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¿Dónde debe publicar un profesor?

Existe un interesante debate sobre las publicaciones científicas, el carácter público de la investigación y el prestigio o relevancia de los profesionales de la educación superior. Bien sean casos de estudio, artículos en journals, libros o participaciones en congresos internacionales, una de las tareas principales del profesor es dejar por escrito aquello que es relevante, prácticas, teorías o experimentos. La publicación, como indica su etimología, permite que una investigación vea la luz, sea compartida con colegas y que la ciencia progrese.

Pero ¿cómo y cuándo publicar? Aquí está el debate. El polémico economista George Monbiot (@GeorgeMonbiot) publicaba este verano un artículo que criticaba el círculo vicioso de las grandes editoriales académicas anglosajonas, que captan la producción científica y la dotan de validez ante la comunidad, pero que cobran elevados precios para permitir la lectura de dichos escritos. El coste de producción y distribución física de la revista en papel, así como el pago a los editores eleva los costes de producción, si bien deja grandes beneficios. El negocio es elevado y ha facilitado, como explica Monbiot, la creación de empresas cuasi monopolísticas. Y ahí es donde la nace la tentación de corrupción y el conflicto de interés. Desde Habermas, sabemos que la ciencia y la técnica no son neutrales.

¿Tiene sentido este modelo actualmente? Algunos profesores han levantado la voz porque consideran que la ciencia no puede plegarse a los intereses comerciales y porque los costes de producción del modelo industrial no se corresponden con la realidad digital. Uno de los casos más relevantes es la propuesta de Danah Boyd (@zephoria), profesora e investigadora en comunicación y cultura. Literalmente reclama lo siguiente:

I vow that this is the last article that I will publish to which the public cannot get access. I am boycotting locked-down journals and I’d like to ask other academics to do the same.”

"Prometo que éste es el último artículo que se publica en la que el público no puede acceder. Estoy boicoteando revistas científicas cerradas (=de pago) y me gustaría pedir a otros académicos que hicieran lo mismo" (la traducción es mía).

Otros profesores que han decidido emplear las licencias creative commons para difundir sus obras. Lawrence Lessig , catedrático de Derecho en Stanford y Yochai Benkler, catedrático de Derecho en Harvard, son los más conocidos. Además, existen sistemas abiertos que quieren ser referentes en el uso compartido de la ciencia. Public Library of Science es una organización sin ánimo de lucro que anima a los científicos a compartir gratuitamente sus progresos.

Entonces, ¿qué puede hacer un profesor? La respuesta es compleja. De momento, el mundo académico reconoce los códigos tradicionales de revisión ciega por pares, la publicación periódica y la cita como único medio para medir la calidad de un artículo. Los profesores seguimos bajo este sistema porque así lo reconocen las autoridades.

Pero algo empieza a cambiar. En el reciente encuentro University 2.0: Rebooting Learning Model in Higher Education se tocó este tema y el representante de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y la Acreditación reconoció que están trabajando en estas nuevas demandas. Puede ser una palanca de cambio. Quién sabe si Google Scholar o Academia.edu acabarán siendo referentes.

En síntesis, lo importante es que el progreso científico se comunique y se avance. Probablemente, veremos un modelo mixto que combine las revistas de pago con otras piezas más breves que muestren las principales conclusiones. Y todavía está por integrar en el sistema toda la mecánica de las redes sociales. ¡Vaya retos!

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