Pleno empleo a la española: caerá por su peso, con dos millones de parados

El desplazamiento de la pirámide demográfica reducirá los ocupados potenciales entre 0,9 y 1,6 millones

En la imagen, un puesto del mercado central de Zaragoza. EFEJAVIER BELVER (EFE)

Es cíclico: a los políticos cuando gobiernan se les calienta la boca con la quimera del pleno empleo –y ahora es el turno del presidente Sánchez– cuando el ciclo alcista encadena unos años y acerca las tasas de paro a un solo dígito, aunque el virtuosismo esté plagado de vicios, como es el caso actual, porque se reparte más empleo del que se crea y se ningunea la productividad. Y la verdad es que cuando España toca ya con las manos la cima, siempre hay una tormenta que la devuelve al valle, y otra vez a penar. Pero tranquilos: esta vez será verdad. Haremos cumbre en unos años, pero a la española, con un pleno empleo que caerá por su propio peso demográfico, y que será compatible con dos millones de parados.

La vez que más cerca estuvo la economía española de cerrar el círculo para empezar a hablar de pleno empleo fue en 2007-2008, pero con un comportamiento de la actividad nada recomendable por los excesos que acumulaba y las devastadoras consecuencias que tuvo la disposición de demasiado dinero, demasiado barato, durante demasiado tiempo: una borrachera descomunal de deuda y su inevitable resaca.

España entró en 2008, el último año de vino y rosas tras el ingreso en la protección del euro, con una tasa de paro del 8% (marcó mínimo del 7,9% de los activos en el segundo trimestre de 2007), que estimulaba las proclamas de que la plena ocupación era cuestión de unos trimestres, si es que no estábamos ya en ella; pero con unas cifras de activos y de ocupados un poco inferiores a las actuales, la economía mantenida algo más de 1,8 millones de parados. Ahora, con 24,5 millones de activos, 21,8 de ocupados y casi tres millones de parados (2,75), la tasa de desempleo está aún en el 11,21%. Lo suficientemente cerca de esa cima que solo se considera tal en España como para agitar un debate en torno a la cuestión.

Para poner un poco de rigor al asunto, conviene recordar que España se mueve en tales ratios con una tasa de actividad (personas dispuestas a trabajar entre los 16 y 65 años) del 59%. Y países con tasas de actividad muy superiores, hablan con rubor de pleno empleo pese a disponer de ratios de desempleo inferiores al 5%. Veamos: en Europa, Alemania, con unos activos del 80% de su población en edad laboral, tiene una tasa de paro del 2,9%; Reino Unido, con niveles similares de actividad, la tiene en el 4%; Irlanda, en el 4,9%; y Holanda, en el 3,6%.

En EE UU y Japón, con penetración de la actividad más modesta, con menos gente dispuesta a trabajar, tienen en paro solo al 3,7% y 2,6% respectivamente. Francia, Italia, Portugal y la propia zona euro en términos medios tienen la tasa de desocupados en los umbrales que España se atreve a considerar pleno empleo.

De tales guarismos pueden presumir ya Comunidades Autónomas como Baleares (6,17%), Aragón (8,66%), Cantabria (7,17%) o País Vasco (7,61%), y con menos solvencia otras seis comunidades, que con las tres anteriores suman más de la mitad de los activos de todo el país. Pero están muy alejadas de tal posibilidad Andalucía (tasa del 16,6%), Extremadura (13,19%) o Canarias (14,4%), ya que la economía española es muy asimétrica en todas sus variables, y en esta, la más social de todas, sobremanera.

Sigue habiendo norte y sur en esta materia, y, aunque con diferenciales muy intensos en la participación de la población en la actividad, las regiones del norte disponen de la mitad de desempleo que las del sur, al igual que de mejores niveles de renta. Cataluña y Madrid tienen el mérito de haber reducido el desempleo por debajo del 10% pese a tener tasas de actividad muy superiores a la media nacional.

Pero volvamos a considerar el mercado laboral de forma unitaria. Podrá reducir el colectivo de desocupados hasta los niveles mínimos marcados en el pasado (8% en 2007) en los próximos años (pongamos que diez si no media otra crisis) por la simple evolución demográfica, y siempre que los flujos migratorios se mantengan estables.

El desplazamiento natural de la pirámide de población en los próximos diez años sacará de la edad laboral a los 5,6 millones de personas que ahora tienen entre 60 y 70 años; y serán reemplazados por los 4,7 millones de jóvenes que hoy cuentan entre 5 y 15 años. Saldrán del mercado laboral, por tanto, cerca de 900.000 trabajadores potenciales más de los que se incorporarán, reduciendo el número de parados muy sensiblemente, o generando un problema de falta severa de fuerza laboral.

Lógicamente, ni la cohorte completa de españoles de 60 a 69 años trabaja ahora, ni toda la de 5 a 15 trabajará cuando llegue a la edad laboral; pero el cálculo es válido porque sus tasas de actividad son similares (del 55% entre los que ahora tienen entre 60 y 64, y entre los que ahora tienen entre 20 y 24). Si el cálculo se realiza moviendo la franja de años tanto por la salida del mercado como por la entrada, los resultados que resultan son siempre alarmantemente deficitarios en fuerza laboral. Si salen de los 55 a 64 años (algo que habrá ocurrido justo dentro de diez años), y los suplimos por los que ahora tienen entre 10 y 19, el déficit demográfico se elevaría hasta 1,59 millones de personas.

En todo caso, activos y ocupados se moverán al ritmo que lo haga la economía, que es la que estimula la búsqueda de empleo y las posibilidades de encontrarlo. Por tanto, estos dos colectivos se desplazarán ligeramente hacia arriba, mientras que el desempleo descenderá de forma natural hasta niveles inferiores al 8%. Eso supondrá que se mantendrá muy cerca de los dos millones de personas, y que la brecha de vacantes laborales crecerá irremediablemente. Como en 2007-2008, más los políticos que los entendidos, considerarán tales números desempleo residual cuando es paro estructural, y generará las mismas tensiones salariales que niveles del 3% provocan en Alemania o EE UU. Y como en la primera década del siglo, se mantendrá sin resolver el paro de larga duración (casi la mitad), y niveles muy elevados de protección servirán de desincentivo a la búsqueda de empleo para un colectivo numeroso que rota entre el empleo, el subempleo, el seguro de paro y el subsidio.

¿Cómo alcanzar pleno empleo de verdad? Disponer de un servicio público de colocación activo; revisar las prestaciones para que cumplan su función, que es cubrir una necesidad de renta sin dañar la búsqueda de ocupación; quitar todas las políticas que maniatan la movilidad geográfica para acabar con las vacantes; estimular fiscalmente los salarios de entrada en el mercado; y adaptar la formación a la demanda real de las empresas. Parece mucho, pero no es tanto si hay voluntad política.

José Antonio Vega es periodista.

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