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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Por un derecho efectivo a la desconexión

El respeto del descanso puede ser regulado, pero hace falta que se asiente un cambio de mentalidad también compatible con la productividad

teletrabajo. ley de conciliación de la vida personal, familiar y laboral
Una mujer trabaja desde su casa, con su hija en el regazo en Chile.FG Trade (Getty Images)
CINCO DÍAS

La pandemia supuso un acelerón involuntario del trabajo a distancia. Obligadas por las circunstancias, las empresas desarrollaron a marchas forzadas estructuras y herramientas que permitiesen a sus empleados seguir con sus tareas a pesar del confinamiento, y en ese contexto se forjó una condición laboral que ahora los equipos de recursos humanos no pueden dejar de ofrecer si quieren competir por el talento. Solo en el último trimestre de 2023, calcula Adecco, hasta 3,06 millones de personas trabajaron desde casa, al menos ocasionalmente. Un 19,4% más que en 2022, pero lejos del pico del confinamiento. El trabajo se introdujo en los hogares, y aun para aquellos que tuvieron que volver a sus puestos, no salió del todo.

El teletrabajo es una herramienta que, bien utilizada, proporciona a los empleados flexibilidad y capacidad de conciliación. También permite ahorrarse desplazamientos y reducir la huella medioambiental. Pero esa flexibilidad es un arma de doble filo que viene a agravar un problema que no es nuevo: la imposibilidad de los empleados de desconectar. Porque la frontera entre trabajar desde casa y que el trabajo se instale en casa –en la vida privada y en el tiempo libre– es fina. Además, la difuminación de los límites espaciales del trabajo ha venido a unirse a la proliferación de las herramientas digitales, que permiten un contacto constante entre los empleados y sus superiores jerárquicos. Una tendencia peligrosa, con graves consecuencias para la salud mental de los trabajadores.

Por ello, países como Australia se lanzan ahora a regular este nuevo entorno, y defienden por la vía normativa el derecho de los trabajadores a la desconexión digital: en el país oceánico, no contestar a un correo electrónico o a una llamada fuera del horario laboral no supondrá un castigo. La norma sigue la estela de otras disposiciones similares que se aplican desde hace tiempo en países como España o Francia.

Cualquier avance normativo que sirva para proteger derechos laborales tiene que ser celebrado. Pero no ha de olvidarse que, igual que el mercado laboral cambió sus preferencias y los candidatos exigen ahora poder trabajar desde casa, los cambios en el entorno laboral son una cuestión, también, de intenciones. El respeto del descanso puede ser regulado, pero no se llegará a un derecho efectivo a la desconexión hasta que se asiente un cambio de mentalidad también compatible con la productividad. Todo un reto.

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