<I>El presupuesto cero... y las expectativas racionales</I>
Hay que felicitar al Gobierno por anunciar el superávit para 2001 y preocuparse por si Greenspan se equivoca.
Si no recuerdo mal, desde 1974 los Presupuestos de las Administraciones públicas no registraban superávit, por lo tanto sólo cabe felicitar al Gobierno porque para el año que comienza haya cuadrado sus cuentas con un exceso de los ingresos sobre los gastos de casi 37.000 millones de pesetas.
Esa felicitación es aún más merecida pues subraya una política que sigue teniendo como norte la estabilidad macroeconómica, aun cuando reconozcamos que subsiste una sombra notable por cuanto podía, y debía, haber sido más ambiciosa, no sólo en el sentido de haber intentado conseguir el equilibrio el año anterior, sino, también, de ser más rigurosa, pues el saldo presupuestario previsto para 2001 revela que nuestras cuentas públicas siguen con el lastre de un déficit estructural significativo -del orden del 1,3% del PIB-, lo cual no es buena noticia en unos momentos en los cuales no es descartable un cambio de signo en la coyuntura.
Pero me van a permitir que deje el análisis de los rasgos básicos de los Presupuestos para la próxima ocasión y me centre en comentar el inesperado regalo que el señor Greenspan ha ofrecido a la economía estadounidense; antes, sin embargo, puede ser clarificadora una breve digresión sobre la política monetaria y cómo afecta a las expectativas de los mercados y de los agentes económicos.
Días antes de cerrarse el año los mercados de valores estadounidenses -y por ende, los europeos- sufrieron caídas notables, decepcionados porque el todopoderoso presidente de la Reserva Federal no había reducido el tipo de intervención, si bien dejó entender que lo haría en la reunión del Comité de Política Monetaria de finales del corriente enero. Para un observador externo las expectativas de los mercados parecían injustificadas, y el cuasi-compromiso del banquero, imprudente. Pues bien, hete aquí que el día 3, sin esperar a la mencionada reunión, el señor Greenspan sorprende a propios y extraños -incluyendo entre los primeros a los mercados de valores- y reduce en medio punto el tipo de interés.
Después de citar la evolución reciente de varios indicadores -disminución del consumo privado, coches incluidos, incremento de existencias, rápida caída en la actividad industrial, incremento del paro, endurecimiento en la concesión de créditos bancarios, dificultades para encontrar nueva financiación en los mercados, etcétera- el comunicado de la Fed concluye señalando los riesgos de "debilidad económica en el futuro previsible". Y aquí comienzan los interrogantes.
Como es bien sabido, el señor Greenspan tiene registrado el nombre de "exuberancia irracional" y es autor, junto con otros sesudos banqueros, de la teoría de las burbujas financieras. Su preocupación durante los últimos cinco o seis años parece haber sido desinflar esa burbuja sin que el estallido dañase en exceso la economía real, aun cuando algunos observadores maliciosos se han estado preguntando cómo iba a hacerlo si a la par que repetía esa prédica aumentaba siempre los tipos de interés con retraso y menos de lo que parecía conveniente. Y aquí es donde entran en juego las llamadas expectativas racionales que tan importantes son para los banqueros centrales, pues significan que los mercados sólo ajustarán su conducta a los objetivos de estabilidad predicados por ellos si cumplen lo que dicen y si su estrategia se aplica con anticipación, lo cual obliga a explicar claramente las razones que justifican una decisión, entre otros motivos porque, como estudios empíricos demuestran, los efectos de la política monetaria son a medio plazo -en el caso de EE UU una decisión como la del día 3 dejará sentir sus efectos sobre el PIB entre seis y doce meses después.
Todo esto lo sabe de sobra el señor Greenspan, por lo cual debemos preguntarnos por las razones no explicadas de su decisión. ¿Teme que algunos bancos se encuentren en una situación delicada? ¿Está seguro que la economía estadounidense ha entrado en una recesión? ¿Ignora los efectos de la política fiscal anunciada por el próximo presidente? ¿No le dice nada que las Bolsas, después de saludar con júbilo su recorte de tipos, hayan vuelto al marasmo anterior? ¿Se ha olvidado de su objetivo del "aterrizaje suave" o, tal vez, teme que los acontecimientos demuestren que se equivocó al no intervenir antes y puede equivocarse ahora al precipitarse a intervenir en sentido contrario?