La industria automovilística europea, ante una disrupción histórica
Programas como Moves deben ser más ágiles, y la burocracia en torno a los puntos de carga debe bajar drásticamente

El sector automovilístico en Europa está inmerso en la transformación más profunda de su historia. Durante años, la evolución de esta industria ha girado en torno a la movilidad conectada, autónoma, compartida y electrificada (CASE, por su acrónimo en inglés), un paradigma que definía la evolución del automóvil. Sin embargo, los acontecimientos recientes han obligado a fabricantes y proveedores a revisar sus estrategias.
Factores como la pandemia de la covid, la crisis de los semiconductores, el alza en los precios de la energía y las materias primas, la guerra en Ucrania o las tensiones geopolíticas entre Estados Unidos, Europa y China, han configurado un escenario de incertidumbre. A estos retos se suman cambios en las dinámicas de consumo: la movilidad compartida ha perdido impulso, la conducción autónoma aún no se ha consolidado, y la electrificación avanza, pero a un ritmo desigual y más lento de lo esperado.
En este contexto, la conectividad es ahora el nuevo eje vertebrador del sector. El software ya no es un complemento, sino el núcleo del negocio. Los fabricantes han pasado de vender automóviles a ofrecer ecosistemas digitales con servicios basados en datos en tiempo real. La competencia ya no se limita a diseño, mecánica y eficiencia; ahora, la integración de tecnología y la capacidad de innovar en software determinan quién lidera el mercado.
La industria automotriz está viviendo un choque entre dos mundos: los fabricantes tradicionales, con décadas de experiencia en la producción de vehículos, incorporan tecnologías de electrificación y software en su oferta, mientras que compañías emergentes del sector tecnológico, como Xiaomi, han dado el salto al desarrollo de automóviles. Mientras unos evolucionan para adaptarse a la digitalización y la movilidad eléctrica, los otros buscan trasladar su agilidad y capacidad de innovación al complejo ecosistema de la automoción. Una convergencia que ya está redefiniendo las reglas del juego en el sector.
Esta nueva realidad ha sido uno de los factores que ha facilitado la expansión global de los fabricantes chinos, que han pasado de ser actores locales a disputar el liderazgo de las marcas tradicionales a nivel mundial. Empresas como BYD o Geely han irrumpido con fuerza gracias a una estrategia agresiva de precios, un ecosistema de baterías bien desarrollado y una gran agilidad en innovación. Todo ello respaldado por un entorno regulatorio y de producción local muy favorable, potenciado por un fuerte apoyo del Gobierno chino.
En respuesta, tanto Estados Unidos como Europa han comenzado a plantear medidas proteccionistas. Pero blindar la industria con regulaciones, en mi opinión, no es la clave para garantizar su futuro. Europa debe encontrar un equilibrio entre protección, innovación y competitividad para asegurar la sostenibilidad del sector.
Si hablamos de la transición hacia el vehículo eléctrico, en Europa todavía existen grandes barreras estructurales, como la falta de infraestructura de carga, el elevado coste de adquisición o el dominio chino en la cadena de suministro de baterías. Además, la inflación en materias primas y energía, así como los costes de desarrollo en plataformas electrificadas que no acaban de llegar a los volúmenes planificados, reducen la rentabilidad del sector, obligando a los fabricantes a priorizar el retorno de la inversión y la protección del flujo de caja sobre el crecimiento.
En este escenario, Europa debe acelerar su apuesta por la movilidad sostenible sin perder de vista la competitividad de su industria. Con la llegada de los vehículos eléctricos, Europa ve reducida su ventaja competitiva en la cadena de valor de los motores de combustión. Esto nos obliga a replantear y reinventar la industria, explorando nuevas oportunidades y aprovechando al máximo el potencial de la electrificación.
Para que esta transformación sea efectiva, es fundamental eliminar barreras y agilizar las iniciativas que faciliten la transición de la movilidad. En este sentido, programas como Moves deben ser más ágiles y eficaces para fomentar la electrificación, y la burocracia que frena la expansión de puntos de carga debe reducirse drásticamente. Además, otra de las grandes prioridades debería ser fortalecer el suministro interno de materias primas esenciales para el desarrollo del vehículo eléctrico en Europa, como el cobalto y el níquel, así como impulsar acuerdos con países ricos en estos recursos. Aunque esto requiera tiempo e inversiones significativas, Europa debe reducir su elevada dependencia de proveedores extranjeros para el abastecimiento de estos materiales.
La renovación del parque automovilístico es otro frente clave. En lugar de medidas restrictivas que penalicen a los consumidores, es necesario incentivar la retirada de vehículos antiguos y contaminantes mediante programas de apoyo efectivos y políticas claras que beneficien tanto al usuario como a la industria.
En resumen, la automoción afronta una disrupción histórica, y Europa se encuentra en un punto de inflexión. Un momento de cambio que supone una llamada a la adaptación, a la agilidad y a la capacidad de respuesta de nuestra industria.
Abordar con éxito esta transformación determinará si la región mantiene su posición de liderazgo o cede terreno en el nuevo orden automovilístico global. Ahora es el momento de actuar y, juntos, trazar con determinación y optimismo el rumbo de la movilidad en Europa para no dejar escapar nuestro liderazgo.
Ignasi Castelló es ‘chief purchasing officer’ en Ficosa