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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La claridad estratégica impulsa las fusiones de los gigantes petroleros de EE UU

Los europeos no confían en el crudo, pero tampoco apuestan con firmeza por las energías renovables

ExxonMobil logo
DADO RUVIC (REUTERS)

Los gigantes petroleros estadounidenses y europeos venden el mismo producto en el mismo mercado mundial. Pero siguen caminos divergentes. Mientras grupos de EE UU como Exxon y Chevron están comprando perforadoras más pequeñas, sus rivales europeos, como Shell, BP y TotalEnergies, se cruzan de brazos. Parte de la explicación es un desacuerdo transatlántico sobre las perspectivas del petróleo a largo plazo.

Si el mundo quiere limitar el aumento de las temperaturas a 1,5 grados por encima de los niveles preindustriales, la demanda de petróleo debe reducirse de 100 millones de barriles diarios a 24 millones en 2050, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE). Ante este panorama, los productores de combustibles fósiles tienen un abanico limitado de opciones. Pueden seguir bombeando y esperar sobrevivir a sus rivales más pequeños; orientarse hacia otras formas de energía que emitan poco o ningún CO2; o reducir gradualmente sus actividades mientras devuelven dinero a los accionistas. Pero hay otra alternativa: asumir simplemente que la demanda de petróleo no caerá.

Las previsiones difundidas por los gigantes de EE UU sugieren que han elegido la cuarta opción. En enero, Exxon, dirigida por Darren Woods, afirmó que la demanda diaria en su escenario central para 2050 sería aproximadamente la misma que los 100 millones de barriles actuales, mientras el consumo de gas natural aumentaría un 25%. El jefe de Chevron, Mike Wirth, es más circunspecto, pero cita previsiones de terceros que suponen que el consumo diario de petróleo se situará en una horquilla de 70-112 millones de barriles en 2040-2050.

Los europeos están más confusos y son mucho menos optimistas. En su escenario Archipelagos, Shell prevé una demanda diaria de petróleo de 90 millones de barriles en 2050, pero solo unos 40 millones según una hipótesis denominada Sky 2050. El modelo New Momentum de BP supone un consumo diario de 73 millones en 2050, pero otro escenario de emisiones netas cero cita solo 21 millones. TotalEnergies calcula que la demanda de petróleo y biocombustibles podría oscilar entre 51 y 71 millones de barriles diarios.

Cualquiera de estas visiones para 2050 podría ser correcta. Pero si se cumplen los escenarios de mayor demanda, los inversores de los grupos de EE UU saldrán ganando. La producción de las grandes de EE UU crecerá un 6% anual en 2022-30, según los analistas de Bernstein, mientras los grandes grupos europeos solo bombearán un 0,6% más. Si los precios se mantienen en sus actuales 84 dólares por barril, las de EE UU ganarán sustancialmente más dinero. Este cálculo ayuda a explicar por qué Exxon desem­bolsó hace poco 64.500 millones de dólares en una operación basada en acciones por Pioneer Natural Resources, mientras Chevron va a pagar 53.000 millones por su rival estadounidense Hess [pendiente de un conflicto con Exxon y la china CNOOC, que reclaman el derecho de tanteo a la compra de un yacimiento en Guyana propiedad de Hess].

Las operaciones de Woods y Wirth también incluyen una cobertura en caso de que su optimismo sobre la demanda resulte infundado. Según los analistas de Wood Mackenzie, el acuerdo de Exxon con Pioneer ayudará al grupo a reducir los costes de producción y las emisiones derivadas de la perforación, lo que le permitirá ser más rentable que la competencia aunque caigan los precios. Los gigantes del Golfo, como Aramco, defienden un argumento similar.

Esta lógica podría animar al nuevo jefe de BP, Murray Auchincloss, al CEO de Total, Patrick Pouyanné, y a Wael Sawan, de ­Shell, a apostar también por el petróleo. Pero su falta de previsiones claras a largo plazo complica las cosas. Si el mercado va a contraerse sustancialmente, será imposible que los principales actores sigan bombeando al nivel actual. Al tiempo, empero, la visión de los grupos europeos sobre el futuro del crudo no es lo suficientemente sombría como para justificar una huida hacia adelante y la compra de grupos de energía verde como RWE (24.000 millones de euros), Orsted (21.000 millones) o SSE (21.000 millones).

La divergencia transatlántica se debe en gran medida a las preferencias de los inversores. Los accionistas europeos han tendido a mostrarse más inquietos por el cambio climático, mientras a los institucionales de EE UU les ha preocupado menos dejar de invertir según criterios ambientales, sociales y de gobernanza. Los fondos sostenibles globales vieron salidas en el cuarto trimestre por primera vez desde que Morningstar comenzó a llevar la cuenta en 2018. Incluso el inversor activista con mentalidad climática Engine Nº 1, de Exxon, votó contra las propuestas de los accionistas para que el grupo redujera las emisiones, y apoyó la transacción de Pioneer. La desconexión se muestra en las valoraciones: incluyendo la deuda, Exxon y Chevron están valoradas en 6 veces el ebitda que los analistas prevén que obtengan en 2024, según LSEG. Shell, BP y Total languidecen en 4 veces.

Pese a su aparente claridad estratégica, es posible que Exxon y otros alcistas del petróleo se equivoquen sobre la demanda futura. Si por fin los líderes mundiales se toman en serio el cambio climático, podrían aplicar estrictos impuestos sobre el carbono, lo que provocaría un desplome de la demanda de petróleo. Los precios podrían caer entonces hasta 24 dólares, según un análisis de Exxon que incorpora el escenario de emisiones netas cero de la AIE. Los grupos de EE UU tendrían entonces que reorientar rápidamente el gasto de capital hacia combustibles con menos carbono, como el hidrógeno, cuya demanda futura es aún incierta.

Las grandes de EE UU se enfrentan también al problema obvio de las elevadas emisiones de todo el petróleo extra que planean bombear. Una opción es capturar el carbono que emiten. Pero, según la AIE, para anular el enorme aumento de las emisiones, cada uno de los gigantes tendría que invertir 25.000 millones de dólares anuales hasta 2050 en desarrollar su capacidad de captura, almacenamiento y eliminación de carbono, y gastar otros 10.000 millones anuales de media para mantener su producción actual. Eso es bastante más que la media de sus presupuestos de inversión.

Aun así, los inversores valoran la claridad, de la que carecen los grupos europeos. Auchincloss, de BP, quiere dedicar el 25% del gasto de capital del grupo a inversiones con bajas emisiones de carbono para 2025, pero los intentos hasta ahora de ganar escala rápidamente en renovables se han tambaleado. La firma británica ha rebajado hace poco el valor de importantes proyectos de eólica en EE UU. Y lo que es más importante, BP anunció el año pasado que tiene previsto reducir la producción de petróleo y gas en un 25% entre 2019 y 2030, rebajando así su anterior objetivo del 40%. Inversores que antes la apoyaban, como la Junta de Pensiones de la Iglesia de Inglaterra y el plan de pensiones holandés PFZW, han vendido acciones de grandes petroleras europeas porque no son suficientemente ecológicas.

BP, Shell y TotalEnergies afrontan esta incertidumbre devolviendo mucho efectivo a los accionistas. La característica más destacada de los últimos resultados anuales de las tres ha sido una serie de recompras de acciones por valor de miles de millones. Si no quieren concentrarse en el petróleo como sus rivales de EE UU, pero siguen siendo reacios a pasar con la suficiente rapidez a otras formas de energía, la principal opción disponible será reducir lentamente sus actividades.

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