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Opa hostil
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La depuración en las telecos que no será empleo de calidad en Meta o Microsoft

Miles de trabajadores enfilan la puerta de salida, con difícil recolocación, en un sector presa de la regulación comunitaria y el yugo de competencia

Sede de Vodafone, Madrid
Sede de Vodafone, Madrid Pablo Monge (CINCODIAS)

Corría el 14 de mayo de este año y el Gobierno autorizaba la compra de Vodafone por parte del fondo Zegona. La operación, valorada en 5.000 millones de euros, no solo suponía la adquisición del tercer operador de telecomunicaciones en España por cuota de mercado, sino que abría dudas razonables sobre el mantenimiento del empleo en la compañía, temores agudizados por las penurias económicas que venía enseñando la casa, otrora fulgurante animador de un mercado controlado por Telefónica, y del fichaje de José Miguel García para gestionar el proceso, un viejo conocido del sector que ya acometió una reestructuración similar para la firma británica en Euskaltel. Por eso llamó la atención que el Gobierno, a diferencia de las obligaciones al mantenimiento del empleo que estableció para aprobar la fusión de MásMóvil y Orange, se limitara a aceptar en el caso de Zegona compromisos para garantizar la continuidad del servicio, la ejecución de de inversiones futuras para el desarrollo de la tecnología 5G y la preservación de los contratos con la Administración y los activos estratégicos.

Los peores presagios se convertían en realidad el 12 de junio, cuando Zegona presentaba un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) para 1.198 trabajadores, más de un tercio de la plantilla, en unas condiciones, por lo escuetas, nunca vistas en el sector. La firma, en este punto, plantea una indemnización de 24 días por año con un límite de 14 mensualidades. Fuentes internas de la compañía explican, bajo condición del anonimato, que se trata del primer paso de una negociación que, razonablemente, podría superar los 30 días por año y una línea roja de 24 meses. Se trata de cifras, en todo caso, alejadas de las que tradicionalmente se han abonado en el sector para compensar las siempre dolorosas salidas, en lo personal pero también en lo reputacional. Escrutan el proceso con atención quienes están en un entuerto similar. Avatel Telecom, por ejemplo, prevé la salida de casi 700 trabajadores, con un pago de 30 días por año y un límite de 18 mensualidades.

Nadie duda en el sector de que, pese a los compromisos de empleo asumidos en la integración de MásMóvil y Orange, la nueva compañía se verá en la obligación, tarde o temprano y cuando venzan las cláusulas suscritas, de buscar sinergias por el lado laboral. La realidad es que, en el sector de las telecomunicaciones, sobra personal por arrobas. El último ajuste de empleo de Telefónica, culminado en el arranque del ejercicio, ya implicó el adiós de más de 3.400 empleados, con una oleada de adhesiones voluntarias al ERE. Las condiciones en el Distrito, como es costumbre, no tenían parangón. Hay consenso, empero, en que todavía hay margen para las salidas, incluso en el corporativo. “No solo sobra gente, sobran hasta edificios”, asegura con ironía un alto ejecutivo del sector al referirse a la situación de las empresas de telecomunicaciones tradicionales. “Hay un problema de adaptación, al que no ha ayudado el entorno comunitario. Para empezar, un sector intensivo en mano de obra se ha mecanizado y digitalizado con los años. Y por el camino, en Europa hemos perdido el tren a lomos de un exceso de regulación y la fragmentación de unas operadoras limitadas sin remedio por la normativa de competencia. Los ejecutivos llevan años denunciando esas restricciones frente al yugo de los Google y compañía”, remacha.

¿Dónde irá todo ese empleo saliente? Desde luego, no a los Meta o Microsoft y al entrenamiento de sus modelos de inteligencia artificial. El empleo de calidad que avista como futuro deseable para España el ministro para la Transformación Digital, José Luis Escrivá, no está en este nuevo contingente de bajas en las operadores de telecomunicaciones. “Normalmente, el grueso de las salidas afecta a plantilla adscrita al entorno de redes -explica un analista de larga trayectoria en el sector. Se trata de perfiles excedentarios por el final de los despliegues o porque el desarrollo de redes modernas ha reducido el mantenimiento y ha permitido su gestión remota. Se trata de gente con una edad y una trayectoria en las compañías, menos adaptables al entorno digital. Probablemente, ni ellos lo pretenden. Cuestión diferente es el caso de quienes se encuentran integrados en procesos de atención al cliente, más recolocables en otras empresas, pero sin una aportación tan evidente de valor añadido”.

No falta quien incluso ve en el Ministerio una clara conciencia -disfrazada en los posicionamientos públicos- de que la depuración es necesaria para preservar la salud que pueda quedar a unas empresas también estranguladas por las guerra de precios y la batalla del low cost, abanderada por outsiders de dudoso bagaje como Digi. Ejecutivos de Vodafone cuentan entre bambalinas como, cuando esperaban que la autorización a Zegona para compra de la compañía fuera un mero trámite administrativo, se encontraron con un Ministerio “duro y beligerante, especialmente con el mantenimiento de la inversión”. No resulta extraño si se recuerda la batalla dada por Escrivá en Bruselas con Masorange para, entre otras cosas, dejar claro el interés nacional en cuestiones como el carácter estratégico de las redes. Una negociación a cara de perro que no ha sido óbice para que, según deslizan estas fuentes, el ERE de casi 1.200 personas anunciado por Vodafone no haya sorprendido demasiado en Moncloa.

La senda por delante asegura más curvas. Si, como especula el mercado, Vodafone y Masorange terminan cerrando un acuerdo para crear una netco y explotar los activos de red, una opción que ya estuvo sobre la mesa en tiempos anteriores a Zegona, cuando la firma británica y Orange exploraban su fusión, la obtención de sinergias será un must, en un negocio donde las contratas se encargan de parte del trabajo. Queda un largo y tortuoso camino en el que abordar la descapitalización y el imprescindible rearme laboral de un sector que aspira, con lógica, a ser puntero en tecnología.

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