La realidad matiza el aterrizaje del coche eléctrico
Portugal es el claro ejemplo de que no hace falta poner un mar de dinero para incentivar el cambio
Los frentes se le multiplican al sector del automóvil en Europa. La última gran batalla es con un conocido y recurrente enemigo comercial: China. Los directivos más importantes de la industria en el Viejo Continente han descubierto lo que supone competir contra los fabricantes del gigante asiático. Su desembarco masivo en modelos con prestaciones y precios competitivos está tensando una cadena de valor que andaba sumida en un cambio histórico por el paso del vehículo de combustión tradicional al eléctrico. Todo ello, en un mercado que no va como se esperaba.
Los objetivos comunitarios de transición ecológica van muy por delante de la realidad a pie de concesionario. Sobre todo, porque los precios a los que se siguen vendiendo los coches eléctricos parecen lejos de lo que el consumidor medio puede o quiere pagar. Las ventas se estancan y a las muy rutilantes promesas de grandes inversiones se les pone un asterisco. Con estas dudas, también se cuestiona la creación de los miles de empleos que venían aparejados a los proyectos. El más que posible cierre de la fábrica de Audi en Bruselas es el enésimo aviso a navegantes: las fábricas que a día de hoy se centren única y exclusivamente en el coche eléctrico pueden estar en problemas. El vehículo que se vende hoy es el híbrido, mientras que el eléctrico no cala entre los europeos, que aún lo ven demasiado caro. Esto último fue lo que motivó el cambio de planes para la planta de Ford Almussafes, que con el nuevo modelo híbrido que llegará en 2027 tendrá más carga de trabajo que la que hubiese supuesto un eléctrico.
Mientras, los Gobiernos europeos han respondido a la competencia china con aranceles, pero el problema de fondo sigue siendo el mismo: las compañías europeas, a día de hoy, son incapaces de ofrecer vehículos eléctricos de calidad a precios ajustados. Esto no puede solucionarse con ayudas públicas hasta el infinito. Países como España deberían seguir el ejemplo de otros a los que les está yendo mejor, y no hace falta irse muy lejos ni en distancia ni en poder adquisitivo: el vecino Portugal es el claro ejemplo de que no hace falta poner un mar de dinero para incentivar el vehículo eléctrico, sino que basta con asignar los fondos de manera inteligente y tener una organización centralizada de los puntos de carga de toda la red nacional. Los datos son elocuentes: la cuota de mercado del eléctrico puro en España no llega al 5%, mientras que en el país vecino triplica con creces esa cifra. Hay que adaptar las circunstancias a la realidad y no al revés. El tiempo –y la competencia feroz de los rivales comerciales– apremia.
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