Si das la espalda a los jóvenes, votan antisistema
La democracia ha fallado a las nuevas generaciones de forma clamorosa y su respuesta es canalizar su cabreo, antes en Podemos, ahora en Vox

¡Sorpresa! ¡Vox es la primera elección electoral entre los jóvenes españoles, más en ellos que en ellas! ¿Cómo es posible? Ya está: las redes sociales y una sociedad que les ha permitido una vida demasiado fácil son los culpables. Nada de pensar que algo habremos hecho mal los padres y la política democrática para que tal cosa ocurra. Aunque el último Informe sobre juventud en España diga que vivimos ante una “amenaza generacional”.
Propongo un enfoque diferente: la democracia ha fallado a los jóvenes de forma clamorosa y su respuesta es darle un corte de mangas canalizando su cabreo a partidos antisistema, antes Podemos, ahora Vox. Y ¿en qué les ha fallado la democracia? En dos asuntos fundamentales: al convertirse los políticos en el primer problema del país con su polarización permanente, insultos, incapacidad de dialogar y los casos de corrupción, acoso sexual, etc., ha dejado de ser ese sistema político modélico, superior a cualquier otro de los existentes. Por ello, en segundo lugar, la democracia no ha sido capaz de resolver ninguno de los problemas esenciales de la actual juventud.
Los jóvenes son críticos con cómo funciona la democracia y desconfían de las instituciones, cuya valoración es bajísima. De hecho, suspenden en las encuestas el funcionamiento de la democracia (4,3/10). Y tienen razones para ello. Sobre todo, si, de acuerdo con el estudio del CIS sobre desigualdades sociales, un 58% de los españoles piensa que los jóvenes vivirán peor que sus padres, por apenas un 19,7% que dice que vivirán mejor. Hace tiempo que se comenta tal cosa, pero nadie parece hacer nada radical al respecto.
Veamos algunos datos: nuestros jóvenes se emancipan a los 30,4 años, la edad máxima de los países europeos, y ello retrasa la maternidad, asociada, en muchos casos, a mayor riesgo de pobreza, por dos razones conocidas: sus condiciones laborales son de las peores del continente y el acceso a la vivienda se ha convertido en el “epicentro de la exclusión social” (Informe Foessa-Càritas). Con una tasa de paro juvenil del 25%, una de las más elevadas de la UE y más de doble de la media española, aquellos jóvenes que acceden al mercado laboral se encuentran con menos temporalidad que antes, pero con la misma precariedad o peor, en forma de contratos a tiempo parcial no deseado, con frecuentes horas extras no pagadas, y un salario muy bajo que no les permite llegar a fin de mes y que, además, ha crecido en los últimos años la mitad que el IPC, por lo que han perdido más poder adquisitivo que la media de los trabajadores. Según el informe del Injuve, la tasa de pobreza hoy entre los menores de 29 años está en el 28%, mayor que en 2008 y duplicando a la de los mayores de 65.
Sobre el asunto de la vivienda (primer problema del país desde hace tiempo, según todas las encuestas) ya está todo dicho: según el Banco de España, faltan 700.000 viviendas en España, la propia ministra del ramo reconoce en entrevistas que “hay un problema de oferta”, y seguimos varados, después de siete años, en absurdos debates sobre inútiles medidas de control de precios en vez de hacer lo obvio (y que recuerda, ahora, hasta la Comisión): aprobar un plan de choque con las comunidades autónomas y los ayuntamientos para reducir plazos y burocracia y construir pisos, en propiedad, en alquiler, públicos, privados, de todo tipo, pero construir hasta cubrir la demanda insatisfecha que existe, sin olvidar que no hacerlo agudiza las diferenciales sociales entre jóvenes con familias que pueden respaldarlos en la compra de vivienda, o no.
Según el CIS, a un 86% de los españoles les preocupa mucho o bastante la existencia de desigualdades sociales. Y, a pesar de que una mayoría cree que el sistema democrático favorece un reparto equitativo de la riqueza, un 48% dice que ahora hay más desigualdad que hace diez años. Y tienen razón. Según un reciente artículo de Raymond Torres en El Pais Negocios, en los últimos años el crecimiento real de la economía española, acumulado desde 2019 hasta la actualidad, se ha repartido en un 42,2% a las rentas del capital (que, además, gozan de una menor tributación) y solo un 13,4% a las rentas salariales y un 27,8% a impuestos, muy por encima del 16,7% a prestaciones y transferencias. A la vista de estos datos, a quien renta más la política populista de este Gobierno es a los más ricos.
Con este panorama, que convierte a los jóvenes en el grupo social peor tratado por la democracia en España, su futuro está en manos de la familia en la que hayan nacido, con lo que se reproducen las desigualdades sociales. A eso se suma la crispación política permanente, que lleva al insulto y al bloqueo de soluciones; y, con las noticias sobre nuevas corrupciones, ¿quién puede extrañarse de que los jóvenes están descontentos con la democracia y canalicen su enfado hacia formaciones antisistema?
Ello les lleva, también, a identificarse menos con el feminismo, la igualdad de géneros o la lucha contra la violencia de género, solo por ir contra lo políticamente correcto. Lo rechazo. Aunque es cierto que, cuando hay 12 puntos más de mujeres universitarias que hombres -porque estos se estancan antes en los estudios y ello afecta a sus oportunidades laborales-, su visión sobre el asunto es diferente a la de sus padres y abuelos. O lleva a que algunos digan apoyar la dictadura franquista sin saber muy bien lo que fue; si bien es cierto que nuestra derecha sociológica y política no ha ajustado cuentas con la dictadura, a diferencia de Alemania, Italia o Francia. Pero, sobre todo, ha faltado también educación cívica porque, como dijo Thomas Mann en 1938, “la democracia se ha precarizado al darla por sentado”.
Y, mientras tanto, la Unión Europea lucha, contra reloj, por su supervivencia con enemigos fuera y dentro de casa.

