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TRIBUNA

<I>¿Qué riesgo? </I>

Nieves García-Santos analiza la clasificación del Comité de Supervisión Bancaria de Basilea sobre riesgos para las entidades y destaca la importancia de que éstas evalúen con rigor las consecuencias de sus actividades.

La palabra riesgo es cla-ve en los mercados financieros y en la economía. El diccionario nos dice que riesgo significa "contingencia o proximidad de un daño", pero añade dos derivaciones que proporcionan el contenido completo de la palabra: el riesgo se deriva de los contratos que se celebran sometidos a influjo de suerte o de evento, y las contingencias pueden ser objeto de un contrato de seguro. Las actividades o los contratos tienen las dos facetas: oportunidad y contingencia. Por tanto, el riesgo proporciona oportu-nidades de negocio para quien quiera asumir el influjo de los eventos y también proporciona negocio para quien quiera proporcionar cobertura de seguro.

Se pueden clasificar los riesgos por su origen y por su efecto sobre la actividad del que realiza la evaluación. En un ejemplo muy sencillo, es evidente que un acreedor y un deudor se encuentran sometidos al riesgo de que los mercados evolucionen de forma no prevista y se modifiquen los tipos de interés y los precios de los activos, pero mientras para el deudor el riesgo es que el coste de su endeudamiento suba (el tipo de interés baje), para el acreedor el riesgo es el opuesto.

El Comité de Supervisión Bancaria de Basilea habla de tres tipos de riesgos para las entidades bancarias: riesgo de crédito, de mercado y operativo. El primero recoge la posibilidad de incumplimiento de una contrapartida; el segundo se refiere a las posibles pérdidas en las posiciones de negociación debido a movimientos adversos en los precios, y el tercero (introducido en la nueva propuesta de Basilea II) se refiere a las pérdidas directas o indirectas provocadas por procedimientos internos ina-decuados, por las personas o los sistemas o por acontecimientos externos.

Sin embargo, estas tres categorías teóricas pueden ser objeto de matización, según la actividad y las posiciones financieras que mantenga cada banco. Esta aceptación es la clave del nuevo acuerdo de capital, que permite a las instituciones calibrar por sí mismas sus necesidades de capital tras haber concretado sus riesgos. Esta opción requiere un análisis exhaustivo y continuo de las posiciones de riesgo de las entidades.

El supervisor financiero británico, la FSA, también ha definido sus tareas en función del riesgo de la actividad y no en función de la naturaleza de las entidades. En su caso, lo que se trata de determinar es el impacto que cada actividad (y su riesgo) llevada a cabo por bancos, empresas de inversión o de seguros, plantea para los objetivos que tiene la FSA. Distinguen entre riesgo de negocio (la actividad prestamista conlleva más riesgo que la compra de valores), riesgo del consumidor (la actividad de derivados con inversores minoristas conlleva más riesgo que con inversores mayoristas) y riesgo de control (según los sistemas de control interno que haya establecido la entidad).

El último aspecto de su enfoque regulatorio se refiere al impacto que un fallo en la entidad supervisada tendrá en el sistema financiero y en los objetivos del supervisor. El impacto depende del tamaño de la entidad, pero también de su posición particular en los mercados financieros.

Los riesgos no tienen por qué recaer en aquellos que los generan. Un caso extremo se da cuando las actividades financieras privadas provocan riesgos que afectan a economías enteras o incluso se propagan entre países. El riesgo se convierte así en un fenómeno sistémico. Muchas ve-ces se supone que los riesgos sistémicos se generan por desequilibrios en países, en mercados o en grandes instituciones.

Más recientemente se ha puesto de manifiesto la importancia de la simultaneidad de reacciones de numerosas entidades que provocan fenómenos como la desaparición de la liquidez de los mercados. En una conferencia (Universidad de Tel Aviv, marzo 2001), Paul Krugman hablaba de cuál será la próxima generación (la cuarta) en las crisis mundiales. Identifica tres tipos de crisis hasta la fecha: aquellas cuyo origen se encontraba en la fijación de un tipo de cambio en un nivel insostenible, las derivadas de políticas macro insostenibles a medio plazo y las derivadas de la acumulación excesiva de deuda externa. Esta última pone de manifiesto la importancia de los balances de las entidades financieras, pero, según Krugman, las futuras crisis tendrán su origen no en el lado del pasivo, sino en la corrección a la baja de la valoración de activos. De hecho ya hemos tenido algún síntoma de que el riesgo sistémico puede tener este origen. Esta posibilidad enfatiza la necesidad de que las entidades conozcan, controlen y cubran adecuadamente el riesgo que sus actividades generan.

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