La larga carrera de obstáculos hacia una mayoría estable
La principal incógnita pendiente de resolver el 13 de mayo y que diferencia esta cita autonómica del resto de las celebradas en Euskadi consiste en saber si la alternativa autonomista del PP y el PSE obtendrá el apoyo necesario para pasar página a 20 años de gobierno nacionalista, una posibilidad que la mayoría de los sondeos no acredita. Los partidos en liza, salvo EH, verían frustradas sus expectativas si no logran alcanzar mediante pactos poselectorales los milagrosos 38 diputados, la frontera en la que el País Vasco se juega un escenario político de estabilidad.
El porcentaje de electores, superior al 30%, que todavía se refugia en buena parte de las encuestas entre el voto oculto o el indeciso deja espacio a la sorpresa en las elecciones del próximo domingo. No obstante, las proyecciones realizadas en los cuarteles generales de los grandes partidos no terminan de confirmar el logro de la mayoría absoluta por parte de ninguno de los dos bloques en liza: el que formarían PNV y EA en coalición, quizá, con Izquierda Unida, y el alternativo que integrarían el PP, Unidad Alavesa y los socialistas vascos. La hipótesis de un escenario de inestabilidad como el que alumbraron los comicios de 1998, un terreno sembrado para ETA y útil para ayudar a EH a contrarrestar el descenso electoral que le adjudican las encuestas, no es descartada por las principales fuerzas políticas.
Para evitar el abismo, cada una de ellas ha elegido un camino diferente.
La secuencia de la campaña demuestra que el PNV ha interiorizado el riesgo de perder el poder después de 20 años de ejercerlo, en ocasiones desde el predominio de la pulsión pactista, la mayoría, y en los dos últimos años y medio bajo la tentación soberanista.
El declive del nacionalismo democrático en términos electorales quedó confirmado en la última consulta autonómica, en la que EH rentabilizó la tregua etarra; en las municipales y forales de 1999, en las que el PNV perdió la Diputación de Álava y las principales ciudades, menos Bilbao, y en las elecciones generales de marzo de 2000, en las que, a pesar de sumar una bolsa no desdeñable de voto útil procedente de EA y HB, el partido de Xabier Arzalluz cedió, incluso, votantes al PP.
El lehendakari, Juan José Ibarretxe, ha pronosticado para el próximo domingo una mayoría nacionalista más contundente cuyo éxito y posibilidades de gobierno no dependerán como en la anterior legislatura, según sus cálculos, de la voluntad de EH.
El granero de votos de la coalición abertzale supone para el PNV la única posibilidad de cubrir las pérdidas que sufra en su electorado más moderado y autonomista. La alta movilización de sus votantes y simpatizantes es también el arma con el que intenta evitar un mapa similar al dibujado en Euskadi por las últimas elecciones generales que, de repetirse, podría acercar a la mayoría al bloque constitucionalista.
Una consulta plebiscitaria
La estrategia de Jaime Mayor Oreja, primero como ministro del Interior y luego como candidato del PP, ha buscado la máxima polarización posible del electorado vasco, casi hasta el punto de convertir estos comicios en un plebiscito sobre la independencia. Después de explotar al máximo el lastre que ha supuesto para el PNV el rumbo emprendido en Lizarra, los populares se han marcado como objetivo cuidar el acercamiento al PSE, hasta el punto de que Jaime Mayor Oreja ha llegado a renunciar a un debate cara a cara con Ibarretxe a cambio de preservar una buena relación con el candidato socialista, Nicolás Redondo Terreros. Como previsible gran beneficiario del voto útil, el PP casi ha centrado en exclusiva la campaña en Mayor Oreja, reservando el segundo plano para los ministros e incluso para el propio José María Aznar. Aspirante en otras dos ocasiones a la Lehendakaritza (1990 y 1994), el candidato del PP ha conducido a su partido desde la marginalidad política hasta las puertas del Gobierno vasco, aunque sus dirigentes son conscientes de que alcanzar una mayoría estable con la ayuda de UA y el PSE se ha convertido en una auténtica carrera de obstáculos, a sabiendas de que, incluso en las circunstancias actuales, Mayor tendrá muy difícil arrebatar a Ibarretxe la hegemonía electoral.
Con más dificultades que el candidato del PP para ganar la iniciativa y desarrollar una campaña autónoma, Redondo Terreros se ha marcado como objetivo consolidar las 45.000 papeletas que el PSE obtuvo de más en las últimas generales en relación con las autonómicas de 1998, mediante la movilización de sus votantes.
æpermil;sta es una meta que también condiciona con claridad las posibilidades de Mayor Oreja de gobernar en el País Vasco. Los socialistas han decidido jugar la baza de la centralidad y presentarse como la opción política capaz de arbitrar y también amortiguar el enfrentamiento entre el nacionalismo y el antinacionalismo más radical, bien es verdad que con la dificultad añadida de lidiar con la sólida intuición instalada en el electorado vasco de que el PSE ya ha hecho una apuesta inamovible de pactar con el PP la formación del próximo Gobierno de Vitoria.
Sin embargo, en la sede socialista de Ferraz se asegura que nada está escrito de antemano sobre posibles acuerdos poselectorales, pues ha-brá que esperar a analizar el reparto de escaños y también la forma en que el PNV pudiera escenificar en su caso un posible giro hacia las tesis autonomistas.
Entre los escenarios más temidos por el PP y el PSE figura el de un empate técnico con el bloque nacionalista que ponga más que nunca a prueba la capacidad de entendimiento entre las fuerzas políticas de diferente signo que reclaman los empresarios vascos, después de una campaña electoral tan radicalizada como estéril.
La paradoja, se opina en el PP y en el PSE, sería que tras la inestabilidad de los últimos años quedaran en ma-nos de EH o del candidato de IU, Javier Madrazo, las llaves de la gobernabilidad y con ellas la posibilidad del PNV de renovar mandato.
La movilización de los electorados, una de las claves
Ningún partido pone en duda que la participación se acercará el domingo al 75% y que se producirá una movilización muy alta, tanto entre el electorado nacionalista como en el no nacionalista. Lo que casi nadie se atreve a pronosticar es el comportamiento de los casi 63.000 nuevos votantes que se incorporan por primera vez al censo de las autonómicas, todos ellos con edades comprendidas entre los 18 y los 21 años, y que puede ser decisivo a la hora de inclinar la balanza electoral.
En la hipótesis de que el PP y, sobre todo, el PSE consiguieran tensionar al máximo a sus respectivos electorados en Euskadi, como hicieron en las últimas elecciones generales, tendrían posibilidades de alcanzar la mayoría siempre que los votantes del PNV y de EA siguieran parecidas pautas de entonces. Las dos primeras formaciones sumaron 585.473 papeletas en marzo de 2000, 153.966 más que el PNV y EA juntos. En las autonómicas de octubre de 1998, PP y PSE obtuvieron 469.187 votos, sólo 12.929 más que los nacionalistas democráticos.
La extrapolación de los resultados del 12-M a unas autonómicas no es posible hacerla con precisión, puesto que EH no concurrió a las generales. Si a la coalición abertzale se le adjudicaran en el cálculo los 223.264 votos que logró en 1998, en tiempo de tregua, la suma de PP-UA y PSE daría 34 escaños, cuatro menos de la mayoría absoluta. Si, en cambio, no se contara con el voto abertzale, entonces el bloque constitucional obtendría una holgada mayoría.