Inteligencia artificial: ¿es oro todo lo que reluce?
Incluir firmas del ramo es razonable, pero hay que equilibrarlo con activos en sectores defensivos

Cuenta la leyenda que, en el siglo VIII a. C., el rey Midas pidió a los dioses el don de convertir en oro todo lo que tocara. Su deseo se cumplió, pero pronto descubrió el precio de tanta abundancia, cuando incluso el pan y el agua que debía ingerir se convertían en metal.
Desde el lanzamiento de ChatGPT a finales de 2022, las Bolsas han mostrado un comportamiento imparable, sostenidas por la que promete ser la próxima gran revolución industrial. Los inversores, entusiasmados con la perspectiva de conseguir ganancias rápidas, se lanzan a por todas aquellas empresas que resuenan, siquiera remotamente, a inteligencia artificial.
Nvidia se ha convertido en el emblema de este gran fenómeno. Sus chips son la materia prima indispensable para entrenar modelos de lenguaje y ejecutar elevadas cargas de trabajo de IA. En apenas dos años, sus ingresos trimestrales han pasado de 5.000 a 50.000 millones de dólares y su capitalización supera los 4 billones.
Las otras grandes tecnológicas también son protagonistas, y se encuentran entre los denominados hyperscalers (Microsoft, Amazon, Meta y Alphabet), es decir, empresas que facilitan la infraestructura en la nube para el almacenamiento y procesamiento de datos a gran escala. Estas compañías son, a su vez, los mayores clientes de Nvidia.
El año nos ha dejado multitud de titulares que anticipan la ingente cantidad de dinero que se pretende destinar a construir la infraestructura de la inteligencia artificial. En Estados Unidos por sí solo, y con los hyperscalers a la cabeza, se espera que el gasto total supere los 500.000 millones por año en 2026 y 2027. Sin embargo, aún hay muchos interrogantes sobre cómo se monetizarán estas inversiones. Un artículo reciente del Wall Street Journal desveló que los usuarios americanos dedican únicamente 12.000 millones a gastos relacionados con servicios de inteligencia artificial, una cifra similar a los ingresos esperados este año para OpenAI, la creadora de ChatGPT.
La pregunta que debemos hacernos no es si esta tecnología transformará la economía, sino la magnitud en que estas inversiones son sostenibles, y en qué grado serán rentables. El mercado parece tener pocas dudas. Septiembre volvió a ser un mes espectacular para este tipo de acciones gracias a los planes de inversión o alianzas estratégicas que se producen cada día en el sector.
Nvidia ha anunciado que va a invertir hasta 100.000 millones de dólares en OpenAI, para financiar centros de datos de IA. Al mismo tiempo, OpenAI ha alcanzado acuerdos con otras empresas de semiconductores, como Broadcom y AMD, para incorporar sus chips en otros centros de datos.
Por otro lado, Oracle ha anunciado megacontratos con tres clientes para la construcción de centros de datos por 455.000 millones durante los próximos cinco años. Curiosamente, 300.000 millones proceden de OpenAI, que no cuenta con esa cantidad de capital. De hecho, OpenAI ha aumentado su estimación de consumo de caja hasta 2029 desde 35.000 hasta 115.000 millones.
Por último, Intel ha sido rescatada por inversiones de Nvidia, SoftBank y el Gobierno estadounidense, que tomó un 10% del capital, para apuntalar la producción de chips.
Estas inversiones no parecen simples proyectos empresariales: se configuran como apuestas estratégicas de colaboración público-privada alrededor de la IA, que aspiran a convertirse en un valioso activo geopolítico. En cualquier caso, no deja de sorprender la circularidad que se genera entre proveedores y clientes.
El círculo virtuoso se ha extendido a un conjunto amplio del mercado: semiconductores, eléctricas, servicios de refrigeración, proveedores de nube y hasta fabricantes de memorias han visto sus cotizaciones dispararse. El movimiento global se ha trasladado también al segmento más especulativo del mercado, las conocidas como unprofitable tech.
Bajo este entusiasmo generalizado, surgen voces que cuestionan la capacidad que tendrán estas empresas para rentabilizar sus inversiones en un periodo de tiempo razonable. Los gastos de capital de los gigantes tecnológicos han crecido más rápido que sus flujos de caja. En Microsoft, Meta, Amazon y Alphabet, el flujo de caja libre está relativamente estancado desde 2021. Oracle, reconvertido en actor relevante de la IA, ha tenido que emitir 18.000 millones de dólares en deuda para financiar su expansión.
La paradoja es evidente: el gasto masivo sostiene las Bolsas al tiempo que erosiona el flujo de caja de estas empresas. ¿Cuándo veremos materializarse los retornos exigidos a la inversión? ¿Qué ocurrirá si la promesa de retornos se demora? Nunca se había invertido tanto dinero en infraestructura tecnológica en tan poco tiempo. Además, se trata de una infraestructura intensiva en capital, sujeta a los ciclos económicos de capacidad productiva y depreciación de los activos.
En este punto, cabe recordar que una inversión sensata se basa en la diversificación, la disciplina y la valoración prudente de los riesgos. Apostar todo al caballo ganador puede dar beneficios espectaculares en el corto plazo, pero expone al inversor a riesgos asimétricos cuando las expectativas se ajustan. Diversificar no significa renunciar al futuro de la IA. De hecho, incluir compañías del sector es razonable. La clave está en equilibrar esa exposición con activos en sectores defensivos o menos dependientes del ciclo tecnológico.
La historia nos enseña que incluso los grandes avances tecnológicos, como internet en los años 2000, atravesaron largos periodos de corrección antes de consolidar su impacto en la economía. La inversión sensata supone evaluar no solo las historias de crecimiento, sino los flujos de caja, la estructura de capital y la sostenibilidad de los modelos de negocio.
Tres mil años después de la leyenda del rey Midas, basta con pronunciar las palabras inteligencia artificial para que la evolución en Bolsa de una compañía brille como el oro, sin saber aún si ese toque dorado podrá sostenerse en el tiempo sin convertirse en una maldición.
Manuel Rodríguez Torrecillas es selector de fondos de Abante

