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TRIBUNA
Columna
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Los precios españoles, más sensibles

Las perspectivas de una disminución del índice español de precios al consumo siguen estando vivas.

Carlos Sebastián

El índice de precios al consumo (IPC) aumentó tres décimas en diciembre, con lo que la tasa de inflación a final de año se ha situado en el 4,0%, el peor dato desde 1995. La inflación media ha sido del 3,4%. La inflación subyacente, que es el índice que no incluye los precios energéticos ni los precios de los alimentos no elaborados, ha terminado el año en el 3,0%, la misma tasa que alcanzó en diciembre de 1996 y muy por encima de las registradas en los años 1997, 1998 y 1999.

Alemania ha terminado el año con una tasa del 2,2% y una inflación media del 1,9%, y Francia, por su parte, ha registrado una inflación un par de décimas inferior a la de Alemania. Por tanto, los dos grandes países de la unión monetaria están registrando un ritmo de aumento de sus precios casi dos puntos por debajo de los españoles.

A la hora de preguntarnos sobre la probable evolución de la inflación española a lo largo del año que acaba de comenzar, el dato de diciembre no añade mucha información. Confirma la expectativa de que los precios energéticos han cambiado de tendencia y podemos esperar una cierta disminución de los mismos durante los próximos meses. Apunta, tal como esperábamos, a que los precios de los bienes industriales no energéticos, que se han acelerado significativamente en el año 2000, pueden comenzar una suave desaceleración en el ejercicio que ahora comienza. Y confirma que los precios de los servicios continúan siendo el factor inflacionista más resistente.

Quizá la única novedad negativa del dato de diciembre ha sido el aumento registrado en los precios de los alimentos no elaborados, cuyo índice creció un 2,4% respecto al mes anterior, muy por encima de lo que se podía esperar, aun teniendo en cuenta que estos precios tienen en este mes un fuerte componente estacional. Pero la causa de este hecho se encuentra en la crisis de la carne de vacuno, que ha producido un encarecimiento excesivo de otras carnes con peso importante en el índice de precios. Es probable que este efecto alcista sea relativamente transitorio y que no se prolongue durante todo el ejercicio.

Las perspectivas de una disminución de la tasa de inflación española siguen estando vivas. A ello contribuirán el relativo abaratamiento del petróleo, la apreciación del euro, el debilitamiento de la demanda interna y la fuerte desaceleración de los precios de las materias primas industriales. Esperamos que a final de año la tasa de inflación pueda situarse en el 2,6%. Eso sí, con una inflación media del 3,2% y con una inflación subyacente relativamente alta y estable, pues si ha acabado 2000 a una tasa del 3,0%, esperamos que en 2001 termine al 2,9%.

El perfil temporal de la tasa de inflación, en cambio, no va a ser muy favorable, pues durante el primer trimestre se va a mantener entorno al 4% y sólo en primavera empezará a disminuir. Y no va a ser muy favorable, porque los convenios que se firmen en los primeros meses van a estar afectados por el mantenimiento de un contexto relativamente inflacionista. Lo que podría llevar a una cierta aceleración salarial, aún mayor de la que ya esperamos.

Si ésta supusiera que los salarios aumentasen por encima del 3,5%, los precios de los servicios, que son los únicos que están afectados directamente por la evolución de los salarios, podrían tener un comportamiento aún más alcista del que hemos previsto, un crecimiento del 4,2%, que es compatible con la evolución decreciente de la inflación que acabamos de indicar. La aceleración salarial tendría, además, efectos negativos sobre la evolución del empleo, que empieza a mostrar un menor empuje, y sobre la competitividad de nuestros productos comercializables.

Hay que decir, por último, que la disminución de la inflación en la segunda mitad del año no elimina la necesidad de sacar conclusiones de la experiencia vivida estos últimos trimestres. Experiencia en la que el mantenimiento de un ritmo más vivo de la demanda interna española respecto de la de la media de la UE-11 ha producido un aumento del diferencial de inflación y ha hecho a los precios españoles más sensibles a un shock como el encarecimiento del petróleo.

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