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Breakingview
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La guerra de Moscú genera un nuevo tipo de oligarca ruso

Los empresarios de Putin tienen más conocimientos, pero menos poder real

Alexander Govor, en el centro, inaugura uno de sus restaurantes "Vkusno & tochka", sustitutos de los McDonald's en Rusia.
Alexander Govor, en el centro, inaugura uno de sus restaurantes "Vkusno & tochka", sustitutos de los McDonald's en Rusia.EVGENIA NOVOZHENINA (REUTERS)

Vladimir Putin está creando una nueva generación de multimillonarios rusos. Desde que llegó al poder hace un cuarto de siglo, el presidente ruso primero amordazó a los oligarcas del país de la era de los noventa, y luego ungió a una nueva generación de magnates, a menudo elegidos entre sus antiguos colegas de los servicios de inteligencia. Ahora está surgiendo una tercera oleada de aspirantes a oligarcas: magnates elegidos por Putin para poseer y gestionar activos confiscados a empresas occidentales. Puede que tengan más conocimientos empresariales, pero serán tan serviles al líder como sus predecesores.

Los oligarcas iniciales amasaron sus fortunas con las salvajes privatizaciones de principios de los noventa, bajo el mandato de Boris Yeltsin. A algunos se les ha permitido seguir gestionando su inmensa fortuna, siempre que acaten los dictados de Putin. Es el caso de Vladímir Potanin, propietario del gigante metalúrgico Norilsk Nickel, y de Oleg Deripaska, jefe de un vasto imperio industrial basado en sus activos de aluminio.

A algunos de esa primera generación de oligarcas no les ha ido tan bien. Boris Berezovsky, que hizo fortuna en los sectores del petróleo, el automóvil y los medios antes de emigrar a Reino Unido tras sus desavenencias con Putin, está muerto. Mijaíl Jodorkovski, fundador del antiguo gigante petrolero Yukos y en su día el hombre más rico de Rusia, pasó diez años en una prisión siberiana por intentar hacer pinitos en la política. Otros transfirieron la mayor parte de su fortuna al extranjero, pero mantienen buenas relaciones con el Kremlin, como el exmagnate del petróleo Mijaíl Fridman, cuyos activos se gestionan ahora desde su holding LetterOne [dueño de Dia], con sede en Luxemburgo.

Putin tiene pocos motivos para preocuparse por la segunda oleada de millonarios o multimillonarios que promovió, una vez que se convirtió en presidente. Estos amigos y antiguos colegas de sus días como agente del KGB y burócrata local en San Petersburgo fueron apodados siloviki (hombres fuertes), y se beneficiaron de la redistribución que hizo el líder de los activos energéticos estatales hace más de 20 años. Entre ellos está Igor Sechin, a quien Putin nombró viceprimer ministro antes de colocarlo al frente del gigante petrolero estatal Rosneft en 2012. Nikolai Tokarev, otro agente del KGB, fue nombrado presidente de Transneft, la mayor empresa de oleoductos del mundo, en 2007. Alexei Miller, jefe del gigante del gas Gazprom, es otro miembro de este grupo.

Aunque las viejas generaciones no han perdido su influencia, parece haber llegado el momento de un cambio de guardia. Hace unos meses, pocos en el extranjero habían oído hablar de los empresarios Alexander Varshavsky o Alexander Govor. El primero, dueño de concesionarios Volkswagen, es ahora propietario-operador de una planta que el grupo automovilístico explotaba desde hacía tiempo en el norte de Rusia, y también se ha hecho con los activos de Hyundai. Los activos confiscados que ahora gestiona generaban unos ingresos de casi 7.000 millones de dólares en 2021, según el portal de noticias independiente ruso The Bell.

Govor era propietario de franquicias de McDonald’s. Junto con su socio Arsen Kanokov, ha heredado los restaurantes, así como, entre otros, establecimientos de Starbucks y Domino’s Pizza. Estos activos generaban unos 3.000 millones de dólares de ingresos anuales antes de la guerra. La lista de activos expropiados podría aumentar en los próximos meses a medida que las empresas salen de Rusia. Putin podría tener pronto más para repartir.

Esta nueva oleada de aspirantes a oligarcas difiere de sus mayores en muchos aspectos. La mayoría tienen currículum empresarial. Incluso han demostrado cierta competencia en sus respectivos campos. Y son tan versados en los fundamentos de las pérdidas y las ganancias y la competencia de mercado como en la turbia y corrupta arquitectura del sistema. Taimuraz Bolloev, el nuevo jefe de la antigua unidad de Carlsberg, Baltika, puede haber sido elegido por su larga amistad con Putin. Pero ya había dirigido la cervecera durante 13 años, hasta 2014.

Hay, por supuesto, excepciones. Yakub Zakriev, sobrino del caudillo checheno Ramzan Kadyrov, puede dar las gracias a Putin por haber heredado los activos rusos de Danone. Antes no era conocido por su competencia en la producción de yogures ni en la comercialización de agua mineral.

Otra diferencia con los multimillonarios de los años noventa y 2000 es que operan en los sectores de bienes de consumo, servicios y venta minorista. Los sectores de los recursos minerales y la energía, sobre los que Putin mantiene un férreo control, ya se habían repartido entre sus mayores.

Pero la principal característica distintiva de la nueva generación es que opera en un contexto radicalmente nuevo. Las anteriores élites empresariales dependían de una economía nacional que participaba en el comercio mundial y estaba inmersa en el sistema financiero global. Ahora Rusia está aislada del crédito exterior, y Putin está ansioso por aumentar la autosuficiencia de su país en toda una serie de bienes de consumo que antes importaba, o producía localmente bajo gestión occidental.

Los nuevos magnates rusos no participan en el poder, como hacían los oligarcas anteriores. Ninguno de ellos ha alcanzado un peso que les permita competir por un poco de influencia en el Kremlin. A corto plazo pueden crecer rápidamente, beneficiándose de la bonanza de la recalentada economía de guerra de Putin, gracias al impulso del gasto público a los salarios, las pensiones o las prestaciones sociales. Más allá de eso, se verán constreñidos por el aislamiento de la economía.

Como siempre, sus ambiciones también se verán limitadas por el entendimiento de que todo lo que Putin dio, puede quitarlo. No podrán equilibrar, como hizo la vieja guardia, los dictados del Kremlin con las exigencias de un mercado global libre. Tendrán que trabajar en un sistema en el que la mayoría de los recursos se movilizan para el esfuerzo bélico, y el resto de la economía tiene que compartir el botín.

En el marco de la guerra de Ucrania, las sanciones y el éxodo de los inversores occidentales, podría decirse que Putin no tenía más remedio que ungir a la nueva generación. Si Rusia desarrolla industrias que la ayuden a sacudirse su excesiva dependencia de las exportaciones de petróleo y gas, los nuevos magnates podrían incluso ayudar a la economía. Después de todo, las sanciones impuestas al país en años anteriores, especialmente tras la invasión de Crimea en 2014, ayudaron a Rusia a ser autosuficiente para su consumo de alimentos.

Es más probable que los nuevos magnates vean sus horizontes limitados por el aislamiento del país. En comparación con sus predecesores, es posible que apenas merezcan siquiera ser llamados oligarcas.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías.

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