Socialdemócratas que ya no hablan de ricos y pobres
Las grandes fortunas ya proceden más de la herencia que del emprendimiento

Cuentan, que tras nombrar duque a Adolfo Suárez como reconocimiento a sus méritos durante la transición política fue a felicitarlo otro noble con ducado diciéndole: Adolfo, ¡ahora ya eres como yo! A lo que Suárez replicó rápido: No. Soy como tu antecesor, el que se ganó el título a pulso. Tú no has hecho nada, salvo heredarlo. Pues lo mismo ocurre con la riqueza: según estudios del banco suizo UBS, las grandes fortunas ya proceden más de la herencia que del emprendimiento. Lo mismo concluye Oxfam que calcula que el 60% de la riqueza de los milmillonarios mundiales es heredada.
Una encuesta de Cluster 17, publicada estos días por la consultora BeBarlet, coincide con la del CIS en este punto: un 75% considera que la desigualdad social está aumentando en España y esa percepción es transversal por toda la población. Que la posición social de una persona dependa más de su origen familiar y lugar de nacimiento que de su esfuerzo y capacidades es lo que nos lleva a algunos a hablar de que nos hemos instalado en un neofeudalismo, contrario a los valores de las democracias social-liberales. De la misma manera, el hecho de que solo un 50% de ciudadanos crea (según el CIS) que la democracia favorece el reparto equitativo de la riqueza, mientras que un 40% piensa que más bien lo perjudica, es un serio toque de atención sobre la magnitud de los fallos de una democracia con partidos políticos cada vez más despistados y descentrados respecto a cuáles son los problemas reales de las sociedades modernas. Por ejemplo: si el 89% cree (según la misma encuesta) que los gobiernos deben actuar para evitar que las desigualdades aumenten y luego un 83% considera que la concentración de riqueza está aumentando, se constata con ello un fracaso evidente, por acción u omisión, de las políticas públicas puestas en marcha para reducir esa distancia entre pobres y ricos. Fracaso que no mejora, últimamente, aunque gobiernen partidos socialdemócratas porque, cada vez más, estos han ido sustituyendo de sus prioridades la lucha contra las desigualdades sociales, frente a otras desigualdades identitarias y sus tradicionales y efectivas medidas redistributivas (reformas fiscales progresistas y concentración del gasto público en quien más lo necesita) por golpes mediáticos aislados, de aplicación general. La socialdemocracia española ha sido absorbida por el populismo, como las democracias adoptan formas autocráticas de forma creciente, siendo los USA de Trump el paradigma.
La preocupación de los españoles con la desigualdad social existente se concentra en las cuatro principales según ellos: pobre/ricos; directivos/empleados; parados/empleados; inmigrantes/nacionales. Y se despliegan en los dos elementos tradicionales de medición: riqueza (activos menos deudas) y renta (flujo anual de ingresos). ¿Tiene fundamento objetivo dicha preocupación? Parece que sí.
Según un reciente estudio de EsadeEcPol sobre la distribución de la riqueza por comunidades autónomas en España, la evidencia empírica disponible avala dos conclusiones contundentes: la desigualdad en riqueza es hoy muy superior en España a la desigualdad de renta y, la concentración de la riqueza se ha incrementado en la última década de manera que el 1% de los hogares más ricos controlan el 27% de la riqueza total mientras que el 50% menos ricos, solo concentra el 7%. Como parece esperable, el 30% de la riqueza familiar lo constituye la vivienda habitual lo que lanza una duda razonable sobre el futuro de las generaciones de jóvenes que no están siendo capaces de acceder hoy a una casa en propiedad.
Si analizamos la renta, dos datos: los salarios han crecido en España por debajo del crecimiento de los beneficios empresariales y, segundo, la renta neta real anual de las familias se mantiene inferior respecto a 2008, es decir, a pesar de su crecimiento en los últimos tiempos, no se ha recuperado, todavía, lo perdido por la inflación (los precios han crecido en el periodo, seis puntos más que la renta media, así como la presión fiscal directa como consecuencia de la no deflactación de las tarifas).
La desigualdad de renta y riqueza se consolida en España y a nivel mundial porque uno de los principales instrumentos utilizados para suavizarla en favor de una igualdad de oportunidades ha ido perdiendo fuerza: no solo la progresividad del impuesto sobre la renta ha ido rebajándose, a la vez que se centra en rentas del trabajo (con rentas del capital tributando menos), sino que los impuestos, sobre el patrimonio y sobre la herencia, tienden a desaparecer o, como mucho, a ser simbólicos. Incluso una parte de la socialdemocracia ha comprado este relato reaccionario que solo beneficia a la parte más rica de una sociedad cada vez más injusta. Y cuando se mantienen, como aquí mediante el impuesto a las grandes fortunas, su diseño busca más la propaganda, que la eficacia.
Todo ello, a pesar de lo que dice el artículo 31.1 de la Constitución: todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica (que es la suma de renta y riqueza) con la progresividad como principio. Hoy, no solo dos personas que ingresen lo mismo al año, uno por trabajo y otro como rentas del capital, no pagan los mismos impuestos, sino que dos personas con la misma capacidad económica tampoco lo hacen si uno la ha ganado y el otro la ha heredado y así, el sistema tributario español favorece el rentismo y la posición social por nacimiento, castigando el esfuerzo y los méritos.
El modelo completo de democracia del bienestar construido en Occidente después de la II Guerra Mundial está en regresión acelerada. Uno de los resultados constatable es que la desigualdad entre ricos y pobres está creciendo de manera evidente. Y mientras los discursos neoreaccionarios van ganado espacio y poder en su propuesta de regresar a un neofeudalismo, la socialdemocracia pierde fuerza en medio de su transformación en un neopopulismo bonapartista. Para pensar.
Jordi Sevilla es economista