La depreciación del dólar: más efectos financieros que de economía real
La pérdida de confianza en el billete verde impulsa la demanda por activos reales y digitales


En lo que va de 2025 el dólar estadounidense ha sufrido una depreciación notable (en torno al 11% con respecto al euro) que es, para muchos analistas, la más pronunciada en décadas durante un periodo similar. Esa evolución ha tenido raíces políticas y macroeconómicas concretas y consecuencias visibles sobre el comercio, la producción global y distintos activos financieros, desde la deuda pública hasta el oro y las criptomonedas. Cualquier cosa que acontezca a la que ha sido y es la divisa de reserva global tiene repercusiones múltiples y efectos arrastre en todos los rincones del mundo.
Las causas de la depreciación del dólar son múltiples y se combinan en 2025 en un contexto inusualmente volátil. Primero, hay factores políticos y de confianza, donde las tensiones políticas internas en Estados Unidos y algunos anuncios de política económica generaron incertidumbre sobre la sostenibilidad fiscal y la independencia de sus instituciones económicas, que han conducido a una retirada relativa de capitales que tradicionalmente buscaban dólares como refugio. Segundo, el impacto de los tipos de interés. Aunque la Reserva Federal ha mantenido tipos comparativamente altos, los inversores reaccionaron a expectativas de crecimiento más débil en EE UU, y a la preferencia por activos reales fuera del dólar. Tercero, las proyecciones de desequilibrios fiscales y externos –especialmente en el aumento del déficit y del endeudamiento público– alimentaron dudas sobre la fortaleza del billete verde.
Uno de los objetivos económicos principales de la Administración Trump para estos cuatro años de mandato es reforzar la producción doméstica de bienes industriales, en perjuicio de la importada, que condujo a los aumentos de aranceles con el resto del mundo. Con especial énfasis en los del acero y aluminio, donde se desea una menor dependencia del exterior para poder reforzar una producción industrial de bienes sofisticados y tecnológicamente avanzados. EE UU ya tiene de su lado la tecnología, ya que la mayoría de las big tech occidentales están en ese país, e invirtiendo con fuerza en Inteligencia Artificial, pero requiere otros productos (tangibles, en este caso) para reforzar su competitividad en el ámbito industrial. Si además el dólar se abarata, las exportaciones de esa “nueva” producción americana podría ser más competitiva y reducir el déficit exterior. Sin embargo, no todo es tan fácil. Un dólar más débil tiene efectos mixtos sobre la actividad económica mundial. Para los exportadores estadounidenses, la depreciación es en principio una ventaja, ya que los bienes y servicios denominados en dólares se vuelven relativamente más baratos. Sin embargo, el impacto real depende de las cadenas de suministro y los términos contractuales de la relación comercial.
Muchas empresas manufactureras globales operan con insumos importados que se encarecen cuando el dólar cae, lo que puede estrechar márgenes y producir cambios en la localización de la producción. A escala global, asimismo, un dólar menos fuerte suele incentivar un aumento del comercio intrarregional y puede reconfigurar cadenas de valor al hacer menos costosos los mercados denominados en otras divisas. Un obstáculo más aparece si la depreciación refleja pérdida de confianza o mayor volatilidad, ya que las empresas tienden a posponer inversiones lo que frena la producción. Algunos observadores han identificado una mayor rotación de inventarios y ajustes en cadenas de suministro durante 2025.
Un punto central es cómo interactúan la depreciación del dólar y los fundamentales fiscales de Estados Unidos. Un dólar débil puede ayudar a corregir desequilibrios exteriores al abaratar exportaciones, pero no corrige automáticamente un déficit por cuenta corriente si la economía interna sigue demandando importaciones intensivas, como parece el caso hasta ahora. No se puede reemplazar toda la producción importada por nacional rápidamente. En 2025, algunas señales de déficit exterior más amplio, de una macroeconomía con más duda y las expectativas de mayor emisión para financiar gasto público exacerbaban la percepción de riesgo. Los tenedores extranjeros de activos en dólares empezaron a exigir primas más altas o a diversificar fuera del dólar, presionando aún más la moneda en ciertos tramos temporales. Además, la depreciación puede encarecer el servicio de deuda emergente nominada en monedas distintas del dólar para países que dependen de financiación en dólares, con implicaciones de contagio global si la confianza se deteriora.
Los efectos de la depreciación del dólar con respecto a otros activos alternativos son muy llamativos. La relación entre dólar, oro y criptomonedas es una de las historias más visibles de 2025. Con el dólar perdiendo parte de su papel de reserva de valor —al menos temporalmente—, los inversores han volcado muchos recursos hacia activos considerados “refugio”. El oro ha alcanzado récords históricos (la onza superando los 4000 dólares), impulsado por compras de bancos centrales e inversores privados que buscaban preservar poder adquisitivo. Las criptomonedas también se beneficiaron del denominado debasement trade (la apuesta por activos escasos como el oro y en contra de las monedas fiduciarias).
En lo que va de año, muchas criptomonedas como bitcoin han experimentado un creciente interés cuando los inversores han buscado alternativas descentralizadas al sistema financiero tradicional. No obstante, las criptomonedas mantienen una volatilidad elevada y, en ocasiones, retrocesos cuando el mercado tomó beneficios o los cambios regulatorios influyeron en su liquidez. En suma, la pérdida de confianza en el dólar impulsó la demanda por activos reales y digitales que prometen escasez o independencia del sistema monetario tradicional. En paralelo, mucho ruido y pocas nueces para la economía real. 2025 ha traído más impactos financieros que de economía real (que son los objetivos declarados) a EE UU.

