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La tribuna de los fondos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La paradoja de la liquidez: demasiado dinero y falta de ideas

El dinero inyectado por los bancos centrales ha ido destinado en gran medida a inversiones especulativas como las criptos

En los últimos cinco años, los mercados financieros han enfrentado un vaivén de políticas monetarias, alternando entre expansivas y restrictivas, generando una montaña rusa de expectativas y valoraciones que han dirigido las Bolsas, mercados de renta fija, inmobiliario y capital privado. Desde los estímulos masivos desplegados tras la crisis financiera de 2008 hasta las inyecciones de capital durante la pandemia de 2020, los bancos centrales han inundado la economía global con dinero barato. Sin embargo, esta tendencia se ha revertido recientemente, con una reducción progresiva de sus balances que marca un cambio hacia políticas más restrictivas. Toca analizar los efectos que ha traído la inyección masiva de capital para entender el impacto que puede generar la contracción monetaria.

La marea de liquidez ha generado una paradoja: hay demasiado dinero buscando rentabilidad, pero escasean las ideas de inversión capaces de absorberlo de manera productiva. Este fenómeno plantea preguntas críticas sobre el rumbo de los mercados y la sostenibilidad de las valoraciones actuales. La génesis de esta paradoja se encuentra en las políticas monetarias de tipos cercanos a cero o negativos, combinadas con programas de compra de activos a gran escala. Desde el estallido de la pandemia, los bancos centrales, liderados por la Reserva Federal y el BCE, inyectaron billones en el sistema para evitar un colapso económico. La Fed expandió su balance de 4,2 billones de dólares en 2019 a más de 7,4 billones en 2020, y el BCE hizo lo propio de 4,7 billones de euros a 6,9 billones. Solo en 2020, los estímulos fiscales y monetarios en las economías desarrolladas alcanzaron el 20% del PIB global, equivalente a unos 17 billones de dólares, estima el FMI.

Esta liquidez, destinada a estabilizar la economía, ha acabado fluyendo hacia los mercados. El S&P 500 creció un 16,26% en 2020 pese a la recesión, mientras los precios inmobiliarios en la eurozona subieron un 5,2% de media. Asimismo, los rendimientos de los bonos soberanos, como los del Tesoro de EE UU a 10 años, cayeron a mínimos del 0,5% en agosto de 2020, reflejando la presión de las compras masivas de activos. Esta dinámica ha inflado las valoraciones, generando preocupaciones sobre posibles burbujas especulativas y una desconexión entre los mercados financieros y la economía real.

Sin embargo, el problema no radica solo en la cantidad de dinero, sino en su distribución. Gran parte de esta liquidez se ha concentrado en activos financieros en lugar de en proyectos de la economía real. La falta de ideas de inversión atractivas, especialmente en sectores tradicionales, ha llevado a una acumulación de capital en busca de rentabilidad, lo que ha generado distorsiones. Un ejemplo claro es el auge de las valoraciones tecnológicas en los últimos años, especialmente las relacionadas con la IA, que han visto sus capitalizaciones bursátiles dispararse, a menudo desconectadas de fundamentales financieros tradicionales.

La abundancia de liquidez ha creado un entorno en el que los inversores, desde grandes fondos de pensiones hasta particulares, compiten ferozmente por activos que ofrezcan rendimientos atractivos. Esta dinámica ha generado varias consecuencias preocupantes. En primer lugar, la sobrevaloración de activos. El ratio precio-beneficio (PER) del S&P 500 alcanzó niveles cercanos a 30 en 2024, un umbral históricamente asociado con burbujas. En Europa, aunque las valoraciones han sido más moderadas, el Stoxx 600 también ha mostrado signos de tensión, con sectores como el tecnológico y el sanitario cotizando a múltiplos elevados.

En segundo lugar, la liquidez excesiva ha alimentado el auge de inversiones especulativas. Fenómenos como las acciones meme (GameStop, AMC) o el aumento de apetito por criptomonedas ilustran cómo el exceso de capital puede canalizarse hacia activos de alto riesgo con fundamentos débiles. En España, hemos visto los ejemplos más claros en el inmobiliario, donde los precios han seguido subiendo pese a la incertidumbre económica, alimentados por inversores institucionales en busca de refugio.

Por último, la paradoja de la liquidez ha exacerbado la desigualdad. Mientras los propietarios de activos financieros han visto crecer su riqueza, las pymes, especialmente en sectores tradicionales, han tenido dificultades para acceder a financiación. Esto pone de manifiesto una desconexión entre los mercados y la economía real, un problema que podría tener implicaciones sociales y políticas en el medio plazo. Según el BCE, el crecimiento del crédito bancario a pymes en la eurozona mantuvo un crecimiento moderado en 2020-22, con un repunte inicial en 2020 por la elevada demanda de liquidez durante la pandemia y una posterior desa­celeración, en un contexto de endurecimiento progresivo de las condiciones de financiación a partir de mediados de 2022, tras las primeras subidas de tipos. Todo ello contrasta con la fuerte expansión del balance del Eurosistema.

La gestión de inversiones afronta un dilema. La gestión pasiva, que ha ganado popularidad en la última década gracias a los fondos indexados y los ETF, ofrece costes bajos y exposición diversificada, pero no siempre es capaz de discriminar entre activos sobrevalorados y oportunidades reales. Según Morningstar, los fondos pasivos captaron más del 65% de los flujos netos de inversión en Europa en 2024, reflejando la preferencia de los inversores por estrategias de bajo coste. Pero en un entorno de valoraciones altas y oportunidades limitadas, la gestión activa puede jugar un papel crucial.

Los gestores activos tienen la flexibilidad para identificar sectores o empresas infravaloradas, así como para evitar burbujas incipientes. Por ejemplo, mientras los índices tecnológicos han dominado los mercados, algunos gestores activos han encontrado valor en sectores menos glamurosos, como la industria o las utilities, que ofrecen flujos de caja estables y valoraciones más razonables. Pero la gestión activa no está exenta de riesgos. La presión por generar alfa (rendimiento superior al mercado) puede llevar a algunos gestores a asumir riesgos excesivos.

La paradoja de la liquidez exige un enfoque estratégico. Primero, es fundamental diversificar las carteras más allá de los activos tradicionales. La inversión en economía real –infraestructuras, educación, innovación– podría absorber parte de esta liquidez y generar retornos sociales y económicos más sostenibles. Segundo, los reguladores deben vigilar de cerca las dinámicas de mercado para evitar burbujas. Por último, los inversores deben adoptar un enfoque disciplinado: la selección de activos basada en fundamentales sólidos, junto con una visión a largo plazo, será clave para navegar un entorno donde el dinero abunda, pero las ideas escasean.

Este fenómeno refleja un desequilibrio profundo en los mercados globales. La abundancia de capital, lejos de ser una bendición, ha generado distorsiones que amenazan la estabilidad económica. Debemos actuar con cautela, priorizando estrategias que combinen innovación con análisis frío. Solo así se podrán convertir el exceso de liquidez en oportunidades reales, evitando los cantos de sirena de las modas pasajeras. En un mundo inundado de dinero, las ideas de calidad son el activo más escaso y valioso.

Javier Puerto es director de inversiones de Caser Asesores Financieros

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