No existe tal cosa como una burbuja ‘buena’
La economía está peor preparada para el estallido de la inversión en IA que cuando lo hicieron las puntocom

Incluso los gigantes tecnológicos admiten que estamos en una burbuja. Habrá muchas pérdidas, dicen, pero la inversión masiva en inteligencia artificial hará que todos salgan ganando. En resumen, lo que estamos viendo es una burbuja buena, en lugar de la versión mala alimentada por la deuda que estalló durante la crisis financiera mundial de 2008. Este tipo de ilusiones siempre aparecen durante las fiebres especulativas. La verdad es que, si bien los auges suelen acelerar el desarrollo y la implementación de nuevas tecnologías, también producen dolorosas recesiones.
El jefe de OpenAI, Sam Altman, reconoce que algunas personas van a perder “una cantidad fenomenal de dinero” cuando estalle la burbuja de la IA. Jeff Bezos hizo una observación similar la semana pasada. El entusiasmo por la nueva tecnología se ha vuelto tan grande, dice el fundador de Amazon, que se están financiando tanto las ideas buenas como las malas. Aun así, dice Bezos, cuando se calme la situación, la IA aportará “beneficios gigantescos” a la sociedad.
La idea de que ciertas burbujas son intrínsecamente benignas es la tesis del recientemente publicado libro Boom: bubbles and the end of stagnation (Bum: burbujas y el fin del estancamiento), de Byrne Hobart y Tobias Huber. Los autores distinguen entre lo que denominan “burbuja aceleradora de la innovación” y aquellas impulsadas por la financiarización y el dinero fácil. La primera, en su opinión, “no es simplemente una ilusión colectiva, sino la expresión de un futuro radicalmente diferente al nuestro”. Las burbujas son útiles, afirman los autores, porque inducen a las personas a asumir más riesgos.
“Toda fiebre financiera”, escriben, “requiere cierta suspensión de la incredulidad y una fe inquebrantable en que la idea central dará sus frutos... estas ilusiones son más racionales de lo que parecen, aunque solo sea en retrospectiva”. Las burbujas crean sus propios “campos de distorsión de la realidad” que inclinan el mundo real hacia la visión trascendente del futuro de los especuladores. El miedo a perderse algo de los especuladores puede considerarse el mecanismo coordinador que da rienda suelta a las nuevas tecnologías en el mundo.
Durante los últimos 250 años, el mundo ha experimentado una sucesión de burbujas que han transformado la civilización. Si bien los autores del libro se centran en las ventajas a largo plazo de las burbujas, ignoran la gravedad de las crisis.
La fiebre británica por los canales del siglo XVIII, por ejemplo, provocó la crisis comercial de 1793. Un cuarto de siglo después del auge de las vías navegables artificiales, uno de cada cinco canales seguía sin poder pagar dividendos. No obstante, las nuevas vías navegables permitieron transportar carbón a un menor coste, lo que contribuyó a impulsar la Revolución Industrial.
La fiebre ferroviaria británica de la década de 1840 trajo consigo cambios económicos aún más significativos. La construcción de la red de ferrocarril más extensa del mundo acabó dando paso a una era de prosperidad que duró varias décadas. Pero la burbuja también provocó una enorme mala asignación de capital en líneas de tren mal concebidas y contribuyó a la crisis bancaria de 1847, que dejó a los inversores con pérdidas masivas. En enero de 1850, las acciones ferroviarias habían bajado una media del 85% desde su máximo.
La gran expansión del sistema de tren estadounidense tuvo lugar varias décadas más tarde. Entre 1865 y 1873 se construyeron unos 48.000 kilómetros de vías, que crearon un mercado continental para los productos fabricados en EE UU, lo cual ayudó al país a sustituir a Gran Bretaña como superpotencia económica dominante en el mundo. Pero los costes a medio plazo fueron inmensos. En septiembre de 1873, un banco muy involucrado en la financiación ferroviaria, Jay Cooke & Company, quebró. El pánico financiero que siguió dio paso a la primera Gran Depresión de EE UU, una recesión que se prolongó durante el resto de la década y que vino acompañada de altos niveles de desempleo y un malestar social generalizado.
Los “locos años veinte” fueron un periodo de extraordinaria transformación tecnológica, en el que se produjo una rápida expansión de la electrificación, los automóviles y la radio. Este auge fue seguido, por supuesto, por la depresión más famosa de la historia.
Las puntocom
La burbuja de las puntocom de finales de milenio siguió un camino bien establecido. Después de que el mercado de valores alcanzara su punto máximo en marzo de 2000, el Nasdaq Composite perdió casi el 80% de su valor y se mantuvo por debajo de su máximo anterior durante 15 años. Amazon fue el ganador destacado entre las primeras puntocom que cotizaron, pero sus acciones cayeron más de un 90%. Aunque varias telecos, entre ellas WorldCom, quebraron, los cables de fibra óptica tendidos durante el auge proporcionaron el ancho de banda necesario para el éxito de empresas de streaming como Netflix y YouTube.
De todas estas burbujas anteriores “aceleradoras de la innovación”, la locura de internet fue seguida por la recesión económica más leve. Esto se debió a que la política monetaria y fiscal proporcionó un amortiguador. El presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, recortó los tipos de interés a corto plazo hasta un mínimo del 1% en 2002, y el saldo presupuestario del Gobierno de EE UU pasó de superávit a déficit, lo que supuso un estímulo equivalente al 5,5% del PIB. Desgraciadamente, la expansiva política monetaria de Greenspan también desencadenó el auge del crédito y del sector inmobiliario que provocó la crisis financiera mundial unos años más tarde. Desde una perspectiva a medio plazo, las secuelas de la burbuja puntocom fueron extremadamente destructivas.
La IA podría resultar más transformadora que cualquiera de estas burbujas tecnológicas anteriores. Pero también es más especulativa. Mientras que los ferrocarriles, los coches e internet eran tecnologías probadas durante sus períodos de burbuja, no se puede decir lo mismo de los ordenadores autodidactas. Estamos asistiendo a un experimento de varios billones de dólares para llegar a la IA general, en la que la tecnología alcanza niveles de razonamiento similares a los humanos. Si este experimento fracasa, es poco probable que los beneficios justifiquen los inmensos costes. Mientras que las burbujas anteriores implicaban la construcción de infraestructuras duraderas, los caros procesadores gráficos que impulsan la revolución de la IA son vulnerables a la obsolescencia tecnológica. Además, la construcción de centros de datos de IA se financia cada vez más con deuda.
Por el momento, el gasto de capital relacionado con la IA y el efecto riqueza del auge de la Bolsa están impulsando el crecimiento económico de EE UU en torno a un 3% del PIB, según Julien Garran, de The MacroStrategy Partnership. Pero las burbujas tecnológicas del pasado se detuvieron abruptamente. Las autoridades están menos preparadas para frenar una futura recesión que en 2000. El Gobierno de EE UU ya tiene un déficit enorme. El balance de la Reserva Federal sigue inflado por las operaciones de compra de bonos del pasado y la inflación se mantiene por encima de su objetivo. Los inversores están tan expuestos a la IA como lo estaban sus predecesores a las acciones de internet y telecomunicaciones a principios de 2000. Es posible que estén a punto de descubrir que no existe tal cosa como una burbuja buena.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

