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Para pensar
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Falta socialdemocracia, sobra populismo

La España “que se sale” es la misma que vive “un proceso inédito de fragmentación social”

La España “que se sale” en lo macroeconómico (presidente Sánchez dixit en entrevista en El País), es la misma que vive “un proceso inédito de fragmentación social” (Informe Foessa/Cáritas) que se traduce en que la clase media está deteriorándose hacia abajo y la exclusión social severa se cronifica por cuatro factores: freno de la movilidad social, vivienda, educación y precariedad laboral. Cuatro factores estructurales, que ponen límite al esfuerzo individual (la meritocracia no es suficiente) y cuya superación exige la contribución de un Gobierno comprometido con ideas de redistribución y cohesión social, la socialdemocracia tradicional, hoy abandonada en España a manos de populismos de los dos signos. Y que priorice unas políticas sociales que alcancen a quienes las necesitan, a diferencia de las actuales, que no llegan a todos.

Se está instaurando la España de los tres tercios: los ricos, cuyo 10% superior concentra el 54% del patrimonio del país; la clase media, menguante, cada vez más agarrada al valor de la vivienda que se compró cuando eso era posible; y las crecientes bolsas de pobreza y exclusión social, que se agudizan en el caso de aquellos jóvenes que no reciben herencias cuantiosas de sus padres, ya que solo “el 30% de lo conseguido se debe a tu esfuerzo”; el resto es función de la clase social donde el azar te ha llevado a nacer: la riqueza se hereda, pero la pobreza, también. Y la educación, principal elemento del ascensor social, ha dejado de cumplir ese papel por su deterioro y porque se ha quedado desconectada de las necesidades actuales del mercado laboral.

Tampoco el trabajo es suficiente para librarse del riesgo de pobreza. “La precariedad laboral se ha convertido en la nueva normalidad, afectando a casi la mitad (47,5%) de la población activa” (Foessa/Cáritas). Se ha reformado el mercado laboral reduciendo la temporalidad, y se crea empleo como hace tiempo que no se hacía. Pero, junto a eso, casi 12 millones de personas viven diversas formas de inseguridad laboral, lo que implica que perciben sueldos que no les garantizan pagar un alquiler y llegar a fin de mes. Y no hablemos de la vivienda, ya que el 45% de quienes viven en alquiler se encuentran en riesgo de pobreza y exclusión social.

El informe, con sus más de 700 páginas, ha sido elaborado por 140 investigadores de más de 50 centros y se ha basado en una encuesta a más de 12.000 hogares en todo el país, analizando 35 indicadores. Y la conclusión es demoledora porque no es algo coyuntural, sino que se trata de “un modelo de sociedad que genera estructuralmente desigualdad, precariedad y fractura”. Tres de cada cuatro personas excluidas activan estrategias de inclusión. Pero chocan con barreras estructurales cuya eliminación corresponde hacer al Estado, de acuerdo con las políticas de igualdad real de oportunidades y libertad de elección efectiva para todos, pero de las que se ha visto excluida la actividad del Gobierno en estos años. No parece, por ejemplo, que reducir la jornada laboral por ley o el cupo catalán ayuden, en nada, a mejorar este panorama de exclusión, como tampoco las viejas recetas de la derecha: bajar impuestos a los ricos, recortes de gasto social y privatizaciones. Solo en la socialdemocracia se puede articular una verdadera respuesta.

La sociedad de los tres tercios no es un concepto reciente. Pero refleja un cambio estructural que altera la dinámica tradicional de clases sociales y critica, como coartada ideológica, toda la teoría de la meritocracia llevada, hoy, a la caricatura por el populismo de derechas. Una de las características de la actual sociedad de los tres tercios es que la riqueza, más que la renta, es lo que determina lo principal de la desigualdad social. Y que la riqueza está vinculada a dos hechos ajenos al esfuerzo personal del rico de hoy: la herencia y la revalorización de activos (mobiliarios e inmobiliarios) debido a la mera especulación financiera. Incluso en los casos en que aceptemos que algunos de los actuales ricos lo son por su talento y esfuerzo a la hora de crear un nuevo avance en el campo de la digitalización o la IA, una separación tan grande entre la recompensa legítima a su aportación social y el valor hoy de sus activos solo se explica por fenómenos como el poder monopolista, que les permiten exprimir rentas de la sociedad.

La segunda característica fuerte de la sociedad de los tres tercios actual es que los excluidos lo son, en gran medida, porque han dejado de ser imprescindibles para un sistema que no los necesita ni como mano de obra (la robotización agudizará este fenómeno), ni tampoco, en realidad, como consumidores, ya que su bajo poder adquisitivo les aleja de ser objetivo comercial para las grandes marcas de productos. En la medida en que están ahí, hay que contar con ellos, pero el sistema ha desarrollado su núcleo central al margen de ellos. Algo similar ocurre con aquellas zonas del mundo subdesarrollado que han dejado de ser miradas como mercados potenciales o como mano de obra inmigrante barata por un sistema capitalista tecnificado y ya suficientemente masificado gracias a la globalización y al otro tercio de clase media. A título de ejemplo, nuestro turismo nacional se desborda sin necesidad de contar con ese tercio de españoles que, según la Encuesta de Condiciones de Vida del INE, no puede salir de casa en vacaciones.

Un modelo que genera tantas “vidas precarizadas y bloqueadas” crea una sociedad herida, desasosegada y desgarrada que conduce a una democracia enferma, que es lo que tenemos hoy en Occidente, incluida España. Una democracia en peligro que debería llevar a los dos grandes partidos de nuestro sistema electoral a encerrarse con los expertos que han desarrollado el informe y analizar una por una sus 85 propuestas de mejora de la situación. ¿De verdad, no se pondrían de acuerdo en ninguna? Pues solo eso ya mejoraría la vida de muchos ciudadanos. Y eso es política democrática.

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