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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El lastre de Bankia y los desafíos pendientes de la banca

Asumido el agujero económico, toca consolidar la utilidad y el papel institucional del sector

Sede de la antigua Bankia, en la plaza de Castilla de Madrid.
Sede de la antigua Bankia, en la plaza de Castilla de Madrid.Pablo Monge (CINCODIAS)
CINCO DÍAS

El Estado apenas ha recuperado hasta la fecha 4.000 millones del rescate de Bankia, aproximadamente el 7% del dinero aportado en todo el rescate bancario. Según se desprende de las cuentas del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB), desde 2014 el Estado ha ingresado 2.100 millones en dividendos de Bankia, que se suman a otros 2.100 millones por las dos ventas de acciones en mercado, justo cuando se cumplen cuatro años de la fusión entre la antigua caja madrileña y CaixaBank. A estas cifras hay que sumarles los 6.500 millones a los que se valora el 16,11% que el Estado mantiene en CaixaBank, cuyo valor se ha multiplicado por tres desde que se iniciaron las conversaciones para la fusión.

Bankia fue absorbida por CaixaBank el 26 de marzo de 2021. El agujero que dejará la entidad al Estado dependerá precisamente de la suma de los dividendos y la venta de esa participación. Los diferentes responsables del área económica del Gobierno han evitado fijar un calendario de salida de la entidad, conscientes de la buena evolución del sector y del banco. De hecho, a priori, la cuenta saldrá mejor cuanto más años permanezca el Estado en el capital de la sociedad. Se trata de un interés que debe equilibrarse, no obstante, con la siempre delicada presencia del Estado en el accionariado de una empresa cotizada. Parece una utopía, en todo caso, que los contribuyentes puedan recuperar un montante siquiera cercano a los 24.000 millones de dinero público destinados al salvamento de la entidad. Un saldo final que, en su momento, engrosará el balance deficitario al que ya pertenecen los miles de millones perdidos definitivamente -la factura total rondó los 70.000 millones- para rescatar cajas quebradas, como Caixa Catalunya, Novacaixagalicia, Banco de Valencia o Caja España-Duero, entre otras.

El episodio aportó numerosas enseñanzas, a menudo glosadas, desde el retraso en la reestructuración del sistema de cajas -todo un engranaje de clientelismo político- hasta el descontrol en la promoción y el crédito inmobiliario, pasando por los abusos de las entidades en la venta de productos financieros a clientes vulnerables. Afortunadamente, muchos de esos excesos se han corregido en los balances de la banca, si bien el daño reputacional es un reto que el sector no termina de afrontar con decisión. Las quejas de los mayores por la deficiente atención en plena digitalización de los bancos y las dudas surgidas por la escasa remuneración del pasivo durante las alzas de tipos no ayudan a conjurarlo. Asumido el agujero económico, toca consolidar la utilidad y el papel institucional del sector.

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