Otro Primero de Mayo con mucho que reclamar y poco que celebrar
Los sindicatos encajan una pertinaz pérdida de afiliación y se refugian en el empleo público ante el desapego de jóvenes e inmigrantes

Cada Primero de Mayo, este año también, los sindicatos se miran al espejo y concluyen que mejoran con la edad, aunque siempre disponen de un creciente cuaderno de quejas para cebar la agenda reivindicativa de la campaña siguiente. Y aunque también lo ven en la imagen que devuelve el espejo, nunca cuentan que, pese a que el mercado laboral crece a cotas de récord y con él, sus defectos, ellos menguan en afiliación allí donde bulle la actividad, y refugian sus limitadas fuerzas cada vez más en las cómodas empresas y administraciones públicas y en los colectivos pasivos. Revisan y activan cada poco su manual de crecimiento, pero los resultados no afloran y su nivel de influencia se constriñe.
El consuelo de siempre es que el mal afecta por igual, con intensidades diferentes, a todo el movimiento sindical en las economías abiertas, en las que el retroceso de la adhesión, el poder y la influencia de las organizaciones de trabajadores se ha reducido notablemente en las últimas décadas. El fenómeno se ha intensificado en Europa, considerada cuna de la industrialización y de los movimientos asociativos laborales, en la que a la pérdida de pujanza industrial por la globalización hay que añadir la competencia interna por mantener la actividad instalada o capturar la nueva. Una competencia en la que también pujan los sindicatos de cada país, por mucho credo internacionalista que se profese.
En los años transcurridos del siglo la afiliación sindical ha caído de forma generalizada en todos los países, con excepciones muy puntuales en las grandes economías, como Italia. La pérdida porcentual media de cotizantes a los sindicatos supera el 10% y afecta a cuatro de cada cinco países, y se ha intensificado especialmente tras la gran crisis del año 2008, sin que aparezcan por el momento indicios de un cambio en la tendencia contractiva.
Tradicionalmente el movimiento sindical carga sus pilas y engorda sus filas en los periodos críticos, y las afloja en los de efervescencia económica. Sin embargo, los últimos movimientos cíclicos de la economía no han tendido tales réplicas sindicales, y parece que la masa laboral ha buscado las soluciones en herramientas más allá de los sindicatos.
Pero tras los últimos movimientos sísmicos de las sociedades occidentales, y en lo que va de siglo van varios y de consecuencias muy severas, la ciudadanía en general y los colectivos asalariados en particular han buscado la solución en las herramientas políticas, y no tanto en las sindicales. En algunos países, en demasiados países, como los sindicatos han abundado en el error de mimetizarse con los partidos políticos de izquierda, han sido desechados como solución cuando han llegado los problemas serios. La reacción ha sido el resurgimiento de soluciones políticas populistas, de un lado y de otro del espectro ideológico, por considerar que tienen más posibilidades y más aceleradas de ofrecer soluciones que los sindicatos.
En el caso español hay matices importantes. Si a la identificación natural con los partidos de la izquierda se añade un activismo gubernamental prolabor desmesurado e impropio de una acción política equilibrada, parece que son los sindicatos quienes gobiernan. La gran mayoría de las decisiones de política laboral, y algunas de las estrictamente económicas, salen de la agenda sindical, que pareciera tener a su delegada plenipotenciaria sentada en el Consejo de Ministros. No es posible, por tanto, quitar valor a la influencia sindical, muy superior al poder que les proporcionan unas cifras pobres y menguantes de afiliación y de respaldo en elecciones sindicales, así como de presencia en las mesas negociadoras de los convenios, en el que el poder desmesurado lo proporciona graciosamente una ley de los ochenta del pasado siglo.
En España la afiliación ronda los dos millones de cotizantes, dando por buenos los datos que afloran en las declaraciones de IRPF, que bonifica las aportaciones a las organizaciones sindicales, con participaciones muy similares de los dos grades sindicatos de clase. Si cuantitativamente la afiliación es limitada, cualitativamente, lo es más, y más lo será en el futuro si las centrales, en esa revisión continua de sus métodos de convicción y proselitismo, no logran revertir la situación. La afiliación de activos se concentra fundamentalmente en las actividades cómodas, en las que la titularidad de los patronos es pública (educación, administración pública en general, sanidad), en las que los conflictos laborales se saldan a favor de los empleados la mayoría de las veces y sin necesidad de presión, y en las que disponen de una bunkerización normativa. Además, hay una abundante afiliación pasiva de los pensionistas, que mantienen su condición cuando se jubilan.
La presencia es limitada en las actividades de mercado, con la única excepción de la banca o la industria automovilística. Pero en las manufacturas, la hostelería, los transportes o el comercio las tasas de afiliación rondan solo el 10% de los asalariados. La aparición de nuevos formatos contractuales, societarios y de trabajo, junto con la creciente utilización del trabajo autónomo y las relaciones individualizadas, han jugado en contra de la sindicalización, o al menos los sindicatos no han sido capaces de utilizarlos como palanca de proselitismo.
Consecuencia de todo ello, los sindicatos han envejecido con sus afiliados. En España solo entre 2006 y 2016 la edad media de los afiliados ha pasado de 41 años a los 47, según un estudio publicado por la Fundación Primero de Mayo (CCOO). Y si en 2006 la afiliación de menores de 30 años era del 8% de los asalariados, diez años después solo era del 5%. En el caso de los de edad superior a 30 años, el porcentaje habría pasado del 18% al 10%. Pero a la dificultad de incorporar a los jóvenes, sobre lo que los sindicatos deben interpelarse muy seriamente, se añade la presencia creciente de efectivos laborales inmigrados, muy intensa en España en lo que va de siglo y muy reticentes al asociacionismo sindical.
La estructura de la actividad y su reflejo en el mercado laboral, con altas dosis de estacionalidad y rotación en muchos servicios, así como la contratación diferencial asociada (temporales, a tiempo parcial, fijos discontinuos) no es el mejor escenario para la afiliación en el sector privado de la economía. La vulnerabilidad de estos modelos, que perpetúan la temporalidad y la precariedad salarial y que debilitan las garantías de las pensiones futuras, debería ser un acicate para la defensa laboral y el refugio en el asociacionismo sindical, pero no lo es, seguramente porque las organizaciones de trabajadores no han ofrecido alternativas atractivas a los afectados.
Igual que han explotado su presencia en los colectivos cómodos, han descuidado la atención a los que lo eran menos, como los desempleados. Han concentrado demasiados esfuerzos en hacer política, con seguidismo a los gobiernos o activismo para combatirlos, según las circunstancias, y han descuidado su función en las empresas, donde empieza la lucha de clases y echa raíz la esencia verdadera del sindicalismo.
José Antonio Vega es periodista.