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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La deuda, un dragón dormido al que no hay que perder de vista

Los inversores andan con un ojo puesto en la evolución de los bonos que, ante la combinación de déficits públicos e inflación, son una costura débil del entramado financiero

La magnitud de la gran crisis financiera iniciada en 2007 y que, tras explotar en 2008, no quedó definitivamente atrás hasta 2012, fue tal que las economías occidentales aún están marcadas. De aquel golpe salieron un sector privado menos endeudado y un sector público más endeudado, si bien España, al igual que otros países europeos que pasaron por la penitencia del rescate, es una excepción. Este soporte público es uno de los motivos por los que las economías han salido relativamente bien paradas de las sucesivas convulsiones sufridas desde entonces; desde la pandemia a la guerra de Ucrania y, finalmente, la guerra comercial. Las recesiones han brillado por su ausencia.

Los mercados han sobrellevado esta nueva normalidad con relativamente pocos sobresaltos de calado, algo a lo que ha ayudado durante años la red de seguridad de los bancos centrales, en forma de las compras de deuda. Sin este colchón, los episodios de volatilidad han sido cortos en el tiempo y amortizados rápidamente, pero, como es habitual en este mercado, han sido violentos. El crac que se llevó por delante a Liz Truss en el Reino Unido, la huida de los inversores de la deuda estadounidense tras el bombardeo arancelario de abril y los sucesivos sustos en la deuda japonesa son el recordatorio de que el mercado de bonos, a veces inescrutable, es un dragón dormido. La única fuerza en este 2025 capaz de, aparentemente, haber torcido el brazo al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, allá por abril.

Fruto tanto de los vencimientos de deuda como del desequilibrio de las cuentas públicas, los mercados deberán digerir en 2026 aún más deuda pública. No es una cuestión acuciante; de momento hay liquidez de sobra para asumir estas emisiones. Ni, salvo problemas de demanda en algún mercado en concreto, el puro volumen de emisiones se perfila como un riesgo para el mercado, o al menos por sí mismo; es obvio que, cuanto más dinero haya que colocar, más expuesto está el mercado a los coletazos del dragón. Y, si bien es cierto que la interconexión financiera afecta a prácticamente todos los rincones de la industria, la deuda pública, y en particular la deuda pública americana, es un pilar central. Los bonos son el activo libre de riesgo de referencia, el metro de platino e iridio de los mercados. Es por ello que los inversores profesionales andan con un ojo puesto en la evolución de los bonos que, ante la combinación de déficits públicos e inflación, son una costura débil del entramado financiero.

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