_
_
_
_
_
El Foco
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿No hay solución para el paro?

El derecho al trabajo se recoge en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966 y en la Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos de 1981, por señalar algunas legislaciones internacionales. Por su parte, la Constitución española también señala que “todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo”. Un buen precepto pero que parece lejano en su consecución.

En 1998 publiqué un artículo en Cuadernos de Estudios Empresariales de la Universidad Complutense acerca del problema del paro. No es la primera vez ni será la última que echando la vista atrás se puede observar que muchos de los problemas de la economía en general, y de la española en particular, se repiten o son recurrentes. Por aquellas fechas se produjo un gran revuelo cuando el socialista Lionel Jospin propuso reducir la jornada laboral en Francia a 35 horas. En febrero del mencionado año, la Asamblea Nacional de Francia aprobó la propuesta que entró en vigor en el mes de abril y supuso reducir las 39 horas semanales vigentes en aquel momento a 35 horas, con un calendario que obligaba a las empresas con más de 20 trabajadores. Su aplicación debía comenzar a partir del año 2000 y desde 2002 afectaba también a las empresas con menos de 20 trabajadores. La tasa de paro se situaba en el 10,3% y ahora está próxima al 10,8%. España, por su parte, en este periodo ha mantenido unas insoportables tasas de paro que ahora superan el 26%.

Durante todos estos años el desempleo ha constituido, constituye y desgraciadamente parece que constituirá una de las mayores fuentes de preocupación de los ciudadanos españoles.

No es momento de enumerar los indudables beneficios que proporciona a las personas el hecho de poder trabajar, aunque cuando menos se puede pensar en los psicológicos, sociales y evidentemente los económicos, por ejemplo.

Muchos de los problemas de la economía en general, y de la española en particular, son recurrentes

La situación en España se ha convertido en endémica y desgraciadamente forma parte de nuestro día a día. Las intolerables tasas de paro permanecen a lo largo del tiempo y los responsables políticos nos transmiten la idea de que se suavizarán con los repuntes de crecimiento económico, pretendidamente ayudados por reformas laborales de mayor o menor aceptación por la ciudadanía, ya escarmentada por su experiencia en este campo.

Quizás haya llegado el momento de reflexionar sobre si nuestros dirigentes no deberían tener un poco más de imaginación y plantear soluciones e iniciativas ingeniosas. Las de siempre no sirven porque la situación persiste. Rebajar la carga de la Seguridad Social para las empresas, buscar fórmulas de contratación diferentes a las que se venían utilizando para intentar que los empresarios se sientan más cómodos son algunas de las medidas que se acometen y que siempre tienen algún efecto pero que, al no atacar de manera integral la raíz del problema, no dan más que un pobre resultado.

Hay que alcanzar un equilibrio entre el coste empresarial que soporten los empresarios y la situación de los trabajadores, dentro de un completo abanico de actuaciones en diferentes campos y con un fino trabajo de mentalización social.

Siguiendo la referencia a lo acaecido en 1998, recuerdo también la polémica acerca de la reducción de jornada y su coste. Se planteaba esta actuación como otra posible solución que aliviase la tasa de desempleo, solución que resulta tremendamente difícil y sin garantías de solventar el problema. La reducción de jornada para que se muestre eficaz, tiene que venir acompañada de una rebaja de salarios y de la sustitución de las horas correspondiente y esto no se encuentra exento de dificultades. Que los trabajadores acepten disminuir su salario para conseguir crear empleo implica una mentalidad solidaria que a menudo no se está dispuesto a aceptar. Y ello sin olvidar el recelo que entre los representantes laborales pueda provocar. Además, en muchos casos técnicamente no es posible.

Hay que alcanzar un equilibrio entre el coste empresarial y la situación de los trabajadores

Los intentos de implantar fórmulas de contratación a tiempo parcial, las becas y los salarios mileuristas no dejan de ser modalidades cuando menos sonrojantes y que tampoco aportan mucho. Mano de obra injustamente barata. Prolongar la edad de escolarización obligatoria y adelantar la edad de jubilación, ideas que en alguna ocasión se han puesto sobre la mesa, no hacen sino enmascarar el problema y conllevan otros costes.

Hay que acometer medidas que faciliten la demanda para así conseguir producción y empleo. Favorecer el comercio exterior, una fiscalidad favorable, reducir los tipos de interés de la financiación, aumentar el gasto público en su faceta generadora de empleo, estudiar la movilidad geográfica, disminuir las cuotas de la seguridad social, reconsiderar los salarios mínimos, ajustar los subsidios por desempleo, descentralizar la negociación colectiva, rebajar los costes de despido y, por qué no, estudiar los contratos hora cero que gozan de aceptación en otras economías. Y todo ello dentro de una estrategia que contemple la economía en su conjunto.

Otro aspecto a tener en cuenta es el de la formación integradora que permite la reconversión de las personas. En España se está generando una bolsa de parados de larga duración que no tiene a priori muchos visos de poder solucionarse. Personas que no se pueden adaptar a las nuevas exigencias de un mercado laboral diferente. Y en cambio, por otro lado, España forma universitarios y técnicos que posteriormente buscan trabajo en el exterior, lo que resulta a todas luces un mal negocio.

En conclusión, el problema del paro es gravísimo y sobre las medidas que se adoptan para resolverlo aparecen luces y sombras. Más sombras que luces. Es indudable que se trata de una cuestión difícil de afrontar pero flota en el ambiente que nuestra política económica no es la acertada. En otros países la política económica ha conseguido situarse como garante de unas cifras de paro más llevaderas mediante una asignación de recursos desde el Gobierno con inteligencia, firmeza y decisión.

Finalmente, habría también que vencer esa especie de terrible resignación complaciente que existe en España ante el problema del paro.

Cecilio Moral es catedrático de Economía Financiera de ICADE.

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Archivado En

_
_