Kamala Harris ya tiene pistola, ahora solo le faltan 43.000 votos para ganar a Trump (un abismo)
La vicepresidenta, injustamente desdeñada por la opinión pública, ha ganado un debate y el respeto general, pero tan solo un puñado de votos en tres Estados decidirán el futuro de Estados Unidos y medio mundo. Que se lo digan a Hillary Clinton o a Joe Biden
Que Kamala Harris había resultado un bluf fue una de las ideas más repetidas en España en los dos últimos años cuando se hablaba de Estados Unidos. Hasta que fue postulada como candidata presidencial. De la noche a la mañana, y mucho antes del debate del martes (luego entraremos en eso), Harris pasó del infierno al cielo sin que ningún analista se despeinase lo más mínimo. ¿Qué ocurrió? Nada, sencillamente que Harris era una vicepresidenta y la Casa Blanca no suele reservar un sitio fácil para ellos hasta que asoman como relevo del número uno.
Existe una jugosa literatura al respecto: a uno de los padres fundadores de la nación, Benjamin Franklin, se le atribuye la mofa de haber propuesto el tratamiento de “superflua excelencia” a los vicepresidentes, en referencia a lo predominante y, al mismo tiempo, vacío de poder de ese puesto. Muchos años después, Nelson Rockefeller, que fue número dos del presidente Gerald Ford, resumió con sorna sus ocupaciones: “Voy a funerales”, dijo, “voy a terremotos”. Y en 1960, la campaña que dio la victoria a JFK, le preguntaron a Dwight Eisenhower que citara alguna de las grandes decisiones en las que Richard Nixon (su vicepresidente y rival de Kennedy en las elecciones) le había ayudado, y respondió como su peor enemigo: “Si me da una semana, puede que piense alguna”.
Además de habitar ese extraño espacio entre el brillo del poder y la nada, también suele tocarles alguna patata caliente, como cuando Joe Biden encargó a Harris la gestión de los flujos migratorios en la frontera con México, empresa de la que no se sale vivo, o cuando Donald Trump encargó a Mike Pence dirigir el grupo de trabajo por la crisis del coronavirus. La historia ha alumbrado a algunos vicepresidentes para recordar (véase Dick Cheney), pero, en términos generales, su aureola no aparece hasta que son candidatos. ¿Por qué se esperaba otra cosa de Harris? ¿Porque Biden era viejo y ella debía asumir más competencias? Como si un tipo que lleva soñando con ser presidente medio siglo y lo consigue ante alguien como Trump se va a conformar con una presidencia descafeinada. O también porque era la primera mujer de la historia en llegar al puesto, además de negra, y ya se sabe que estaba llamada a demostrar más que los demás.
Da igual ya esto, queríamos hablar del debate. El martes, Harris demostró que puede vencer la elección, que es buena en lizas dialécticas ya se sabía, lo había sufrido en sus propias carnes Biden en las primarias demócratas de 2020. ¿No recuerdan cómo le arrolló en el debate de Miami cuando lanzó su famoso: “Aquella niña del autobús era yo”?
El martes pronunció una frase que tal vez pasó más desapercibida, pero que vale la pena recordar: recalcó que ella también tenía una pistola y que no pensaba arrebatar las de nadie. La cultura de las armas en EE UU va más allá de los tiroteos tremebundos que vemos en los colegios y supera la barrera ideológica de derecha e izquierda: muchas familias cazan y los padres regalan su primera escopeta a un niño de 12 años. Otras muchas viven en lugares muy aislados y la tienen como protección. Y lo han visto toda la vida. Trump azuza a esos votantes y, aunque los demócratas defienden más restricciones, sobre todo para menores, sería un error corroborar los temores con posiciones radicales. A Harris también le ayudó en el debate que Trump mostrase su lado más disparatado al afirmar que los inmigrantes de Ohio se comían a los perros y los gatos de los estadounidenses de bien.
Pero ganar un debate no significa ganar una elección. Que se lo digan a Hillary Clinton, que venció en las contiendas televisivas de 2016 y dio igual; venció por más de tres millones de votos a Trump y también dio igual, porque lo endiablado del sistema electoral estadounidense implica que, en un país de 330 millones de habitantes, uno puede sacar ventaja absoluta de tres millones y aun así salir derrotada por tan solo 80.000 votos repartidos en tres Estados: Wisconsin, Michigan y Pensilvania, como ocurrió entonces.
En 2020, Biden obtuvo hasta siete millones de votos más que Trump y también contó con alguna ayuda del republicano, que no dijo nada de comer perros como ahora, pero sí animó a inyectar desinfectante en vena para luchar contra la covid. Y, con todo y con eso, solo el cambio de 43.000 sufragios en tres Estados (Arizona, Georgia y Wisconsin) hubiese volcado la historia en el sentido opuesto.
Taylor Swift ha pedido públicamente el voto para Harris, lo cual supone un espaldarazo relevante en la prensa, pero el 5 de noviembre su voto vale tanto como el de cualquiera, o tal vez menos, en función del condado en el que vote. Harris tiene a Swift y tiene una pistola, ahora solo le faltan 43.000 votos, un abismo.