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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dimensionar el turismo

La economía española corre el riesgo de caer en la autocomplacencia de lo coyuntural frente a la importancia del cambio estructural

Turistas con maletas recién llegadas a Barcelona para realizar una despedida de soltera.
CINCO DÍAS

Ni los tambaleos del orden mundial pueden con la gallina española de los huevos de oro: el turismo se anota la mejor Semana Santa de su historia y apunta a superar este año el hito de los 100 millones de viajeros. En abril, además, el gasto de los visitantes extranjeros repuntó un 14,1% hasta los 10.826 millones de euros. Todo ello a las puertas de un verano que se antoja, una vez más, de récord.

La importancia del sector para la economía española es innegable, toda vez que supone más del 12% del PIB –en 2023, último año con datos– y que aporta más del 13% del empleo. Además, hay señales positivas que invitan a creer, como defiende el Gobierno, en un cambio de modelo que priorice la calidad por encima de la cantidad: el gasto sigue creciendo por encima del volumen de llegadas. Y los datos agregados del primer cuatrimestre dan señales de esperanza para la siempre esperada desestacionalización.

Pero no es oro todo lo que reluce: aunque importante –y tractor de la economía en momentos complicados–, el turismo, como baluarte del sector servicios, sigue siendo una actividad que deja poco valor añadido. En plena reconversión de la economía y el orden global, el consenso entre los expertos –desde Mario Draghi hasta Enrico Letta– es que el futuro de la UE y sus miembros pasa por la productividad. Y el auge del turismo puede entorpecer ese cambio tan necesario.

El crecimiento del sector crea tensiones innegables. Lo hace sobre la vivienda, especialmente en algunos núcleos urbanos aquejados de escasez y, por tanto, de altos precios; como también sobre la inflación, con los componentes del IPC ligados al sector disparados. Y también afecta al empleo, generando tensiones en segmentos en lucha por atraer mano de obra que la inmigración no va a poder resolver siempre. Todas estas tensiones funcionan, a la larga, como un tapón a la productividad y al nacimiento de nuevas empresas.

Así las cosas, la economía española corre el riesgo de caer en la autocomplacencia de lo coyuntural frente a la importancia del cambio estructural. Las tendencias positivas en el sector turístico, como el alejamiento de un modelo intensivo y estacionalizado, tienen que seguir incentivándose. Pero con el objetivo siempre en mente de cambiar el modelo productivo para hacerlo más sólido en el futuro. Esta meta pasa, inevitablemente, por depender menos de la gallina de los huevos de oro. El turismo es necesario y bienvenido, pero conviene dimensionar bien su aportación al conjunto de la economía, para que no acabe muriendo de éxito.

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