La fama y la lana: descubrimientos e inventos españoles desconocidos
Los creadores no deberían nunca renunciar al reconocimiento de sus ingenios, registrándolos como patentes o modelos
Desgraciadamente para los españoles, muchas veces tenemos la mala costumbre de pensar que nuestra historia es una serie de errores continuos y que el made in Spain no llega a los niveles de sofisticación o calidad que atribuimos a lo foráneo.
Sin embargo, cualquier amante de la historia de las invenciones podrá corroborar que la aportación de nuestro país a la ciencia, la tecnología, los descubrimientos geográficos y las ideas innovadoras ha sido realmente magistral.
Permítanme que rescate del olvido a unos pocos de nuestros genios y exploradores que, para su desgracia y la nuestra, tuvieron la mala fortuna de que sus descubrimientos e ideas fueran reclamadas y nombradas por científicos y exploradores posteriores. Veamos quiénes fueron los que cardaron la lana, aunque no disfrutaron de los frutos y la fama en su momento.
Exploradores y descubridores
Si hay un ámbito en el que nadie puede dudar de las aportaciones hispanas es el de los descubrimientos geográficos. El mantenimiento de un imperio de la magnitud a la que llegó el dominio territorial español exigía viajes continuos y una labor incansable de exploración y documentación de fauna, flora y materias primas. De hecho, España fue el país que más expediciones científicas financió a lo largo del siglo XVIII, con grandes nombres como José Celestino Mutis, Francisco Balmis o Jorge Juan.
Los españoles abrieron la mayor parte de las rutas marinas y terrestres que actualmente existen en América; fueron también los primeros europeos en llegar a Nueva Zelanda, Filipinas, Japón e incluso, sin ir más lejos, ¡descubrieron y documentaron las fuentes del Nilo Azul!
Este último dato seguramente es desconocido para muchos de nosotros, pues habitualmente se considera que las fuentes del Nilo fueron descubiertas por exploradores británicos en el siglo XIX, aunque no fue exactamente así: casi 150 años antes, en 1618, el jesuita Pedro Paéz Jaramillo descubrió las fuentes del Nilo Azul.
No se trata de un hecho aislado, pues es frecuente encontrar estrechos, mares o islas descubiertas por españoles que presentan, sin embargo, el nombre de exploradores posteriores que las declararon como propias. Ahí está el Estrecho de Bering, descubierto por el almeriense Lorenzo Ferrer Maldonado en 1588, y que recibió el nombre del danés Vitus Jonassen Bering, que llegó allí 250 años más tarde.
Del mismo modo, el jesuita José de Acosta, en su libro Historia natural y moral de las Indias (1590), había documentado la Corriente Peruana, más de dos siglos antes de que el naturalista Humboldt la describiese y le diera su nombre en 1807.
Ingeniería
En el ámbito de la ingeniería, no podemos dejar de mencionar al que algunos consideran el Leonardo da Vinci español, Jerónimo de Ayanz. Entre algunas de sus creaciones se encuentra el diseño de una máquina de vapor que patentó en 1606 (más de un siglo antes de la máquina de James Watt), un traje de inmersión que probó públicamente en el Pisuerga ante la corte de Felipe III e incluso un diseño de submarino. En total, llegó a patentar casi 50 invenciones diferentes, aunque desgraciadamente muchas de ellas no se llegaron a poner en práctica.
Volviendo nuestra vista hacia épocas más cercanas, tenemos varios ejemplos de inventores que se adelantaron a su época, pero que, desgraciadamente, no consiguieron éxito por sus innovaciones. El gallego Ramón Verea patentó en 1892 la primera calculadora capaz de realizar las cuatro operaciones aritméticas (suma, resta, división y multiplicación), pero nunca se interesó por su explotación comercial, por lo que su idea no se popularizó hasta los prototipos del suizo Otto Steiger.
Ángela Ruiz Robles, maestra y escritora leonesa, patentó en 1949 una Enciclopedia Mecánica, primer prototipo de libro electrónico del mundo, aunque popularmente se considera que el inventor del e-book es el estadounidense Michael Hart.
La anestesia epidural
Un caso especialmente flagrante es el del médico militar Fidel Pagés, que inventó la anestesia epidural en los años 20 del siglo XX. A causa de su muerte prematura en un accidente, Pagés no pudo dar mucha difusión a su invento, que solo fue publicado en algunas revistas españolas. Diez años más tarde, sin embargo, el médico italiano Achilles Dogliotti se proclamó inventor de dicha técnica, y solo se retractó ante las pruebas de los trabajos de Pagés.
He aquí solo unos pocos ejemplos de grandes invenciones y descubrimientos españoles que son casi desconocidos hoy en día, tanto en nuestro país como en el ámbito internacional. Las razones de su olvido pueden ser múltiples: vicisitudes históricas, falta de explotación comercial e, incluso, humildad del propio inventor.
Está claro que el éxito y la fama comercial dependen de múltiples factores ligados a la iniciativa empresarial, a la oportunidad de la invención e incluso podríamos afirmar que a la suerte pura y dura. Sin embargo, los inventores no deberían nunca renunciar al reconocimiento de su ingenio. A través del registro de sus ideas como patentes, modelos o diseños, los creadores pueden hacer valer sus derechos y ser reconocidos como pioneros en su área de especialidad.
El éxito comercial puede que llegue o no, pero, sin tener la lana reconocida como nuestra, será difícil que podamos obtener más tarde la fama derivada de nuestro ingenio.
Elisa Prieto Castro es gestora de conocimiento de Elzaburu