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La lupa
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Deben mostrar sus opiniones políticas los líderes empresariales?

De la verborrea de Elon Musk, que pone en riesgo Tesla al ligarse con Donald Trump, al mutismo de Amancio Ortega

Elon Musk, fundador y CEO de Tesla, con una gorra de apoyo a Donald Trump.

El beneficio de Tesla se hunde un 71% por el daño provocado a la marca por Elon Musk”. Así tituló Miguel Jiménez su crónica sobre los resultados de la compañía de coches eléctricos, ya que buena parte de esa caída es consecuencia directa del rechazo de los consumidores a un producto fabricado por una empresa cuyo presidente está profundamente ligado a los postulados de Donald Trump y la ultraderecha global. La ironía es que el desplome de ventas de Tesla ha convertido en líder mundial en ventas de coches eléctricos al fabricante chino BYD, cuyas siglas vienen del slogan build your dreams, que en castellano significa “construye tus sueños”.

La actitud de Musk y sus consecuencias, reabren el debate sobre la conveniencia, incluso sobre el derecho, de los líderes empresariales a mostrar públicamente sus opiniones políticas. El caso de Elon Musk puede parecer extremo, puesto que además de comulgar con el ideario de Trump, se ha implicado en su equipo. Pero hay ejemplos de mayor simbiosis, como el del propio Trump, un empresario de éxito irregular, o el de Sebastián Piñera, que alcanzó la presidencia de Chile siendo una de las principales fortunas del país, con participaciones muy relevantes en diferentes empresas, como la aerolínea Lan, hoy integrada en Latam.

Cuando el empresario-político tiene el 100% del capital de la compañía, hay poco que decir sobre su actuación. Pero ese no es el caso de Elon Musk, quien pese a la simbiosis entre él y Tesla, su participación en el capital no llega al 13%, que es menos de lo que suman grandes gestoras de fondos como Vanguard o Blackrock. Por tanto, el coste de sus excentricidades va mucho más allá de su bolsillo. Estos fondos no le han despedido aún porque han ganado mucho dinero con él, aunque ahora lleve una caída del 50% desde los máximos que alcanzó a mediados de diciembre. El miedo al despido explica que Musk se apresurara a anunciar, a la vez que los malos resultados, que va a reducir el tiempo que dedica a la Administración Trump. Así consiguió que el Financial Times titulara que “priorizará Tesla sobre la Casa Blanca” y quizás haya comprado algo más de tiempo.

El otro extremo, es el de los empresarios que jamás opinan de política; en realidad no suelen opinar de nada. Hay múltiples ejemplos, y en España tenemos a uno de los más paradigmáticos: Amancio Ortega. El empresario de mayor éxito de la historia de este país, jamás ha dado una entrevista y se mantiene totalmente al margen de la vida política y social públicas. Es difícil suponer que le hubiera ido mejor haciéndolo de otra manera, puesto que su trayectoria ya es lo suficientemente deslumbrante como para no poder imaginar algo mejor.

Hay estudios de economistas internacionales que sostienen que los líderes empresariales son tan influyentes como interesados, y que cuando son activos públicamente es porque buscan que los poderes públicos legislen, regulen y supervisen a su favor, especialmente en materias claves como competencia y fiscalidad. En opinión de Martin Wolf, economista y columnista principal del Financial Times, “las compañías han utilizado su poder para establecer las reglas del juego.

Obviamente, no son la única voz, pero tienen muchos recursos y son muy influyentes, especialmente en Estados Unidos, la nación más importante de Occidente. La consecuencia ha sido una forma de capitalismo que ha creado una distribución muy desigual de la riqueza y ha generado riesgos incontrolables para la gente corriente, ésta es la causa de la ansiedad y el enfado actuales. Seguramente por ello, los populistas de derechas, especialmente Donald Trump, acabaron sustituyendo a los conservadores más tradicionales”.

Martin Wolf escribió estas reflexiones en enero de 2022. Pero los ciudadanos que votaron a Trump por su aparente anti establishment lamentarán su voto al ver su descarada connivencia con determinados sectores empresariales, como las bigtech o las criptomonedas. Elon Musk, cuyas empresas contratan con la Administración, ha aportado más de 250 millones de dólares a su campaña electoral, algo que en muchos países del mundo sería juzgado como un caso de corrupción. Al tiempo, hay otros sectores empresariales que no están de acuerdo con las políticas empresariales de Trump, que las consideran dañinas, pero no se atreven a levantar la voz por miedo a represalias. Es muy difícil salir indemne si te enfrentas al poder político, más si tiene rasgos autócratas.

Volviendo al debate sobre la conveniencia de la participación de los empresarios en el debate público, José Antonio Zarzalejos, uno de los analistas políticos más respetados, decía recientemente: “En España existe una energía social embalsada, contenida, que es la de sus grandes gestores y empresarios. Apenas se les oye, son raros sus pronunciamientos que incursionen en asuntos no estrictamente profesionales. Y no es exactamente una actitud prudente, sino cómoda, insolidaria con los problemas del país y, en ocasiones, egoísta”. De este análisis salvaba al CEO de Repsol, Josu Jon Imaz, y al presidente y dueño de Mercadona, Juan Roig. El primero hablaba claramente de lo suyo, el impuesto a las energéticas.

Esta misma semana, Tomás Pascual Gómez-Cuétara, presidente ejecutivo de Pascual, publicaba un post en LinkedIn en el que abogaba por una mayor presencia pública de los empresarios. “Cuando me puse al frente de la empresa, recuerdo cómo me costaban las apariciones públicas, los discursos y las primeras entrevistas. Quizás haya que repensar nuestra cultura comunicativa al estilo de los líderes norteamericanos. En España solemos optar por un perfil bajo, centrado en datos y resultados, mientras que en Estados Unidos los líderes son más abiertos a mostrar su lado personal y emocional. La comunicación no es fácil ni cómoda para todos los empresarios, pero es una oportunidad única para construir puentes y generar confianza”.

Es un planteamiento interesante, más si se conocen los precedentes. Pascual Gómez-Cuétara representa a la segunda generación de una empresa fundada por su padre, Tomás Pascual Sanz, un empresario hecho a sí mismo, que comenzó vendiendo bocadillos en la estación de tren de Aranda de Duero (Burgos) y dejó un grupo agroalimentario con más de 4.500 empleados cuando falleció, en 2006. Rehuía a los medios de comunicación, aunque era muy atento con los periodistas. Cuando alguno se interesaba en hacerle una entrevista le respondía con un “no” envuelto en un paquete con un surtido de productos de la compañía. ¿Qué diría hoy al escuchar a su hijo en la radio? Seguramente pensaría que hace lo que toca en momentos de tiempos líquidos, donde la inestabilidad es una constante y las estructuras sociales se han desmontado.

Aurelio Medel es periodista y doctor en Ciencias de la Información.

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