_
_
_
_
TRIBUNA

<I>El misterio de la progresividad perdida </i>

En la polémica sobre la propuesta del PSOE de un nuevo IRPF se están cruzando argumentos ideológicos, técnicos y partidistas.

La polémica que se está desarrollando en la actualidad sobre la propuesta del partido socialista relativa a la modificación del impuesto sobre la renta de las personas físicas (IRPF) está teniendo un efecto atractivo enorme. Está, por lo demás, siendo muy interesante, aunque poco ordenada, ya que se están cruzando muchos argumentos de todo tipo, como es lógico: ideológicos, políticos, de pu-ra técnica fiscal, etcétera.

Pero también argumentos partidistas: el Gobierno y el partido socialista están pasando lista y lanzando a la palestra a sus thinks tanks para el combate de ideas y números.

Además, los principales pensadores económicos del país están pronunciándose, uno detrás de otro, sobre el controvertido asunto.

Uno de los últimos artícu-los, de los mejores publicados, y que se toma como base para éste, es el de José Manuel González-Páramo, catedrático de Hacienda Pública de la Universidad Complutense, publicado en Cinco Días el 11 de junio.

Es un artículo muy es-clarecedor en determinados aspectos, pero adolece, sin embargo, a mi modo de ver, de un pequeño defecto: intercala juicios bien fundamentados con otros más subjetivos.

La base del artículo es, brevemente, que, en los últimos años, en la mayoría de los países se han producido transformaciones fiscales convergentes hacia un esquema en el que el abanico de tipos se ha reducido, y que ello ha tenido unos efectos notoriamente positivos en diversos aspectos.

Hasta aquí, la descripción es correcta; no obstante, en la segunda parte del artículo se exponen algunas opiniones que se apoyan, insuficientemente, a mi juicio, en las premisas de la primera.

Dice el autor que los "ti-pos marginales fuertemente crecientes -pese a su controvertido valor simbólico- no son el instrumento más efectivo para redistribuir, al tiempo que distorsionan los incentivos económicos y el potencial de crecimiento".

Bien es verdad que dichos tipos marginales podrían llegar a causar el segundo efecto (de ahí, precisamente, el éxito parcial de las reformas fiscales alabadas en la primera parte del artículo), pero hay que reconocer (y ésta es mi tesis) que la escala progresiva del impuesto sí es redistributiva (otra cosa es el grado de redistribución que se considere deseable por el conjunto de la ciudadanía, pero eso es otro tema, que no conviene mezclar con éste).

Me interesa recalcar aquí que uno de los indicadores más importantes del concepto de progresividad fiscal es, precisamente, la escala de tipos, y se mide por una relación funcional entre escalones y tipos en la que el tipo impositivo aumenta con bases cada vez mayores.

Quizá pudiera tratarse en el fondo de una cuestión nominalista, pero es chocante que en el artículo se hable en reiteradas ocasiones de "progresividad formal", sin explicar en qué consistiría la "progresividad real".

Sólo se alude a ella para contraponerla a la "formal", y manifestando que "no es posible siquiera asegurar que entre la progresividad formal y progresividad real exista conexión alguna".

Parece, pues, que este concepto, el de la progresividad real, se ha escamoteado del debate y que la tarifa progresiva, que el autor identifica con el concepto de "progresividad formal", al no implicar, necesariamente, progresividad real, debe pasar al "basurero fiscal de la historia".

Es probable que la ta-rifa progresiva no conduzca automáticamente al optimum optimorum de la equidad o de la justicia distributiva, pero, a mi juicio, sí es un elemento importante para contribuir a una mayor "progresividad real", es de-cir, hay una correlación positiva entre "progresividad formal", según la expresión utilizada por González-Páramo (lo de "formal" se utiliza con intencionalidad peyorativa), y "progresividad real".

Para ilustrar el divorcio o disociación entre ambas, condenando a la "progresividad formal", el autor la sitúa en un contexto en el que se ve acompañada de una serie de "jinetes del Apocalipsis fiscal", a saber:

Inflación, lo que origina una grave erosión de las bases impositivas.

Evasión.

Y ventajas fiscales.

("Mantener tarifas de una acusada progresividad formal que operen sobre bases fuertemente erosionadas por la inflación, la evasión y las ventajas fiscales no puede conducir a una ficción de equidad").

Y, ¿por qué relacionar la escala progresiva con estos males? ¿Están ineluctablemente unidos?

El hecho de que en el pasado haya sucedido así no quiere decir, en ningún caso, que un impuesto sobre la renta de las personas físicas con escala progresiva no pueda funcionar ya, nunca más, justa y eficazmente, en condiciones más favorables.

En efecto, la inflación se puede controlar con una política económica adecuada (especialmente monetaria, como bien sabe nuestro insigne autor, experto en la materia); la evasión fiscal, fortaleciendo la Agencia Tributaria, en funciones y recursos, y las ventajas fiscales provienen de la decisión de las Cortes Generales sobre el estímulo de determinados sectores o actividades económicas, y, por tanto, del mismo modo que se implantan se pueden suprimir, pero no tiene por qué haber ninguna relación consustancial entre el tipo progresivo y estas circunstancias económicas.

Esto es un truco retórico muy conocido, el de asociar el concepto a combatir con toda clase de males que, accidental, temporal o circunstancialmente, lo han acompañado de alguna for-ma (tiene incluso un nombre en latín).

Así, la pregunta: "¿Có-mo es posible relacionar la progresividad formal con cualquier criterio coherente de justicia fiscal?", que plantea el autor, deviene un poquito tramposa desde el punto de vista metodológico, pero invita, precisamente, a definir lo que es "justicia fiscal", al margen, quizá, de la "progresividad formal". Lamentablemente, no se hace en el artículo (no parece ser ésa su intención).

El IRPF puede ser como quiera la sociedad en su conjunto, a través de las decisiones de sus gobernantes, legítimamente elegidos, pe-ro considero (y miles de hacendistas conmigo) que un impuesto progresivo es el que, entre otras muchas condiciones, premisas y circunstancias que han de concurrir, tiene una escala progresiva, de manera que ésta es un elemento esencial, inherente a aquél (de hecho sirve para definirlo).

De este modo, si la sociedad no quiere un impuesto progresivo (hay muchas y quizá buenas razones para que sea así), sea en buena hora, pero que no digan los que propugnan un IRPF no progresivo, que en realidad lo es (aunque no lo parezca), y que la "formalidad" se opone a la "realidad" en materia de progresividad.

De este concepto dice el autor, además, que se le atribuye un valor "simbólico", pero aquí hay que contestar que no es tan simbólico, ya que está muy firmemente arraigado en nuestro ordenamiento jurídico.

En todo caso, parece que, al eliminar airadamente la "progresividad formal" co-mo elemento que obstaculiza el crecimiento económico y el bienestar de los ciudadanos, se corre el riesgo de eliminar con ella el propio concepto de "progresividad real" (signifique lo que signifique ésta).

Creo que el debate debe establecerse entre progresividad sí o no (o el grado de progresividad aceptable), pero para ello debe definirse bien este último concepto (no sólo excluyendo la "formal"), ya que no aparece en muchos de los artículos que recientemente se están escribiendo a favor del impuesto proporcional (desde luego, no aparece en el de González-Páramo).

Debería, quizá, crearse una comisión de búsqueda de la progresividad perdida, o es que la cosa ha mutado tanto que ya nadie es capaz de reconocerla cuando la tiene delante.

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Archivado En

_
_