¿Qué aporta Tim Walz a Kamala Harris y al Partido Demócrata?
No es un intelectual, como Al Gore, ni un animal político, como Biden; en Minnesota ha aplicado políticas izquierdistas
Kamala Harris lidera las encuestas antes de que se celebre la convención del Partido Demócrata (en Chicago), que la elegirá oficialmente candidata a la presidencia de Estados Unidos, frente a Donald Trump. Los demócratas designarán también al candidato a vicepresidente: Tim Walz.
Matices: Harris supera en un 0,9% a Trump en voto popular en las encuestas. Es una victoria temporal pírrica, porque la diferencia es mínima y está contemplada en el margen de error que, en las encuestas publicadas, suele ser del 3,5%. Las encuestas no publicadas (demócratas y republicanas) dan fotos fijas más reales, porque buscan saber, para orientar la campaña, los mensajes, los anuncios, etc. El margen de error de las encuestas privadas de los partidos no suele superar el 1,8% y su índice de representatividad estadística es del 98% –y no del 95,5%, media aritmética de las encuestas publicadas en los medios–.
Lo cortés no quita lo valiente: con los matices estadísticos que se quiera, es objetivo reconocer el efecto Kamala. Pertenece a la normalidad de los ciclos electorales: ha pasado muy poco tiempo desde que Biden se retiró de la campaña electoral y Kamala se convirtió en candidata presidencial demócrata. La primera labor de los demócratas ha sido darle a conocer al público americano. A pesar de ser vicepresidenta con Biden cuatro años, Kamala era poco conocida. No es culpa suya, sino del cargo. John Adams escribió: “El cargo de vicepresidente es el más vacío concebido por los humanos”. Lo decía por experiencia propia: fue el primer vicepresidente de EE UU, su segundo presidente y, uno de los padres de la Constitución junto a Hamilton, Jefferson, Franklin…, y, por supuesto, George Washington, primer presidente y más conocido por sus dotes militares que por sus cualidades intelectuales.
Los esfuerzos mediáticos para dar a conocer a Kamala dieron sus frutos y, por eso, vive la llamada luna de miel electoral, y supera a Trump en las encuestas. Dígase lo obvio: nadie ama lo que no conoce. Y, si Kamala Harris no fuera conocida por el pueblo americano, difícilmente sería una candidata con posibilidades de llegar a la Casa Blanca. Cosa distinta es la sustancia, como antes de la convención demócrata subrayan el Washington Post y el New York Times. Harris tiene que formular su visión sobre la economía, la política exterior, la inmigración, el comercio, los impuestos, la sanidad, etc., temas sobre los cuales Trump sí se ha pronunciado y tiene ideas claras.
Kamala espera a la convención de Chicago para expresar su visión de futuro para el país. Antes, está articulando y consensuando sus políticas con todas las familias demócratas, que no son un bloque monolítico ideológico, racial, social, demográfico y económico. Tim Walz es ejemplo de esa diversidad. Kamala le eligió porque encapsula en su persona y trayectoria profesional y política las diferentes sensibilidades demócratas.
Walz nació en un pueblo del Estado de Nebraska, de donde también procede la quinta fortuna del mundo, Warren Buffett. Mismo Estado, muy distintas trayectorias. “La mitad de los alumnos en mi escuela eran mis primos”, presume Walz. Cierto y hasta lógico, en un pueblo rural de 400 habitantes. Fue profesor de geografía y, durante 24 años, miembro de la Guardia Nacional, una de las seis ramas en que se dividen las Fuerzas Armadas norteamericanas y la única que, según la Constitución, puede ser desplegada en suelo patrio. Ni el Ejército ni el Cuerpo de Marines pueden actuar dentro de EE UU, excepto en circunstancias muy excepcionales. Tanto el gobernador de un Estado como el presidente pueden desplegar la Guardia Nacional, compuesta por hombres y mujeres que proceden del mismo Estado. La lógica es que, si los militares pertenecen al Estado donde actúan, serán más sensibles a la población local.
Bill Clinton desplegó la Guardia Nacional de Arkansas (siendo gobernador del Estado), por la crisis de los cubanos de 1980 (éxodo del Mariel), y no le tembló la mano. Es el mismo Clinton que reconoce en sus memorias (My life) que, como presidente, no supo gestionar la política exterior hasta su segundo mandato. Pero, como gran presidente que fue, puso empeño en aprender: “Bill Clinton es el mejor presidente en gestionar la economía”, escribió Alan Greenspan, expresidente de la Reserva Federal. Clinton no sabía de economía, pero preguntaba y escuchaba a Greenspan, quien dedicó 50 años al análisis estadístico y la econometría, antes de presidir la Fed. Otro gran presidente en lo económico fue Barack Obama, quien sacó al país de la Gran Recesión, rodeándose de economistas de la talla de Larry Summers, Paul Volcker, Paul Bernanke y Tim Geithner. Kamala tendrá que hacer otro tanto, si quiere triunfar y en Clinton y Obama tiene dos excelentes referentes.
Walz no es un intelectual como Al Gore, vicepresidente con Clinton, o un animal político como Biden, vicepresidente con Obama y con 60 años de experiencia política. Durante 18 años, Walz fue congresista procedente de Minessota, un estado del medio oeste bastante progresista. En 2018 se convirtió en gobernador y aplicó políticas situadas más a la izquierda que las de Kamala, quien se refiere a Walz como the coach, porque también fue entrenador en la escuela local.
Todo eso está muy bien, pero, como le ha dicho Obama a Harris en privado, de nada sirve, si no ganas elecciones. Es decir, ¿qué aporta Walz a Kamala? ¿Credenciales progresistas? ¿Le aporta votos de los battleground states (Estados bisagra), donde se dirimirá el resultado electoral? Son las preguntas que, estos días, sopesan los líderes demócratas antes de su convención en Chicago, el día 19.
Jorge Díaz Cardiel es socio director de Advice Strategic Consultants. Autor de ‘El New Deal de Biden-Harris’
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