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Para pensar
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un 0,7% ‘vintage’ para un mundo inexistente

La caída del comunismo, la globalización y el ascenso de países como China, India o Brasil han cambiado el paradigma

El compromiso del presidente Sánchez en la reciente Cumbre de Sevilla de que España alcanzaría el 0,7% del PIB en Ayuda Oficial al Desarrollo para 2030 desde el actual 0,25%, se enmarca, frente a la retirada total de EE UU de dicha ayuda, en su estrategia internacional de ser el anti-Trump. Pero, a mí, me recordó aquella sesión de investidura de 2004 en la que el presidente Zapatero se comprometió a que el Gobierno del que yo acabaría formando parte dedicaría el 0,7% del PIB en Ayuda al Desarrollo, compromiso que empezamos a cumplir (se duplicó la ayuda desde el 0,24 al 0,46%), hasta los recortes obligados por la crisis del euro de 2010. Pero pongamos un poco de contexto a esta Conferencia de la ONU para la financiación del desarrollo que llevaba diez años sin convocarse.

Es en 1970 cuando la Asamblea General de la ONU alcanza el compromiso de destinar un 0,7% del PIB de los países ricos en Ayuda Oficial al Desarrollo de los países pobres, recogiendo una iniciativa previa de la OCDE en ese sentido. El orden mundial en el que surge dicho compromiso está formado por un Norte desarrollado, dividido en dos bloques enfrentados: capitalismo (primer mundo) y comunismo (segundo mundo) y un Sur pobre y subdesarrollado (tercer mundo). En la década de los 60, la mayoría de países del Sur constituyen el Movimiento de Países no Alineados como respuesta a la polarización creada por la Guerra Fría entre EE UU y la URSS, con sus satélites y aliados. Muchos de ellos comparten el haber sido colonias hasta hacía poco y tener unas economías subdesarrolladas y el Movimiento llegó a tener 120 Estados miembros mayoritariamente de África, Asia y América Latina.

En ese mundo, la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) consistía en donaciones y préstamos favorables, conocimiento y material técnico que conceden países ricos a los países pobres (reconocidos como tal en una lista “oficial”), para ayudar a combatir el hambre y las enfermedades y desarrollar proyectos que impulsen su desarrollo y bienestar, todo ello para evitar que el país receptor se pase al bloque opositor y siempre que el proyecto lo lleve a cabo empresas del país donante. La AOD ha sido, para muchos países, la principal fuente de financiación externa ya que estaban excluidos de los prestamos (salvo por parte de organismos multilaterales) y no tenían exportaciones que les produjeran divisas.

Así, el paradigma de la AOD ha formado parte sustancial, durante décadas, de un mundo organizado en torno a dos bloques y regulado por organismos multilaterales con una concepción tradicional del desarrollo. Con el tiempo, la AOD basculó hacia los aspectos sanitarios y el hambre, se vio reforzada por ayuda privada (el llamado filantrocapitalismo de la mano de Fundaciones como la de Gates) y ha sido objeto de fuertes críticas que denunciaban el hecho de que muchos proyectos financiados por AOD servían para reforzar a dictadores y corruptos del país receptor más que al pueblo o el cinismo de países desarrollados que con una mano prohibían la entrada en sus mercados nacionales de exportaciones de aquellos países a los que, con la otra, ofrecían proyectos inútiles de AOD, en beneficio de unos pocos.

La caída del comunismo, la globalización y el ascenso de países como China, India o Brasil han cambiado el paradigma de orden mundial en que actuaba la AOD. Algo similar ha pasado por el impacto de la Agenda 2030 para un Desarrollo Sostenible. En conjunto, los últimos veinticinco años han sido los de mayor progreso mundial, con importantes reducciones de muertes por enfermedades como sida o malaria, mientras se ha reducido a la mitad, la pobreza extrema en el mundo. Algunos países del Tercer Mundo organizaron la OPEP gracias al petróleo. Luego, surgieron los BRICS+ que hoy representan el 30% del PIB y el 49% de la población mundial, con economía emergentes y gran potencial que aspiran a tener su puesto en el nuevo orden. Ahora se habla, también, del sur global como instrumento de nuevos países que consideran obsoletos los actuales marcos de relación multilateral, demasiado vinculados a un pasado Norte-Sur desaparecido, y buscan huecos para hacer notar su importancia. China, alcanzado su desarrollo, aspira a convertirse en potencia mundial y, para ello, está tejiendo las redes de un orden alternativo al hegemonizado por EE UU, que incluye desde la Nueva Ruta de la Seda a las inversiones masivas en África y América Latina, la alianza con la sancionada Rusia de Putin o la creación de nuevos bancos de desarrollo multilateral.

La vieja AOD, cuya aportación global ha ido disminuyendo con los años y más que lo hará si consideramos la decisión de Trump de retirar totalmente a EE UU de una AOD de la que llegaron a representar el 40% global, se va concentrando en ayuda sanitaria y de emergencia para los países más pobres. Mientras tanto, la pandemia del covid y la crisis climática han irrumpido para introducir un nuevo elemento: el alto endeudamiento de algunos países en desarrollo hasta el punto de que hoy, unos 60 países del sur global destinan más recursos para pagar la deuda externa que a sanidad y educación nacional: Oxfam calcula dicha deuda acumulada en cinco billones de euros. Este ha sido uno de los aspectos más sobresalientes de la reunión de Sevilla: muchos países pobres, tenían un problema y, ahora, tienen dos o, incluso tres si añadimos la deuda climática que los países del primer mundo les generan: para cumplir la Agenda 2030, faltan transferencias por cuatro billones de dólares/año.

El trumpismo representa el golpe final a un desorden mundial lejos de establecer una arquitectura que se alejará mucho del pasado porque hay nuevos actores e intereses y otros equilibrios de fuerza. En este nuevo contexto tan fluido, los países ricos no cumplimos nuestros compromisos con los pobres, pero, de vez en cuando, ondeamos la bandera del 0,7% desde hace 50 años, para tapar la mala conciencia.

Jordi Sevilla es economista.

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