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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El superciclo de la deuda ha llegado a su etapa final

Los políticos parecen incapaces de controlar los déficits: tarde o temprano, se producirá un reajuste

Los políticos británicos saben que su lugar de trabajo, el Palacio de Westminster, está en un estado lamentable. El complejo de edificios del siglo XIX sufre una infestación de alimañas, desprendimientos de mampostería, filtraciones de agua de tuberías de plomo y un cableado eléctrico deteriorado. Existe un peligro constante de incendio. Sin embargo, los ocupantes no logran reunir la voluntad para abordar el problema. Hace varios años archivaron planes de renovación elaborados y costosos. En su lugar, las estructuras en decadencia se remiendan de forma temporal. Pero cuanto más se retrasa la intervención, mayores son los costos estimados de las obras y mayor el riesgo de un incidente catastrófico, ha advertido el Comité de Cuentas Públicas del Parlamento.

Existe otro desafío ante el que la clase política británica parece igualmente incapaz de actuar. Desde la pandemia, el endeudamiento público del Reino Unido ha seguido una trayectoria ascendente pronunciada. A finales del año pasado, la deuda nacional se acercaba al 100% del PIB y el déficit fiscal superaba el 5%. La Oficina de Responsabilidad Presupuestaria advierte de que, si no hay cambios, la deuda pública alcanzará el 270% del PIB anual en los próximos 50 años. Un acto relativamente menor de disciplina fiscal reciente –la propuesta del Gobierno laborista de recortar los pagos por calefacción invernal a jubilados con altos ingresos– fue revertido tras enfrentar una feroz oposición de los propios legisladores del partido. El mes pasado, el Estado británico pidió prestados 21.000 millones de libras más, su mayor endeudamiento neto mensual fuera del año de la pandemia, y 3.600 millones más de lo que había previsto la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria.

Sin embargo, el Reino Unido no es precisamente una excepción entre las grandes economías desarrolladas. La deuda pública de Francia es incluso mayor, alcanzando el 112% del PIB, y el déficit presupuestario del año pasado fue del 5,7% de la producción económica. La deuda pública de Estados Unidos llegó al 121% del PIB el año pasado y su déficit fiscal ronda el 7%. En su último informe fiscal, el Fondo Monetario Internacional exhorta a los gobiernos a “poner en orden su casa fiscal”. En principio, la insolvencia soberana no es inevitable. Los gobiernos podrían aumentar los impuestos, reducir el gasto y actuar de forma decidida para impulsar el crecimiento económico. Si tomaran estas difíciles medidas, los molestos déficits fiscales desaparecerían gradualmente.

Pero falta determinación política. La Oficina de Responsabilidad Presupuestaria del Reino Unido observa que “las expectativas públicas sobre lo que el Gobierno puede y debe hacer en respuesta a amenazas emergentes y futuras emergencias parecen estar en aumento”. El primer ministro francés, François Bayrou, advierte que su país está “enganchado” al endeudamiento y a solo “un paso del abismo”. Sin embargo, el último y débilmente cómico plan de Francia para reducir el déficit fiscal consiste en cancelar dos días festivos nacionales, una medida que cuenta con fuerte oposición tanto de la izquierda como de la derecha. Al otro lado del Atlántico, cualquier ahorro logrado por el Departamento de Eficiencia Gubernamental de Elon Musk ha sido completamente superado por la Ley Una Gran y Hermosa Factura del presidente Donald Trump, que según la Oficina de Presupuesto del Congreso agregará otros 3,4 billones de dólares a los déficits de EE. UU. en la próxima década.

La raíz del problema parece ser cultural. En su libro The Fourth Turning is Here: What the Seasons of History Tell Us about How and When This Crisis Will End (La cuarta vuelta está aquí: lo que nos dicen las estaciones de la historia sobre cómo y cuándo terminará esta crisis), el demógrafo Neil Howe postula que las sociedades humanas atraviesan ciclos multigeneracionales. En la primera generación, la sociedad es fuerte, cohesionada y optimista. La siguiente experimenta un “despertar” en el que se cuestionan los valores establecidos. Le sigue un “desenlace” mientras las instituciones se debilitan, el orden cívico se deteriora y la sociedad se polariza cada vez más. “Un Gobierno incompetente, la disminución de la confianza pública y el incumplimiento ciudadano se retroalimentan en un círculo vicioso”, advierte Howe. La resolución llega finalmente con una “cuarta vuelta” en la que un nuevo orden cívico reemplaza al anterior.

El ciclo largo de Howe tiene su origen en el trabajo del historiador árabe del siglo XV, Ibn Jaldún, quien trazó el auge y caída de dinastías gobernantes a través de los cambios en la cohesión grupal. Para la cuarta generación de Ibn Jaldún, el espíritu colectivo de los fundadores se ha vuelto ampliamente despreciado, las leyes complejas se eluden, las grandes riquezas se acumulan en pocas manos y “destructores” presiden el colapso de la dinastía. Los tipos financieros más pragmáticos pueden considerar nebuloso este ciclo civilizacional, pero parece complementar la noción, ampliamente aceptada, de un superciclo de deuda: un período de varias décadas en el que el endeudamiento total aumenta sin cesar.

En su libro más reciente, How Countries Go Broke: The Big Cycle (Cómo se arruinan los países: el gran ciclo), Ray Dalio cuestiona “la despreocupada creencia de que no hay límites para la deuda o el crecimiento de la deuda gubernamental, especialmente en países con moneda de reserva”. El veterano gestor de fondos de cobertura estima que el “gran ciclo de deuda” dura alrededor de 80 años (aproximadamente la misma periodicidad que la revolución de Howe). A lo largo del ciclo de Dalio, el dinero sólido da paso al dinero fiduciario emitido por el gobierno, el sector privado asume demasiada deuda, momento en el cual el Estado interviene para rescatar a los prestatarios, y la deuda total sigue aumentando.

A medida que el ciclo se acerca a su fin, un país suele estar aquejado de déficits fiscales crónicos. El bajo ahorro interno y los déficits en cuenta corriente lo vuelven dependiente de prestamistas extranjeros. A medida que estos se vuelven más cautelosos, el vencimiento promedio de la deuda pública se acorta. El banco central se encuentra incapaz de establecer una tasa de interés que satisfaga tanto a acreedores como a prestatarios. Una vez que las tasas de interés aumentan, el costo del servicio de la deuda se vuelve cada vez más gravoso. Las finanzas del Estado empiezan a parecerse a un esquema Ponzi, donde se emite nueva deuda para pagar la anterior. Esa descripción se ajusta bastante bien a la situación de varias economías avanzadas hoy en día, entre ellas Reino Unido, Francia y Estados Unidos.

Las conclusiones de inversión del estudio histórico de Dalio no son sorprendentes. Poseer bonos del Estado al final de un superciclo de deuda no es una buena idea. Ante una crisis, los bancos centrales suelen rescatar a sus gobiernos. Cuando sube la inflación, las monedas se deprecian en los mercados internacionales. Los activos reales son una apuesta más segura. Las acciones tienden a caer durante la crisis, pero en general recuperan sus pérdidas después. El oro brilla: supera en promedio en un 71% a los bonos durante períodos de crisis, según Dalio.

“La historia es estacional, y el invierno ya está aquí”, escribe el sombrío profeta Howe. Dalio no cree que una crisis de deuda sea inminente, pero considera probable que ocurra en la próxima década. Los tenedores de bonos están advertidos. En el lado positivo, es posible que para entonces una generación más resuelta de parlamentarios haya comenzado a reparar el Palacio de Westminster.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Pierre Lomba, es responsabilidad de CincoDías.

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