<I>El bipartidismo según Bush</I>
El republicano George Bush prometió hace siete semanas que será un líder "unificador", que "cambiará el tono (de crispación) reinante en Washington DC" y actuará como "el presidente de todos los estadounidenses, no sólo de los que me votaron a mí". El tejano acababa de instalarse en la Casa Blanca gracias a una controvertida sentencia del Tribunal Supremo y, durante los primeros días de mandato, se comportó co-mo si de verdad quisiera extender lazos hacia los congresistas demócratas para consensuar una agenda de gobierno centrista/moderada. Bush invitó a la Casa Blanca a prominentes líderes demócratas, les puso apodos cariñosos y les contó que piensa aplicar a política de cooperación entre partidos que ya aplicó cuando era gobernador de Texas. Y muchos le creyeron.
Las cosas cambiaron de forma radical tan pronto como presentó oficialmente su plan de bajada de impuestos (1,6 billones de dólares en 10 años). El proyecto es rechazado de plano por la mayoría de los congresistas demócratas y no termina de cautivar a muchos ciudadanos, que están más preocupados por asuntos como la educación y el futuro de las pensiones. En lugar de buscar un pacto bipartidista, moderando el tamaño del recorte y cambiando su distribución para que beneficie más a las clases medias, los republicanos han mantenido el plan sin cambios.
La Cámara de Representantes ha aprobado el reajuste de tramos impositivos (el eje central de la reforma) de manera expeditiva y sin ceder un ápice de terreno ante los demócratas. Y Richard Gephard, líder de la minoría demócrata en esta cámara, declaró que la cooperación entre ambos partidos "ha muerto, antes incluso de que haya empezado".
El proyecto pasa ahora al Senado, donde ambos partidos se reparten el poder de forma salomónica (50 escaños cada uno) y el pulso será muchísimo más duro. Algunos republicanos moderados comparten el temor de los demócratas a que la bajada de impuestos ponga en peligro el superávit fiscal o el plan para reducir la deuda nacional. Y Bush, que no puede arriesgarse a perder un sólo voto, ha decidido atar corto a los senadores de ambos partidos que se muestran más reticentes atacándoles donde más duele: sus propios votantes.
El presidente está de gira permanente, promoviendo su plan en mítines multitudinarios que inundan las páginas de los periódicos y las cadenas de televisión locales con un mensaje claro a los senadores: la bajada de impuestos es cada vez más popular entre los ciudadanos (o, como dice Bush, "está ganando impulso") y, si votan contra ella, se arriesgan a perder sus escaños cuando llegue el momento de la reelección. El presidente está visitando los Estados de senadores que se muestran reticentes con su proyecto (sobre todo demócratas) y que tienen que presentarse para reelección el año próximo. Y algunos empiezan a tambalearse. Sin embargo, todavía no tiene asegurado su triunfo. Al menos seis senadores republicanos apoyan un plan alternativo que supeditaría el recorte impositivo a que se vayan cumpliendo las previsiones de superávit. Bush, con su peculiar estilo de líder conciliador, no está dispuesto a aceptarlo. Al menos, no todavía. Si su gira no consigue atar los votos necesarios, tendrá que ceder.