientras no se invaliden por los acontecimientos y habrá que esperar a los sucesos.

Pero antes conviene preguntarse para qué sirven las predicciones de desarrollo de nuestra economía. Porque, desde luego, para lo que no sirven es para entrar en una especie de juegos de oráculos que, al final, sólo conducen a decir quién es más listo haciéndolos o, mejor, quién ha tenido más suerte al acertar el porvenir.

Los Presupuestos Generales del Estado son, y sólo son, una autorización de gasto y una previsión de ingresos, con una capacidad de maniobra reducida. Las previsiones de escenarios sirven para acreditar el realismo de gastos e ingresos y acomodar los gastos a la inflación, pero a la postre los datos previos dan igual, porque después se ajustarán a la realidad y por sí solos.

El elemento fundamental a considerar en estos Presupuestos no creo que sean las hipótesis de crecimiento o el deflactor del PIB, sino un dato que no es precisamente numérico, se trata del equilibrio presupuestario, acompañado de fuertes inversiones, que en tiempos de incertidumbre dotan a la acción económica del Estado de una herramienta excepcionalmente útil para reaccionar en función de las coyunturas ahora indiscernibles.

Qué pasará en política internacional. Porque puede, y estoy convencido, que las alarmas vigentes acaben como el parto de los montes, en cuanto al atisbo de catástrofes destructivas. No lo sabemos, pero estamos preparados.

Qué pasará con el efecto de cambio de moneda. A lo más podrá significar un ligero repunte de precios por redondeo, pero sólo eso. De otra parte supondrá un freno fantástico al alza de precios al comunicarse de forma total nuestro mercado con los de nuestros socios, más estables y poderosos.

Qué pasará con el derrumbe de las nuevas tecnologías. Pues lo que ocurre cuando los espejismos se desvanecen. Nada.

No sé si peco de optimismo eufórico, pero en vez de inquietud la situación me produce tranquilidad. La unión internacional, la respuesta de las autoridades económicas, el descubrimiento y la reacción ante los peligros larvados. Esto es lo que me parece sumamente importante. Por supuesto existe el temor por desconfianza, pero el miedo pasa y la confianza se recobra a pasos agigantados.

La prudencia, es cierto o certísimo, que es la mejor consejera. De ahí que atender a las tendencias de los últimos tiempos en nuestro desarrollo económico es lo más sensato y por ende lo más prudente. Averiguar el futuro da igual. Como decía antes esto no es un problema de acertijos ni de adivinanzas. Lo serio es tener capacidad de reacción y la nivelación de los gastos con los ingresos públicos la da.

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