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La tribuna de los fondos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En un mundo loco, la rentabilidad depende de saber controlar las emociones

No sucumbir a la tentación de vender o aprovechar las oportunidades que deja la histeria de las pocas cosas que, pase lo que pase, no cambian nunca

Hemos llegado al ecuador del 2025 exhaustos de actualidad. Casi rogando por una jornada anodina. ¿Pero no puede haber un día sin que pase algo histórico? Los que trabajamos en el sector financiero tenemos que convivir con que la historia se pasee por nuestras pantallas. ¡Y vaya si se pasea! Hace 62 años, en 1963, se estrenó en Estados Unidos la película El mundo está loco, loco, loco, loco (título original: It’s a Mad, Mad, Mad, Mad World). Nótese que lleva cuatro veces la palabra “loco” en el título. En esta comedia, conviven Spencer Tracy, Mickey Rooney, Peter Falk (antes de ser Colombo), entre otros, como protagonistas, junto a Buster Keaton o Jerry Lewis, que se animaron a hacer un cameo.

Espero que encuentren acertada la metáfora entre la trama de la desternillante película y la actualidad que nos toca vivir: en una interminable y abrupta autopista del desierto, conducen ocho automovilistas comunes y corrientes. Entre ellos, un camionero aburrido, un dentista y otros conductores que van con sus cónyuges de vacaciones a distintos rumbos, todos con distintos problemas propios. Repentinamente, presencian la alocada carrera de un automovilista que los sobrepasa a toda velocidad. En una curva, pierde el control del coche, atraviesa el quitamiedos y, finalmente, se desbarranca con su automóvil. El hombre logra sobrevivir el tiempo suficiente para contar a los testigos una increíble revelación, que despertará en ellos la ambición de la riqueza fácil. La situación cambiará sus planes y sus vidas.

¿Se animan a poner rostro (una pista, con un cierto tono naranja) al conductor chiflado? Los mercados celebraron con gran alegría la victoria de Donald Trump el pasado mes de noviembre. Su eslógan “Make America Great Again”, unido a su condición de viejo conocido, auguraba una nueva época dorada para los activos estadounidenses. Más gasolina para apoyar la idea de la excepcionalidad de Estados Unidos.

Nada más lejos de la realidad. En sus primeros 100 días de mandato, Trump ha dado un puñetazo al tablero de juego y ha descolocado todas las piezas. Ya no es posible retomar la partida en el punto en el que estábamos y, aunque el mundo sigue siendo mundo, parece que algunas cosas van a cambiar para siempre. Las relaciones comerciales, las alianzas geopolíticas, la liza por los recursos críticos, la competencia entre naciones o, incluso, dar por supuesto que las conquistas de las democracias occidentales durante las últimas décadas son inamovibles.

Por un lado está la realidad (lo que verdaderamente ocurre) y, por otro, las narrativas, más grandilocuentes, que tratan de detectar los grandes cambios de tendencias. Al mercado le encantan los titulares. Hemos coqueteado con la Tercera Guerra Mundial, con el fin de la globalización y, más recientemente, con el ocaso del dólar americano como moneda de reserva del mundo.

Trump y sus ocurrencias han conseguido desestabilizar a los mercados, pero solo un ratito. Casi parece mentira que, después de haber pasado por una caída del 20% desde máximos, habiendo visto una de las mayores lecturas del índice de volatilidad de la historia, leído titulares de una nueva gran recesión, estemos hoy, a mediados de julio, con la Bolsa estadounidense en máximos históricos. Tirando de otra metáfora del séptimo arte, es como si el mercado fuera como el avanzado y malvado T-1000 de Terminator 2 (El juicio final), hecho de metal líquido, que era capaz de reconstruirse a sí mismo juntando de nuevo sus pedazos.

Los mercados han encontrado la forma de leer a Trump. Hasta el punto de dar con un insolente pero certero acrónimo que ha descrito el comportamiento de los activos de riesgo ante los frecuentes cambios de opinión del presidente. Casi hay que dar gracias por ello y por su poco apego a la palabra dicha. El TACO trade (Trump Always Chickens Out, Trump siempre se acobarda) se quedará en la memoria de los mercados para explicar lo que hemos vivido desde el pasado y ya célebre 2 de abril de 2025, Día de La Liberación.

Las Bolsas se han recuperado con fuerza, los bonos se han calmado, los diferenciales de crédito vuelven a estar cerca de mínimos y parece que no hay nada que pueda con la fortaleza del mercado. Solo la divisa norteamericana divisa sigue exhibiendo un notable parte de daños. El dólar se ha depreciado contra el euro un 11% en lo que va de año, algo que empieza a hacer pupa a Europa (al menos así lo reflejan recientemente las empresas cotizadas con más peso exportador), pero no viene del todo mal a Estados Unidos.

Y, ahora, ¿qué? ¿Qué nos deparará la segunda parte del año? Nos metemos en una sala de cine sin saber qué película pondrán. Veremos si el puñetazo en el tablero empieza a mostrar daños en el crecimiento económico o en los beneficios empresariales. Así lo espera el mercado, pero hay que reconocer la enorme dificultad de hacer previsiones en un escenario de tan alta incertidumbre.

Si hace unos años se popularizó el acrónimo VUCA para describir un entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo, ahora suena con más fuerza el acrónimo BANI, que trata de describir una realidad frágil, cargada de ansiedad, con resultados no lineales y, muchas veces, incomprensible.

Seguro que a lo largo de estos intensos seis meses muchos nos hemos preguntado si Trump verdaderamente tenía (tiene) un plan o por qué romper algo que estaba razonablemente bien. Hegel dijo que los errores de los grandes hombres son los que conforman la historia del mundo: incluso los actos fallidos o mal calculados de líderes poderosos acaban configurando el destino de los pueblos.

Más allá de la incómoda sensación que nos produce el estar asistiendo en directo a cómo se escribe la historia, el comportamiento de los mercados nos ha dejado otra poderosa lección. Vuelven a ser las emociones o, mejor dicho, el control de las mismas, las que determinan la rentabilidad de una cartera. No sucumbir a la tentación de vender ante el titular y permanecer invertido o, incluso, aprovechar las oportunidades que dejan unos mercados cuando se ponen histéricos es de las pocas cosas que, pase lo que pase, no cambian nunca.

Marta Campello es gestora de Abante.

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