El discurso del activismo antiarmas se queda anacrónico
Las ONG piden en las juntas de los bancos que no financien industria militar, lo contrario que esperan los Gobiernos

Las políticas de Donald Trump han dejado claro a Europa que los valores occidentales que la caracterizan están en riesgo y que para garantizarlos necesita ser una región autónoma, sin la dependencia de Estados Unidos en seguridad de los últimos 80 años. Por eso, gobiernos y sociedades europeas han llegado a la conclusión de que la mejor manera de mantener la paz es armarse hasta donde se pueda, pese a la aparente contradicción. Este nuevo contexto hace que algunas posiciones tradicionales, más que razonables, pueden sonar caducas y pueriles.
El Centre Delàs d´Estudis per la Pau lanzó hace un mes un comunicado en el que señalaba que “un año más, las entidades involucradas en la campaña Banca Armada participaremos en las juntas generales de accionistas de BBVA, Banco Santander, CaixaBank y Banco Sabadell para denunciar sus políticas de inversiones en empresas de armamento”.
Decir un año más, como si todo siguiera igual en el mundo, resulta sorprendente. Ha pasado tanto desde que en enero Donald Trump asumió la presidencia de EE UU que hasta el parlamento de Alemania aprobó este martes la reforma de su constitución que suprime el límite de gasto, lo que permitirá al nuevo canciller, el conservador Friedrich Mertz, destinar un billón de euros a rearmarse, mejorar infraestructuras y el medioambiente. Para ello ha necesitado y ha logrado el voto de los Verdes, que se definen como ecopacifistas.
¿Quién desprecia la paz y quiere la guerra? Sin embargo, lo que ha sucedido en Gaza o Ucrania muestra con crudeza el riesgo que supone estar desarmado o infradotado si careces de apoyo externo y, para colmo, compartes frontera con un país invasor. El cambio de bando de EE UU, con un presidente que ve a Vladímir Putin como un socio fiable y a la UE como una organización nacida para “joder” a su país, hace que el mensaje de estos activistas de Banca Armada pueda resultar anacrónico (que no es propio de su época), por muy bienintencionado que sea.
El Centre Delàs d´Estudis per la Pau lleva 26 años “denunciando públicamente a las instituciones bancarias que financian la industria militar” en las juntas de accionistas. Para ello, piden a accionistas de los bancos que les deleguen el voto como instrumento para poder acudir a las juntas y conseguir un altavoz con el que lanzar su mensaje contra los males del armamentismo. Puede que haya sido una buena estrategia de impacto, pero en el contexto actual, las anunciadas intervenciones de los activistas antiarmas en la junta de Sabadell de ayer 20 de marzo y la de hoy de BBVA, resultan un déjà vu fuera de sitio, y más en dos entidades cuyos consejos están enfrentados por la opa hostil lanzada por el banco vasco sobre el catalán.
En febrero pasado, Metroscopia realizó una encuesta en España sobre la nueva situación creada por Donald Trump. A la pregunta sobre si Europa “debería incrementar su autonomía en asuntos de defensa respecto a EE UU, aunque ello implicara un mayor coste económico”, un 64% de los españoles contestaba estar de acuerdo. Los votantes del PP son los más partidarios, con un apoyo del 74%, seguido por Vox (70%), PSOE (64%) y Sumar (62%). No queda duda de que el mensaje de los gobiernos europeos ha calado en la mayoría de la sociedad.
Estos movimientos de la sociedad europea en general son los que permitieron que el pasado 6 de marzo, BNP Paribas lanzara un comunicado inimaginable hace solo seis meses, en el “reafirmaba su compromiso con el sector de la defensa y sus clientes corporativos” y daba todo tipo de detalles. El líder de la banca francesa, encantado de agradar al presidente de Francia, Emmanuel Macron, señalaba que en 2024 destinó 12.000 millones de euros a financiar empresas del sector de defensa, que participó en emisiones de bonos por importe de 33.000 millones en compañías del mismo sector, además de contribuir con 2.200 millones en la colocación de renta variable en los dos últimos años. A finales del año pasado, BNP Paribas gestionaba también activos en empresas de defensa por valor de 2.500 millones.
Esta descripción del compromiso de un banco con la industria armamentística es el reflejo del cambio que ha habido en la geopolítica y cómo ha calado en la sociedad. De lo contrario, no se habría pasado con tanta facilidad de la negación a que se financiara armamento a la apología sobre la actividad con un sector tan delicado.
En España, la participación de la banca en la financiación de las empresas de defensa es menor, a pesar del ruido. El gobernador del Banco de España, José Luis Escrivá, señaló esta semana que “en España el crédito destinado específicamente a la fabricación de armamento y munición no ha superado en ningún momento el 0,1% del crédito bancario total durante las últimas dos décadas”. Escrivá dijo que “el compromiso europeo de reforzar sus capacidades de defensa, plantea retos importantes. Es necesario valorar si el actual marco regulatorio y supervisor ofrece los incentivos adecuados para movilizar la financiación bancaria hacia este tipo de inversiones, y analizar cómo el sector bancario podría desempeñar un papel más activo en este ámbito estratégico”. Es el estilo alambicado del supervisor de decir que van a tener que apoyar más a este sector.
Europa se encuentra con unos mercados de capitales, que no ayudan a la financiación del gasto militar. El miércoles, la Comisión Europea presentó su Libro Blanco de la Defensa, que pretende que los estados destinen en cuatro años 800.000 millones a material militar y de seguridad, alcanzando un 1,5% del PIB de cada país. El plan “ReArmar Europa”, que levanta las reglas fiscales que exigen un déficit público anual inferior al 3% y una deuda acumulada camino del 60% del PIB, necesita impulso financiero.
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos y Rusia protagonizaron una carrera armamentística a la que luego se ha sumado China con mucha fuerza. Era difícil imaginar la situación a la que se ha llegado, en la que países que abanderan los valores occidentales como, Canadá, Reino Unido, la UE, Australia o Japón sienten que han perdido a su gran socio y aliado: Estados Unidos. Todo el mundo se está reubicando, incluidas las organizaciones comprometidas contra las armas, cuyo activismo es tan entendible como arcaico.
Aurelio Medel es periodista y doctor en Ciencias de la Información.