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Tribuna
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El multilateralismo y sus enemigos

Trump parece decidido a rodearse de una mezcla de empresarios, personas de su entorno y políticos inexpertos

Los analistas debaten en qué medida una Administración Trump puede perjudicar a la economía y comercio internacionales. Donald Trump emprenderá un amplio programa de construcción y mejora de la envejecida red de infraestructuras de transporte de Estados Unidos, víctima de la negligencia de un partido republicano que consideraba su mantenimiento como un gasto.

El mercado ya descuenta que Trump invertirá en infraestructuras y las acciones de constructoras y fabricantes de acero y hierro cotizan al alza. Empresas españolas ya presentes en Estados Unidos pueden beneficiarse de futuras licitaciones.

El nuevo presidente también es partidario de suprimir las restricciones a la exploración de petróleo y gas natural en las costas y tierras controladas por el Gobierno federal. Quiere, asimismo, eliminar restricciones sobre las emisiones de las centrales térmicas tradicionales y reavivar la producción nacional de carbón. Abandonará probablemente el Acuerdo sobre Cambio Climático alcanzado en París en 2015.

Se baraja el nombre de Harold Hamm para ministro de Energía. Hamm es presidente de la petrolera Continental Resources y partidario del fracking para extraer más gas y petróleo de esquisto.

"Algunos asesores de Trump hablan de un nuevo orden que reemplace el sistema de instituciones multilaterales surgido de la IIGM y reformado al final de la Guerra Fría"

Al igual que otros empresarios, los conflictos de interés pueden frenar a Hamm, favoreciendo al congresista por Dakota del Norte Kevin Cramer, asesor energético de la campaña.

El multimillonario Wilbur Ross, especialista en reflotar empresas del sector del acero, hierro y textil, podría ser el ministro de Comercio. Suena con fuerza para ministro de Finanzas Steve Mnuchin, tesorero de la campaña y exsocio de Goldman Sachs.

Sea cual sea la composición final de su Gabinete, Trump parece decidido a rodearse de una mezcla de empresarios que comparten sus puntos de vista, personas de su entorno inmediato y políticos con poca experiencia que le respaldaron desde el principio. Se desvanece la esperanza inicial de que delegue mucho poder en su vicepresidente Mike Pence y en pesos pesados del establishment republicano como Newt Gingrich (que aún suena para un ministerio como exteriores), Rudy Giuliani o el gobernador por Nueva Jersey, Chris Christie, enemigo del poderoso yerno de Trump, Jared Kushner. En la gestión de sus empresas, Trump siempre ha creado estructuras con personalidades que rivalicen, reservándose para él la decisión final.

Resulta alarmante la ambición de John Bolton, neocon que ocupará un cargo destacado, de eliminar el FMI, privatizar el Banco Mundial y los bancos regionales de desarrollo y aliarse con un Gobierno británico post-brexit para minar la integración europea y el euro.

Asesores de Trump, como el polémico Steve Bannon, no ocultan su deseo de que se extienda a Europa continental un populismo de extrema derecha que margina a los inmigrantes y se aprovecha de la inseguridad de los ciudadanos ante la globalización. Marine Le Pen en Francia, Geert Wilders en Holanda y AfD en Alemania se declaran admiradores de Trump. La clase política tradicional debe reaccionar. Debe ponerse en marcha un ambicioso programa de inversiones en redes transeuropeas de infraestructuras de transporte, energéticas y eficiencia energética. Habrá que abandonar la obsesión con los objetivos de déficit porque el desafío político es más acuciante. El BCE debe reducir sus compras de bonos soberanos y de empresas, permitiendo un aumento de los tipos de interés. De lo contrario, el quantitative easing del BCE hincha las cotizaciones bursátiles y desincentiva el ahorro.

Las instituciones europeas deben aprovechar el sexagésimo aniversario de la firma del Tratado de Roma el próximo marzo para publicitar los muchos logros y beneficios de la integración europea. Algunos asesores de Trump hablan de un nuevo orden que reemplace el sistema de instituciones multilaterales surgido de la Segunda Guerra Mundial y reformado al final de la Guerra Fría. El brillante, pero belicista, general Patton fue disciplinado por Eisenhower por proclamar que Estados Unidos y Reino Unido controlarían el mundo después de 1945. El futuro presidente republicano recriminó a Patton que los soldados estadounidenses y de los países aliados no sacrificaban sus vidas por sustituir una proyecto de supremacía por otro. El modelo de Trump debería ser Eisenhower y no Patton.

 Alexandre Muns Rubiol es profesor de EAE Business School.

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