<I>Echando cuentas </I>
Raimundo Ortega analiza las reacciones del BCE y de la Reserva Federal de EE UU a las previsiones de crecimiento económico hechas por organismos internacionales, y resalta la falta de claridad del banco europeo en sus prioridades.
La primavera propicia no sólo el rejuvenecimiento de la naturaleza, sino también la aparición de previsiones de los más conocidos organismos in-ternacionales sobre la situación de las economías mundiales durante este año y el próximo.
El Fondo Monetario Internacional (FMI), la Comisión Europea (CE) y la OCDE pronostican una desaceleración notable del crecimiento mundial (3,2% el FMI y 2,0% la OCDE), más acusada en EE UU (entre un 1,5% y un 1,7%) y Japón (1,1% y 0,6%) que en Europa, donde variaría entre el 2,4% y el 2,6%, con un notable aumento de la inflación, que llegaría al 3% este año, según la OCDE, igualmente repartida entre EE UU y Europa (en torno al 2,2%-2,3%).
Esas previsiones apuntan un panorama más rosado para el año que viene porque confían en una recuperación del producto de casi un punto -más decidida en EE UU que en Europa-, acompañada de una moderación más lenta de los precios, que descenderían algo menos de medio punto, para situarse en el 2,6% -también aquí EE UU mostraría un mejor comportamiento que el Viejo Continente-.
Pues bien, estas cifras subrayan las dos grandes preocupaciones que caracterizan la situación económica mundial y, desde luego, la de los grandes bloques occidentales, EE UU y Europa. Y esas preocupaciones hacen dudar si asistimos a una desaceleración o a una recesión, pues en el primer caso cabría esperar que durante el segundo semestre del año se inicie una recuperación, amén de si la preocupación por la evolución de los precios va a complicar las políticas dirigidas a potenciar una pronta recuperación de la actividad.
Para responder a estas dos preguntas conviene advertir antes que estamos en una situación difícil por lo impreciso y a veces contradictorio de los datos que van apareciendo.
En el caso de EE UU, esas posibles dudas se han planteado ya con toda claridad cuando el presidente de la Reserva Federal, al que se supone bien informado, manifestó ante un comité del Senado su preocupación ante la posibilidad de que la economía de su país estuviese a punto de entrar en una recesión, y a los pocos días se conocía que durante el primer trimestre el crecimiento provisional había sido del 2%, basado, además, en el consumo privado.
Pero como la capacidad utilizada y la producción industrial flojearon en abril, el señor Greenspan decidió el pasado martes rebajar por quinta vez en cinco meses el tipo de intervención, sin duda buscando apuntalar los mercados de valores, aminorando las mermas que el efecto riqueza origina en las familias americanas -no en balde desde comienzos del año pasado las pérdidas en los mercados estadounidenses equivalen a una tercera parte del PIB- y asegurando un mínimo de actividad que sostenga la inversión y aminore el descenso del empleo.
Las cosas son diferentes en Europa; aquí combinamos una actividad que parece flojear cada vez más con una inflación que no cesa de aumentar. Precisamente en las fechas en que se anunciaba una evolución negativa de alguno de los principales indicadores de actividad en Alemania, la inflación se aceleraba no sólo en España, sino también en Francia, Holanda, Alemania e Irlanda -¡cinco países que suponen el 70% de la economía de la zona euro!-.
Paradójicamente, después de esperar, el BCE decidió el día antes reducir su tipo de interés un cuarto de punto. El sonado patinazo del holandés errante y sus colegas intentó justificarse aduciendo que el banco actúa a medio plazo y que la inflación descendería por debajo del 2% el próximo año.
Nadie duda que así son las cosas, y está demostrado que una reducción del tipo de interés afecta al producto con un retraso de 18 meses y a los precios un año después, pero entonces la cuestión es cuáles son los propósitos del BCE y cuáles sus prioridades. Y eso está tan poco claro como los compromisos de los Gobiernos nacionales -el español entre ellos- por adoptar las medidas que a ellos les corresponden.