Las consecuencias económicas y financieras de los magnicidios
Después del atentado, la expectativa de una victoria de Trump, que ya era superior a la de Biden, se ha reforzado
Tras el atentado contra Donald Trump, la reacción de los mercados es la que cabía esperar: ninguna que no hubiera podido producirse un día cualquiera sin acontecimientos dignos de mención, o con alguno mencionable pero difícilmente disruptivo (capaz de provocar alteraciones extraordinarias en los precios de los activos).
La experiencia de ocasiones similares en el pasado lleva a esa conclusión. Ni en el asesinato de John F. Kennedy en 1963; ni en el de su hermano Robert o el de Martin Luther King en 1968; ni con motivo de los disparos que recibió en 1981 Ronald Reagan se produjeron variaciones significativas de precios en la Bolsa o en la cotización del dólar en los días siguientes. Y cuando las hubo, no eran más que continuación de las tendencias que, con antelación, ya se estaban produciendo. Así, tras el asesinato John Kennedy, las Bolsas cayeron durante un par de días, pero estaban bajando desde tres semanas antes. Otro tanto le sucedió a la cotización del dólar tras el atentado contra Reagan: siguió bajando igual que lo venía haciendo desde el año anterior.
Tras el asesinato de McKinley en 1901 las Bolsas estuvieron bajando en Estados Unidos, pero habían empezado a hacerlo con dos meses de antelación.
Escrutando detenidamente lo sucedido en el pasado tampoco se puede encontrar influencias en el terreno de la cotización de la deuda. Así, aunque al día siguiente del atentado contra Ronald Reagan la deuda pública de EE UU subió ligeramente de precio, fue una reacción pasajera, pues inmediatamente después empezó a caer el precio, y esa caída (que supuso que la rentabilidad de la deuda a 10 años pasara de 13,13% a 14,69%) una vez más se inscribía en la tendencia imperante en aquél momento de bajadas de precio de la renta fija, tendencia que llevó las rentabilidades desde el 9,5% de mediados de 1980 al 15,75% de junio de 1981.
Resulta un poco pasmoso comprobar que los mercados puedan alterarse por la publicación de un dato de IPC (favorable o desfavorable) que, además, puede terminar resultando completamente engañoso, al poder invertirse la tendencia de los precios un mes más tarde, y que, en cambio, mantengan esa entereza de ánimo con motivo de los magnicidios, exitosos o frustrados…
Como hubiera concluido Anatole France, “los mercados tienen esas vicisitudes”, aunque él lo refiriera a lo sorprendente de que en determinadas épocas la fe en Dios fuera una cuestión de las élites y no del pueblo llano y en otras sucediera justamente lo contrario.
Entre esas maneras de ser de los mercados financieros está el comportamiento tan extraño que tienen con motivo de las guerras: normalmente bajan los precios cuando todo parece conducir inevitablemente a un enfrentamiento armado y empiezan a subir cuando se desencadenan las hostilidades. A veces los aforismos que circulan entre los operadores financieros no reflejan exactamente eso, pero sí algo muy aproximado, como alguno que se atribuye al Barón de Rothschild: “cuando la sangre corre en las calles, aunque sea la tuya, es el momento de comprar” u otra variante que reza “comprar con los cañones y vender con los clarines”.
Después del atentado del sábado, la expectativa de una victoria de Trump, que antes de él ya era superior a la de Joe Biden, se ha reforzado considerablemente, pero hay que tener en cuenta que las elecciones están aún a cuatro meses vista y los acontecimientos dotados de una fuerte componente emocional suelen perder su efectividad con bastante rapidez. Eso es lo que hace, entre otras cosas, que la especie puede sobrevivir a las catástrofes y a las guerras (y olvidarlas).
Una victoria de Donald Trump no sería extraña en las circunstancias actuales y, de consumarse, ello elevaría el número de inquilinos “fijos discontinuos” de la Casa Blanca a dos: Donald Trump y Stephen Grover Cleveland. Este tuvo dos mandatos como presidente, con un hueco en medio pues, aunque tuvo apoyo popular mayoritario, no ganó en votos electorales. Parece que ambos tienen pocas características comunes salvo la mencionada, pues Grover Cleveland era un liberal amante del libre comercio, mientras que a Trump se le conocen las tendencias proteccionistas, que ya puso en práctica en su mandato de 2017 a 2021, y cuyo resultado exitoso en un acuerdo con China (que obligaba a esta a comprar productos agrícolas norteamericanos) firmado ya in extremis cuando culminaba su mandato, no ha dado los resultados que se esperaban, probablemente porque China nunca tuvo la intención de cumplirlos al pie de la letra o porque la Administración Biden no se ha preocupado lo debido en exigírselo o, parte y parte, ambas cosas a la vez.
En el terreno del comercio y de la legislación contra los monopolios sí que pueden percibirse cambios tras alguno de los magnicidios. Al asesinado presidente McKinley le sucedió su belicosamente intercadente Theodore Roosevelt que lo mismo intervenía para que Japón y Rusia firmaran la paz que el día anterior había estado agitando los sentimientos antiespañoles que llevaron a EE UU a declarar a España la Guerra (de Cuba). Le dieron el Premio Nobel de la Paz por lo primero, aunque si por algo se le recuerda es por la aplicación de las leyes antimonopolio, curiosamente, tras haber sido la presidencia y media de McKinley todo lo contrario: un período febril de fusiones y adquisiciones.
Salvo las mutaciones en su fuero interno que haya podio experimentar Trump después de un episodio tan traumático, no es de esperar que se produzcan enormes cambios en el último minuto.
Juan Ignacio Crespo es economista y estadístico del Estado.
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