¿Una UE en los BRICS?
Es aquí donde la Unión debería acercarse, desdolarizando su economía, ampliando sus relaciones

En estos tiempos de quiebra de una globalización que se estaba construyendo desde la II Guerra Mundial y, acelerada desde la caída de la Unión Soviética, pasando a una correlación de poderes, tenemos el deber de repensar todo, incluyendo alianzas y monedas.
En efecto, ha habido guerras e impulso de rebeliones cuando algunos países quisieron establecer como moneda de intercambio de su comercio exterior una diferente al dólar: los casos de Libia (con Gadafi y su unidad africana) e Iraq (con Hussein y la reclamación de que el pago de su petróleo no fuera en dólares). De hecho, la alianza de EE UU con los países petrolíferos, como Arabia Saudí y los Estados del Golfo, e incluso la Persia monárquica de los 50, descansa en la protección de sus oligarquías a cambio del uso exclusivo del dólar en el comercio de crudo.
Ese poder del dólar, de ser moneda de intercambio y de atesoramiento del resto del mundo, incluyendo la compra de su deuda, se traduce en que supone en torno al 59% de las reservas de divisas mundiales, y está involucrado en casi el 88% de las transacciones en los mercados de divisas, según el Consejo Atlántico. También explica que EE UU tenga déficits comerciales permanentes (920.000 millones de dólares, solo en 2024) y un déficit (6,3% del PIB en 2023) y deuda pública neta grandiosos (cerca del 100% del PIB en 2024) y que, hasta ahora, no haya graves alteraciones en la valoración de su moneda por el resto del mundo ante sus cifras macroeconómicas, como sí lo tendría otro país. Comparando estas cifras con las de la UE, vemos las diferencias. Generalmente, esta tiene un saldo comercial ligeramente positivo en todos los ejercicios, y las deudas públicas de los países miembros y de la zona euro son significativamente menores, alrededor del 80% de sus PIB.
Hay otro dato relevante: el pago de intereses de la deuda pública de EE UU sobrepasará su gasto nominal en defensa, ya de por sí el mayor del mundo (unos 800.000 millones), más del triple del de China.
La demanda del papel dólar hace, como la caricatura que conocemos, que el resto del mundo –los antiguos indios de las películas– dé sus coches chinos o europeos, a cambio de unos papelitos de colores (y sus emisiones de deuda) que sirven para comprar petróleo o guardarlos en las reservas de sus bancos centrales. No es casual, entonces, que Fitch rebajase en verano de 2023 la calificación de la deuda estadounidense de triple A hasta AA+.
Frente a este cuento económico –entre otras razones–, se está levantando una alternativa, los BRICS, una agrupación de Estados aún no consolidada, formada por Brasil, China, Egipto, Emiratos Árabes, India, Irán, Indonesia, Rusia y Sudáfrica, y cuya aura crece con Estados asociados, como Malasia y Turquía. Tiene como agenda fortalecer sus relaciones evitando el dólar como moneda de intercambio y, de momento, un desarrollo de una divisa canasta que incluiría el oro como soporte.
Hay problemas objetivos para una moneda común, que impiden su concreción consensuada y universalización, en elementos relevantes como la gobernanza y la asignación de reservas; pero ya se está en un proceso de desdolarización, bilateral y múltiple. Es aquí donde la UE debería acercarse, desdolarizando su economía, ampliando sus relaciones con ellos e, incluso, con la opción de asociarse, no tanto para romper o enemistarse con EE UU, sino para, de momento, ganar autonomía estratégica.
Santiago González Vallejo es economista.