Batalla de tuits que nos hace perder la guerra por la democracia
Obsesionados por comparar el nivel relativo de suciedad en sus ombligos respectivos (¡y tú más!), nuestros políticos están dejando el terreno libre para una extrema derecha sin escrúpulos

Obsesionados por comparar el nivel relativo de suciedad en sus ombligos respectivos (¡y tú más!), nuestros políticos están dejando el terreno libre para que una extrema derecha sin escrúpulos, al servicio de intereses extranjeros (Putin y Trump), nos vaya ganando, en toda Europa, la batalla contra la democracia a base de mentiras, bulos y odio, difundidos por redes sociales. Eso confirma el Barómetro de Julio del Instituto Elcano cuando constata que un 54% de entrevistados cree que la democracia está en peligro en Europa y, de forma indirecta, el del CIS cuando recoge que un 74% de ciudadanos tiene poca o ninguna confianza en el presidente del Gobierno, pero, a la vez, un 78% tiene poca o ninguna confianza en el líder de la oposición.
La inmigración es el mantra utilizado por los enemigos internos de la democracia europea: combate la idea de derechos humanos, genera miedo y lo transforma en odio, normalizando la “cacería al diferente”. Pero lo hace con éxito: crece quienes apoyan medidas más duras contra la inmigración, los partidos conservadores europeos están girando hacia su derecha con más medidas de dureza en este terreno y ha conseguido situar la inmigración por delante del paro entre los problemas que más preocupan a los españoles. A partir de ahí, se lanzan propuestas importadas e imposibles de aplicar como “la expulsión de X millones de inmigrantes” que es la propuesta más “antipatriota” por contraria a los intereses de España de todas las que circulan por el circo político-mediático actual.
Aunque sé que la verdad no importa, la población inmigrante en España procede mayoritariamente de Latinoamérica (47% del total), supera los nueve millones, con una tasa de ocupación mayor que la de los españoles: hay 3 millones de extranjeros dados de alta en la Seguridad Social como ocupados, el 90% del nuevo empleo creado en el último año han sido inmigrantes y lo han hecho en trabajos como servicio doméstico, incluido cuidado de niños y personas mayores, y hostelería que dependen completamente de trabajadores extranjeros, ante la falta de nacionales. Todo nuestro crecimiento demográfico en lo que llevamos de siglo, se debe a la recepción de inmigrantes.
Digámoslo claro y alto: más allá de problemas puntuales vinculados a explotación ilegal y abusiva en ciertas actividades y a una inmigración irregular con gran impacto mediático, el bienestar actual y futuro de España está vinculado a la recepción e integración de inmigrantes. Por eso, las políticas basadas en el odio y expulsión de inmigrantes, son claramente antiespañolas y encuentran su espacio cuando los grandes partidos, que representan a la inmensa mayoría de ciudadanos, entran en un círculo acelerado y enloquecido de “yoismo/tuismo” que les impide acordar y resolver incluso aquellos problemas en los que están de acuerdo, como el de reparto de los menores no acompañados concentrados en Canarias. Pero no es el único.
Avergüenza a los demócratas el pasado debate parlamentario sobre la corrupción en el Congreso: en lugar de reconocer que nuestro sistema administrativo y político, como todos, tiene problemas reales de control por los que se cuelan los corruptos y ponernos de acuerdo en cómo ir cerrándoles los espacios procedimentales que lo hacen posible, asistimos a un bochornoso espectáculo en el que los dos partidos que han formado parte del Gobierno se echaban en cara el problema, como si, por definición, “tus corruptos” fueran siempre peores que “mis corruptos”. Si ambos partidos están en contra de la corrupción, y ambos han sufrido el problema en sus propias carnes, ¿Por qué no son capaces de ponerse de acuerdo en medidas para evitarlo? ¿De verdad que la lucha contra la corrupción que deteriora a la democracia es, también, un asunto susceptible de polarizarse hasta el espectáculo actual?
Tampoco refuerza la democracia amenazada, la imposibilidad aparente de que los dos partidos se pongan de acuerdo para resolver uno de los grandes problemas de España hoy: la falta de viviendas que está detrás de la subida de precios, en venta y alquiler, hasta el punto de hablar de que existe una emergencia habitacional. ¿Se nos ha olvidado cómo se construyen pisos? Todas las viviendas, sean sociales, de precio controlado, libre, en venta o en alquiler, necesitan estos tres pasos: habilitar más suelo urbanizable, apoyar la inversión en el proceso urbanizador y, luego, en la edificación. Y si tenemos urgencia en construirlas para cerrar de déficit acumulado en los últimos años, habrá que aprobar un Plan Extraordinario que, de la mano de las tres administraciones competentes, adopte medidas excepcionales: acortar plazos, rebajar impuestos (incluso eliminando el IVA en VPO) y dotar de financiación suficiente. Si una democracia no es capaz de hacer esto porque está sometida a una polarización partidista, aumentaran los partidarios de regímenes no democráticos, pero, supuestamente, más eficaces.
Tras el apagón nacional del 28 de abril, produce sonrojo que tampoco seamos capaces de ponernos de acuerdo en sus causas y en aquellas medidas que evitarían su posible repetición. Sobre todo, cuando aceptamos ya algunas evidencias físicas: el sistema eléctrico necesita disponer de tecnologías síncronas suficientes, capaces de absorber la energía reactiva, que complementen a fotovoltaicas y eólicas, a la vez que les sirven de respaldo para cuando no hay sol, ni viento. Tenemos, al menos dos, que cumplen las condiciones: gas y nuclear, que no emite CO2. Sabemos también que la inversión en renovables se está ralentizando, en parte por problemas de falta de planificación en redes, con el riesgo de no cumplir con las previsiones del PNIEC. En esas condiciones: ¿Por qué no acordar una moratoria para el cierre de las nucleares, lo que evitaría un eventual segundo apagón, en condiciones que no penalicen a las propietarias?
Y así, poco a poco, iremos descubriendo que la democracia funciona y resuelve los problemas reales de los ciudadanos cuando consigue acordar sobre el interés general, en vez de enrocarse en el populismo partidista polarizador del tuit manipulado y la confrontación como sistema.

