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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Urgen las ayudas para los damnificados de la dana

La pandemia de la covid dejó algunas lecciones, muchas de ellas amargas. Pero no todas

CINCO DÍAS
Protestas en Paiporta (Valencia), el domingo, contra los Reyes, el presidente del Gobierno y el presidente de la Generalitat valenciana.
Protestas en Paiporta (Valencia), el domingo, contra los Reyes, el presidente del Gobierno y el presidente de la Generalitat valenciana.Rober Solsona (Europa Press)

No hay dinero capaz de calibrar, y no digamos compensar, el grado de devastación provocado por la gota fría que asoló la provincia de Valencia hace exactamente una semana. Y será harto complicado, por no decir imposible, que los ciudadanos olviden cómo, mientras aún no se conoce el número de personas desaparecidas y muchas localidades afectadas carecen de los servicios más básicos, las Administraciones se enzarzan en un debate sobre competencias en casos de emergencia.

La pandemia de la covid dejó algunas lecciones, muchas de ellas amargas. Pero no todas. La agilidad con la que se gestionaron los expedientes de regulación temporal de empleo o la rápida adopción del teletrabajo en las empresas permitieron que la paralización repentina de la actividad económica (un hecho sin precedentes en la historia) no se tradujera en una mayor depresión. Las medidas administrativas evitaron una destrucción de empleo a gran escala y sentaron las bases de la rápida (relativamente) recuperación del consumo y del conjunto de la economía.

Valencia se enfrenta a una coyuntura que no es similar, pero donde también existe el riesgo de una espiral negativa: si la destrucción de tejido económico se traduce en cierres de empresas y despidos, la recuperación de la dana será aún más dolorosa. Si dentro de seis meses la zona asolada por el agua está castigada por el paro, la desafección ciudadana será todavía más aguda y dolorosa.

La virulencia de esta gota fría no tiene precedentes en las últimas décadas, y sus efectos se vieron agravados por errores evidentes en los sistemas de alarmas a la población. Será necesario repasar, también, los protocolos de actuación en este tipo de casos. Pero antes de todo eso quedan por completar tareas mucho más importantes, como buscar a los desaparecidos, enterrar los cadáveres, limpiar las zonas afectadas y reconstruir las infraestructuras. Hay que atender a las personas que han perdido su hogar y dotar a las áreas afectadas de los servicios, públicos y privados, que el resto de los españoles damos por sentados. Y en el medio plazo, evitar que la lacra del paro aproveche la coyuntura para enquistarse en esas localidades, de clase trabajadora en su mayoría, arrasadas por el agua. La aprobación rápida de las ayudas, y una gestión eficiente de las mismas, es el mínimo a partir del cual las Administraciones pueden encarrilar una crisis que ha saltado las costuras del país. Cualquier otra alternativa sería imposible de explicar a un ciudadano de a pie.


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