40 años de imágenes almacenadas en la retina de un industrial
La UE tiene que articular un modelo de financiación permanente que permita abordar las inversiones necesarias
Allá por mediados de los 80, encendieras la radio o la televisión, o abrieras un periódico, el Norte de España era uno de los puntos neurálgicos de la noticia. No solo por el terrorismo, también copaban titulares el impacto económico y social del proceso bautizado como reconversión industrial.
Yo, por aquella época no pintaba canas, salvo alguna suelta de tanto estudiar. Y es que, por entonces, iba a la universidad. Quería ser ingeniero. Una carrera orientada a un sector que querían reconvertir. Un bonito término para expresar un noble fin: modernizar el motor industrial del país, atrasado en comparación con el de los países de la Comunidad Económica Europea a la que nos íbamos a sumar.
Porque sí, entrar en Europa prometía sumar. Pero para entrar en el club había que cumplir con algunos requisitos. Especialmente, el de hacer converger la oferta y la demanda en el mercado de los sectores primario y secundario. Pero también la adopción de un arancel común, con la consecuente pérdida de la protección que tenía la industria nacional hasta ese momento. Para ello, se iniciaron dos procesos paralelos. Por un lado, la limitación de la producción industrial de las empresas en crisis. Por otro, la reindustrialización en sí misma, mediante la modernización tecnológica de los sectores y empresas que demostraban viabilidad, así como incursionando en actividades industriales a las que se le preveía futuro.
Releer en el párrafo anterior la palabra reindustrialización lleva a que en mi mente se sucedan muchas imágenes. Algunas me retrotraen a los 80, pero otras son imágenes de reciente captación en mi retina. Cuarenta años de imágenes que repasan una vida. Una vida en la que vi nacer desde las aulas ese noble objetivo que hoy sigo anhelando.
En los 80, los planes del Gobierno tuvieron que enfrentarse a algunos obstáculos. En primer lugar, íbamos tarde. La razón, evitar conflictos y mantener el consenso político y social en el periodo en el que se producía, la Transición. La llegada en 1982 del primer Gobierno del PSOE obligó a adoptar medidas drásticas para desarmar la protección arancelaria, mediante un proceso de inversión acompañado de una reducción significativa del empleo. Los empleos en la industria pesada se suspendieron mediante la creación de fondos de empleo para acompañar a los trabajadores en la búsqueda de un nuevo futuro profesional.
Pero además, nuestra industria estaba muy enfocada en los sectores en situación más crítica: la industria pesada. Y he ahí uno de los quid de la cuestión. El objetivo era reconvertir esa industria, obsoleta, en una industria moderna orientada a la demanda. Los resultados fueron dispares: se redujo sustancialmente la capacidad productiva, pero la reducción de aranceles favoreció a las cadenas de valor nacionales, que pudieron tener acceso a bienes a un precio mucho más bajo. El aumento de la productividad en muchos sectores fue espectacular. Sin embargo, la reconversión fue incompleta en sectores como el naval, la minería del carbón o la siderurgia, obligando a ajustes posteriores ya en los años 90.
Las imágenes que retiene mi mente de aquellos años incluyen huelgas y manifestaciones en torno a altos hornos, astilleros, minas; paradas de producción, cierre de fábricas… Y es que fueron 83.000 las personas que perdieron sus empleos.
Hoy, ya miembros del club, luchamos por lo mismo. Y aunque el escenario es otro, el porqué y el para qué, no han cambiado: escalar posiciones como potencia industrial. Desarrollar un tejido empresarial de alta productividad y valor añadido, con una potente capacidad exportadora y de inversión en I+D+i y tecnologías avanzadas, y estableciendo un modelo económico sólido, generador de empleo de calidad y estable.
¿Dónde radica la diferencia? Si bien la reconversión industrial de los 80 pretendía ser un plan de choque impuesto, intensivo y a corto plazo, el proceso de reindustrialización por el que abogamos actualmente no responde a dar respuesta a una coyuntura, sino que propone un cambio desde un punto de vista estructural. Además, surge de la proactividad de la propia industria, con una visión estratégica a largo plazo.
Hoy el mercado al que nos enfrentamos se enmarca en un mundo globalizado en el que la tecnología rige no solo las industrias y economías del mundo, sino la vida cotidiana de la ciudadanía. Un mundo en el que el uso que hagamos de la energía desempeña un papel fundamental, pues la sostenibilidad medioambiental y climática constituye una nueva norma. Y aunque Europa haya logrado ser el continente con mayor generación de energías renovables, no hemos conseguido aún trasladar estos menores costes de operación a las facturas. Muy al contrario, los precios son significativamente más elevados sin que se haya afrontado una reforma energética que, como expresó hace unas semanas Von der Leyen, necesita trasladar precios más competitivos.
Así, muchas voces venimos advirtiendo de la necesidad de que la UE articule un modelo de financiación permanente que permita abordar las inversiones necesarias para continuar avanzando en la transición tecnológica y ambiental. Inversiones estimadas en 800.000 millones de euros anuales.
Porque para lograr una verdadera industria fuerte y mayor autonomía estratégica, Europa necesita medidas que potencien su competitividad industrial en el contexto global a través de un Industry Deal. Así, no basta con más ayudas sin una dimensión comunitaria. Más ayudas dirigidas por los Estados van en detrimento de países con menor capacidad fiscal y de financiación para poder desplegarlas. La integridad del mercado único se ve amenazada por el desigual apoyo que los países de la UE están dando a sus industrias, generando una acusada distorsión competitiva.
Y parece que Europa apunta en esa línea. La última imagen en mi retina, la de Ursula von der Leyen durante su reciente reelección como presidenta de la Comisión Europea, manifestando que entre las prioridades de su mandato figura la elaboración de un nuevo plan para la prosperidad y la competitividad sostenibles de Europa, con la creación del Clean Industry Deal para descarbonizar y reindustrializar nuestra economía, así como la creación de un nuevo Fondo Europeo de Competitividad. Con todo ello, comparto una última imagen, la de una visión optimista. Llevo más de 40 años analizando la realidad de la industria, española y europea, y considero que, ahora más que nunca, estamos en la dirección correcta.
Carlos Reinoso es portavoz de la Alianza por la Competitividad de la Industria Española.
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